La broma infinita, de David Foster Wallace

La broma infinita es la última novela de David Foster Wallace, no porque sea una novedad –fue publicada en Estados Unidos en 1996–, sino porque su creador se ahorcó el 12 de septiembre pasado, a los 46 años. A esa edad un escritor todavía puede ser visto como una joven promesa, pero Wallace era una realidad bendecida por la crítica más exigente, y el libro que nos ocupa se consideraba como una de las obras más importantes de la década de los 90. El calificativo "monumental" que se repite al referirse a La broma infinita no es gratuito: más de 1200 páginas en la edición de Mondadori, casi 200 de ellas dedicadas a “notas al pie” que complementan la historia principal, añadiendo nuevas capas al ya complicado andamiaje narrativo.
   
¿Y qué pinta un libro como este en una página de género? Bueno, el hecho de que por sus páginas desfilen mutantes sin cráneo o que el noroeste de los Estados Unidos se haya convertido en un vertedero radiactivo conocido como la Gran Concavidad –o Convexidad, según los canadienses–, unido al hecho de que la acción se desarrolla a principios del siglo XXI en el Año de la Ropa Interior para Adultos Depend –en algún punto de la historia los años comienzan a ser comprados por marcas publicitarias– en la ONAN –Organización de Naciones de América del Norte– da a entender que algo de relación con todo esto sí que tiene.

El argumento, si es que puede hablarse de él, gira en torno a la familia Incandenza, propietaria de una academia de tenis en la que estudian jóvenes talentos que aspiran, como mínimo, a obtener una beca deportiva para entrar a la universidad. El “protagonista” es Hal Incandenza, hijo de James, quien quizá sea el verdadero eje de la novela. Fallecido antes de que la acción se desarrolle, James Incandenza era un óptico experto, tenista aficionado y en la última etapa de su vida autor de cine experimental. Una de sus obras, el samizdat, es capaz de dejar literalmente embobado a todo aquel que la mira, incapaz de hacer nada más, ni siquiera comer.

¿Complicado? Pues es eso es nada. Un millar de páginas da para introducir una casa de rehabilitación de Alcohólicos Anónimos, un grupo terrorista quebequés formado por tullidos –que se lo provocaron durante un juego consistente en ver quién aguantaba más en las vías ante el paso de un tren– y en general un análisis completamente corrosivo de la sociedad estadounidense. Especialmente delirantes son los trabajos que realizan los alumnos de la escuela Incandenza, en los que explican por qué las videollamadas fracasaron o cómo se llegó a la actual Era del Tiempo Subsidiado. Y todo esto no es ni una décima parte de lo que la novela cuenta.

¿Recomendado? Sin duda. Leer La broma infinita es como escalar una montaña, arduo, complicado e incluso llegan a dolerte los brazos de sostener semejante tocho. Pero al igual que en la escalada, cuando llegas arriba y disfrutas de las vistas, no puedes dejar de pensar que el paisaje que has alcanzado compensa con mucho el esfuerzo previo.

8 comments

  1. Creo que además ha sido recientemente reeditada tras su muerte. Puede que haya hecho especial énfasis en la parte más «prospectiva» del libro, pero Foster Wallace es más cercano a Palahniuk o Easton Ellis que otra cosa.
    Eso sí, leer una divagación de tres páginas sobre por qué las videollamadas comerciales fracasaron hace arrancar más de una sonrisa y de dos.

  2. Foster Wallace me parece muchísimo más divertido (y mejor escritor) que Palahniuk y Ellis. Estos dos últimos parecen salvajes, aunque quizá lo que sean es más escatológicos. A Wallace lo veo bastante más corrosivo. «Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer» o los relatos incluidos en «Entrevistas breves con hombres repulsivos» son geniales.

    El suicidio de Wallace ha provocado que se fijen en él (vale, yo también me he lanzado a los libros que de él enía pendientes). Sí, han reeditado prácticamente todo (Debolsillo y la serie cara de Mondadori).

  3. Somos muchos los que nos hemos acercado a él, por desgracia, al saber de su muerte. Era de esos nombres que sonaban pero nunca terminaba de animarme a leer algo. Aparte de esta novela tiene una anterior, nunca traducida al español, y dicen que saldrá una novela inédita no del todo acabada en EEUU el año próximo

  4. El problema de hablar de elementos «prospectivos» en una sátira es que da la impresión de que el concepto de literatura de cifi que manejas no proviene más que de una lectura ‘capada’ de la literatura satírica –que se preocupa menos de la crítica que de la verosimilitud del escenario. Sé de sobra que no es tu caso, pero este tipo de reseñas me suena a tratar de hacer «presentable» a los hipotéticos ‘afines al género’ –es decir, quienes no leen otra cosa, si es que gente así existe– una obra destacando los detalles más «propios» y que a la hora de la verdad no son tan imprescindibles para lo que la novela quiere transmitir. En Egan las teorías sobre IA o física cuántica están entrelazadas en las raíces del relato, En La Piel Fría, de Sánchez Piñol, mencionada en otro post, cambias a los citauca por un pueblo humano de esos de las aventuras coloniales del siglo XIX y no cambiaría excesivamente la idea de la novela, al margen de que ya no sería fantástica. Es un error en el que caemos todos cuando queremos poner en valor a la cifi y que deberíamos ir dejando ya de cometer, aunque sólo sea por no pecar de garrulos.

  5. En «La piel fría» cambias a los citauca por humanos y la idea central del libro, la animalización del enemigo, la incapacidad para la alteridad, pierde todo su sentido, real y metafórico. En la novela de Piñol el elemento fantástico, la especie inexistente, los humanoides submarinos, es imprescindible, consustancial tanto a la trama como al mensaje.

  6. La animalización del enemigo, la incapacidad para la alteridad es algo que puede funcionar con humanos, se ha visto en muchas otras obras, que van desde las novelas del oeste a las pelis de John Carpenter, porque los temas fundamentales de la novela, para mí, son el «asedio» y la «otredad», no el choque con lo no-humano. Así, no importa que la descripción de los citaucas, su mundo, su cultura sea bastante ‘light’ para lo que se acostumbra en la ciencia ficción.

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