Hace apenas unos días, me sorprendió en un periódico la noticia de la muerte del escritor inglés J. G. Ballard. El acontecimiento me conmovió, reviviendo en mi memoria los buenos momentos pasados gracias a sus escritos. De todas esas lecturas, guarda un valor especial la primera de ellas, un breve cuento enterrado en el tercer volumen de una antología de “novelas de anticipación” de la editorial Acervo. Por aquel entonces era yo un niño, desconocedor de la tradición literaria, ignorante de aquel género que se expandía sigiloso y amenazante, tal como lo hacía el color grisáceo venido del espacio que protagonizaba otro de los relatos de aquella antología.
La muerte de Ballard me ha obligado a hurgar en mi biblioteca para releer aquel cuento que tanto me impactó en mi infancia; y de esta nueva relectura me gustaría haceros partícipes de la reflexión resultante, bajo la promesa de no caer en una más que redundante y reiterada recopilación necrológica.
"Ahora: cero", nos presenta la narración en primera persona de lo que se vislumbra como un extraño demente que narra la historia de su insólito poder: el de cumplir sus deseos homicidas tan sólo con escribir las circunstancias en las que quiere que muera su víctima. Su historia hace una relación de cómo percibe esa sorprendente cualidad, cómo experimenta con ella para conocer sus límites y cómo la utiliza para poner en práctica el objetivo último que esconde el relato. Al margen de lo fantástico de la historia, en ella encuentro cierto valor alegórico que da pie a una reflexión sobre el oficio de escritor, pero también sobre el poder que esconde el fenómeno literario.
La narración dota a la palabra de poder de conjuro, es decir, no de reflejar la realidad, sino de transformarla. La correspondencia existente entre el lenguaje escrito y los letales acontecimientos futuros convierten la figura del escritor en una especie de semidiós capaz de decidir el destino de los humanos. Tras el carácter autobiográfico del texto, se esconde una profunda reflexión sobre la escritura y sus múltiples causas. De una escritura como desahogo, incluso como evasión al principio del relato, pronto nos encontramos ante una escritura como un arma mortal que transforma a quien la utiliza tornándole un ser poderoso y cruel. En esta multiplicidad de valores, el narrador utiliza la palabra escrita para experimentar, a lo largo del relato, con esa cualidad para la muerte, para la realización de los propios deseos, para determinar la vida de las personas. Se trata de la paradoja del poder, donde esclavo y amo se confunden, se subordinan, ya que a la vez que el escritor se vuelve poderoso a través de ese poder letal, ese mismo poder lo domina convirtiéndolo en un agente pasivo.
En efecto, y volviendo al planteamiento inicial, es fácil obtener de lo dicho un paralelismo con el oficio de escritor y, acaso, con el proyecto literario que caracteriza la obra de Ballard. Y he ahí el valor intrínseco de "Ahora: cero" al englobar los rasgos que definen literatura de su creador que, al igual que el protagonista del relato, utilizará la palabra escrita como experimento y como evasión, pero sobre todo como un instrumento de reflexión y crítica. De ahí que la obra de Ballard tenga el poder de un arma, subversiva y total, que sacude las mentes y transforma la realidad. El lector se ve, de este modo, obligado a implicarse en el relato; ya no será un lector pasivo, sino un actor activo, el objetivo último del texto. Ahí reside el poder de la ficción, de la literatura: en su capacidad para transformar, en primer lugar, a los lectores; tras ellos, la realidad.
Las características de "Ahora: cero" hacen difícil su clasificación como ciencia ficción; y esto conduce a señalar el carácter liminal de Ballard; un Ballard sedicioso, en los contenidos y en la forma, que siempre jugó en los límites del género para expandirlo más allá de lo establecido.
Por último, sólo me queda asumir que yo, lector de J. G. Ballard, soy el heredero de su legado. También de su poder. Por eso determino que ahora entrará usted en la eternidad, señor Ballard…
Tres… Dos… Uno…
¡Ahora!
Cero.
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