Pollo a la Kentucky

Los empleados de cocina negaron cualquier relación con el anillo. Los solteros alegaron su soltería en su descargo y los casados me mostraron sus diestras, los anulares invariablemente guarnecidos en oro. Lo mismo hicieron los camareros y hasta el aparcacoches. El gerente del restaurante me rogó que conservara la alianza. «En señal de disculpa, se lo suplico». Su voz temblaba de miedo ante la previsible reclamación, quizá incluso el pleito.
Decidí quedármela. No se encuentra uno todos los días una alianza de oro blanco dentro de un pollo a la Kentucky.
Una vez en casa, al sacarla del bolsillo, me fijé en que el interior lucía una minúscula leyenda. «La fecha de la boda. Quizá de los esponsales» supuse. La examiné con la lupa de revisar contratos, pero no ampliaba lo bastante. Hizo falta el cuentahilos de relojero del abuelo. Ahora sí se leía:
«Hola, hello, bonjour, gutentag. Si has encontrado esta alianza regístrala en www.ringcrossing.com y ¡ponla en libertad! RingCode: 1VL1VSXD»

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