Para preparar la entrevista he consultado la base de datos Internet Speculative Fiction y me ha llamado la atención que tu primera obra referenciada sea de hace poco más de diez años.
Empecé a ‘escribir’ cuando vivía en Arabia Saudí, a finales de los setenta. Estaba bastante aburrido, y también harto del Islam y cómo esclavizaba a toda una sociedad -¡y encima a mí me obligaba a correr bastantes riesgos para tener novias o beber algo más interesante que Pepsi Cola!-. De repente, pensé que la Biblia era un libro incluso más ridículo que el Corán, pero que al menos el Cristianismo, y en especial el Catolicismo, era mucho más divertido (en sus ideas, no en su práctica). ¿Y si los mismísimos santos se aburrieran y se rebelaran? Resultado, un cuento, el germen de El pescador de demonios (Fisher of Devils) de unas diez páginas que gustaba a mis compañeros. En los años posteriores escribí dos o tres cuentos más, solo para entretenerme cuando no podía jugar al squash por problemas de espalda. Sin embargo, en mi último trabajo en Arabia, en la puerta de Jeddah, teníamos que estar en las oficinas durante 8 horas al día casi sin nada que hacer, y sin poder salir. Un compañero jugaba a ‘War Games’ con sus soldados de plomo, otro escribía su autobiografía, otro desaparecía para tener aventuras sexuales con uno de los cuatro mil príncipes que había por allí… y yo, entre siestas matutinas debajo de mi enorme mesa (había traído un colchón), escribía la primera versión de El pescador de demonios. Solo al terminar pensé en publicarla. Sin éxito. La dejé unos años más, pero ya me había entrado ganas de ‘see my name in print’ (o sea, vanidad) y publiqué una decena de cuentos en ‘revistas’ de una calidad deliciosamente ínfima, la primera de las cuales (es mi tesoro preferido) se llamaba Dead Fun. Ya es España, descubrí la magia de un procesador de textos, volví animado a la novela, cortando más de la mitad, y finalmente una editorial norteamericana la publicó en 2003. Así que en realidad la novela ya era una viejecita cuando firmaron el certificado de nacimiento. Yo estaba tan sorprendido que casi de inmediato escribí ¿Quién necesita a Cleopatra? (Who Needs Cleopatra?), basada en una de mis cuentos. Y después me puse a descansar de nuevo…
En otras palabras, y sin tratar de dar la impresión de una modestia falsa, no me considero un escritor, sino más bien alguien que de vez en cuando escribe: lo que no quiere decir que no ponga todo mi empeño en hacerlo bien, como cualquier hobby que valga la pena.
¿Qué más puedes contarnos sobre Steve Redwood?
¿No estarás sugiriendo que hay cosas que NO pueda contaros? ¿No es eso lo que le preguntaron a Proust? -¡y mira cómo se lio el tío!-
En serio, no sé qué contestar. Posiblemente, para ‘explicar’ mi forma de pensar y escribir, solo decir que siempre he sido un ‘outsider’; en casas de acogida de niños digamos malentendidos hasta los once años (no me quejo: creo que eso te da una gran ventaja, aprendes a valerte por ti mismo), después unos años con una madre que seguramente estará esperándome con sus quejas eternas (literalmente) en el infierno cuando llegue, y después de la universidad y dos años horribles dando clases de literatura (supuestamente) en Inglaterra, viviendo en Turquía, Arabia, y España. Por eso, creo que veo las cosas de una perspectiva un poco diferente a la mayor parte de la gente.
En Los pingüinos también se ahogan se puede encontrar un conjunto de relatos que abarca multitud de géneros. ¿Hasta qué punto reflejan lo que ha sido tu carrera como escritor?
Bastante bien, creo. Aunque, como he dicho antes, en mi caso no se puede hablar de ‘carrera’. Los pingüinos, con un par de excepciones, no contiene mis historias de ciencia ficción, que me he guardado para otro libro llamado Simetrías rotas. Pero, aparte de eso, quería una colección con historias lo más dispar posible entre ellas. Se me ocurre – ¡lamentablemente, muy de vez en cuando!- una idea (que yo creo que es original, lo que para mí es lo más importante) y esa idea elige a qué género quiere pertenecer, o al menos parecerse, porque siempre trato de escapar de los géneros estrictos. En Los pingüinos, por ejemplo, la historia “La novena cabeza” iba a ser de humor, pero cambió de rumbo cuando me di cuenta de que el mito de la hidra o de las gorgonas me dan la misma sensación de odio hacia el ‘héroe’ –y de perplejidad- que siento hacia un cazador de tigres, o incluso un pescador que muestra con sumo orgullo un enorme pez, como si hubiera consumado un acto de gran valentía. Bueno, soy raro, supongo…
Si no recuerdo mal, durante la presentación del libro en Gijón comentaste que te gustaba sorprender al lector sin sacarte ningún as de la manga en el desenlace, con giros que estuvieran implícitos en el propio relato. ¿Te cuesta mantenerte fiel a esta idea?
A veces, sí. Pero lo bueno de un relato corto es que se puede volver al principio para insertar la carta necesaria, teniendo en cuenta que a continuación habrá que revisar todo lo demás con sumo cuidado. Claro, no siempre hay giros inesperados, no siempre quiero ‘sorprender’ al lector; el cuento simplemente sigue su camino directo (como en “Epifanía al sol”). Sin embargo, por lo general, sí, en mis desenlaces sucede algo no anticipado por el lector (¡al menos, eso espero!) pero que después se ve que es inevitable o al menos muy apropiado, llegando a menudo a ser ‘justicia poética’. El carácter cruel del narrador de “Una mano caritativa” se atisba en la primera frase (cuando se refiere a ‘benevolencia carroñera’ hacia los mendigos en navidades), y para él el mendigo se reduce a una mano extendida para recibir monedas. De vez en cuando el propio título insinúa el final del relato (“Fecha de caducidad”), o lo coloca en un contexto más amplio, como es el caso de “La última pregunta”. (Todo fan de la ciencia ficción habrá leído el relato del mismo título de Asimov que va en dirección contraría.) En un caso, “El gran salto de Fernando Marqués”, admito que introduzco un nuevo dato importante en la penúltima línea, pero habría sido casi imposible introducirlo antes, y ya sabemos que estos hombres han vivido juntos en la jungla durante años y por tanto se conocen íntimamente.
Muy semejante al as en la manga, pero peor, es el ‘deus ex machina’. Hasta los grandes no son inmunes. Michael Moorcock es de los mejores escritores que hay (para mi gusto su tetralogía histórica Between the Wars, por desgracia no traducida al español, es una obra maestra, y Dancers at the End of Time no está a la zaga) pero en muchos de los famosísimos relatos y novelas de Elric, por ejemplo, a pesar de su frescura, Moorcock arruina (a mi modo de ver) los desenlaces al hacer que Elric invoque a un dios, o de repente recuerde algún truco de magia olvidado para salvarse en el último minuto. Grrrr…
Uno de los recursos más complicados de utilizar en literatura es el humor, y tú lo has convertido en una de las claves de tu obra. Muchas veces unido a temas como la religión o la Historia, que tradicionalmente se ven bajo un prisma mortalmente serio.
No hay nada más divertido o absurdo que las ‘enseñanzas’ de las grandes religiones. A veces son una diana demasiado fácil, y se puede caer en la trampa de lo demasiado obvio. Hay que aplicar una rígida lógica, si es posible usando la misma ‘lógica’ de las creencias, para resaltar lo ridículo, lo contradictorio, diciendo: ‘vale, acepto todo lo que me has dicho, pero en este caso también tiene que ser verdad lo siguiente…’ El nacimiento de Brian en La vida de Brian de Monty Python, cuando le quitan los regalos para dárselos al otro niño que brilla un poco más, es 100% lógico – ¡y maravilloso!-. Con la historia, la cosa es mucho más difícil. Sé que hay sátiras, incluso novelas cómicas, sobre Hitler, por ejemplo, pero instintivamente las rechazo, por no poder olvidar lo que realmente pasó.
Y, claro está, unos pocos chistes no constituyen ni siquiera un microrrelato, por no decir una novela. Una novela de humor necesita de tantos ingredientes como una novela en cualquier otro género, aunque si también es de fantasía, la tarea sí puede ser más fácil, porque tú inventas las reglas del juego.
Aparte de esa colección que recogería tus relatos de ciencia ficción, ¿tienes algún otro proyecto entre manos?
Tengo que terminar o ‘reparar’ un par de cuentos que pienso incluir en Simetrías rotas, pero aparte de eso, la verdad es que no tengo muchos planes. Soy bastante vago, y además estoy teniendo algunos problemas con mi memoria (supongo que se cocinaron mis sesos en Arabia), y no creo que sea capaz de escribir otra novela entera, porque si te olvidas de lo que escribiste ayer… Dicho esto, tampoco estoy dispuesto a limitarme a ver la tele o navegar por Internet, así que seguiré escribiendo algún que otro relato, que puede o no llegar a publicarse.
¿Cuáles son los autores que más te han influenciado? ¿Qué novelas o colecciones de relatos te han gustado más de las que has leído en los últimos años?
La primera pregunta es mucho más difícil que la segunda. No es que haya leído tanto, sino que, como la mayoría de los escritores de ciencia ficción y fantasía, he leído todo tipo de cosas y la verdad es que no creo que ninguno me haya influenciado de una forma directa. Como muchos otros, devoré los clásicos de la ciencia ficción (no de fantasía, aparte de Tolkien y Donaldson), pero también había estudiado la literatura inglesa. Los más culpables de mi estilo, si es que lo poseo, son, de hecho, ¡los Monty Python! Por lo demás, ¡uff! Una variopinta pandilla: supongo Dickens (la mezcla de humor y tragedia); Orson Scott Card y Bradbury (la importancia de los sentimientos); el teatro de lo absurdo, que incluye a Fernando Arrabal; Swift (ironía, sátira); Lem (‘no hay respuestas’) … puedo seguir durante páginas, pero no puedo decir cómo, o incluso si, me han influenciado.
En cuanto a la segunda pregunta, aunque es más fácil, el problema es que muchas veces es casi imposible seleccionar un libro sobre otro, porque cada uno te aporta cosas diferentes. En inglés, las impactantes novelas de Richard Morgan, empezando con Carbono alterado, La guía del autostopista galáctico de Douglas Adams, Hyperion de Dan Simmons, La materia oscura de Philip Pullman… Para limitarme a libros en castellano, mi colección favorita tiene que ser Confabulario definitivo del mejicano Juan José Arreola, y casi todos los libros de Eloy M. Cebrián (favorito, Los fantasmas de Edimburgo), de Elia Barceló (fav. Ex aequo para Las largas sombras o El secreto del orfebre), de Carlos Salem (fav. Matar y guardar la ropa), y El ciclo de la luna roja de José Antonio Cotrina. También destacaría Danza de tinieblas de Eduardo Vaquerizo, La locura de dios de Juanma Aguilera, Juego de niños de Carmen Posadas. Pero otro día, como entenderás, mi selección podría haber sido diferente.