¿Qué puedes contarnos sobre Ínsula Avataria?
Es la hija lista de Metaversos, mi primera novela. Como sea que Metaversos coincidió en el tiempo con el fenómeno Second Life, se vendió razonablemente bien y el editor quería una continuación, y yo seguir publicando, claro. Pero no me apetecía escribir una segunda parte. En realidad me apetecía mejorar las cosas, escribir una novela menos de tesis, más entretenida, mejor articulada, con menos faltas de ortografía… Creo que los metaversos económicos sobre todo permiten narrar una historia manteniendo una unidad temporal que, sin embargo y de modo coherente, pasa del siglo XX al XV y de ahí al XXI. Cojo entonces tres de mis escenarios históricos favoritos, la Gran Guerra, la desaparición de los vikingos en Groenlandia y las navegaciones atlánticas en el renacimiento, y las vinculo a una trama policial-económica con un ramalazo abierto a la especulación filosófica, en concreto a una posible vida artificial consciente.
Uno de los escenarios que comentas, el de la Gran Guerra, se centra en un metaverso que desarrolla la batalla del Somme en todo su sanguinario esplendor. Me ha llamado la atención que los participantes que se introducen dentro saben que el resultado es inevitable; que lo más probable es que sus avatares terminen muertos o heridos. No hay recompensa posible. Sin embargo, el escenario es un éxito. ¿Hasta este punto nos atrae la muerte?
Estás muy mal si te atrae la parca :)… La muerte repele (o debería), pero lo cierto es que también fascina, a fin de cuentas todos sabemos que la vamos a palmar.
Inicialmente y en Ínsula Avataria, para justificar una recreación en El Somme me inventé una terapia piloto para reclusos psicópatas; se trata de fomentar empatía experimentando el sufrimiento (y me cuesta imaginar un sufrimiento psíquico y físico comparable a las trincheras; fue como Stalingrado pero durante 5 años seguidos). Hay algo de verdad en eso (los metaversos se han empleado para la esquizofrenia) pero también mucha ironía; si algo tiene la guerra es que banaliza la vida y deshumaniza brutalmente, no cura psicópatas, los crea… La paradoja es que un escenario así, concebido como algo terapéutico y traumático, termina deviniendo un éxito económico y social. ¿Nos atrae la muerte?, no debería, pero la verdad verdadera es que la guerra de las trincheras terminó convirtiendo el nihilismo en una parte esencial de la ideología contemporánea, y del nihilismo al a vivir que son dos días, y de ahí al consumismo hedonista.
Para mí, más que sadismo o el afán de aventuras recreacionistas Xtreme (que también), los juegos de guerra al nivel en que los desarrollo en la novela ofrecen una válvula de escape a la agresividad masculina en una sociedad estresada porque es tan endemoniadamente compleja que deja poco espacio al yo, a la libertad humana. La idea es experimentar el jodimiento para valorar lo mucho que tienes. Lo bonito que es vivir.
En la parte de thriller que se desarrolla en el futuro próximo, los protagonistas se enfrentan a una búsqueda que, en todo momento, parece mucho más grande que ellos. Difícil de abordar, con grupos que operan en la sombra y que no parece que puedan superar… Como en el mundo real, ¿ha quedado atrás en el tiempo de los villanos explícitos?
Desde luego, en la literatura que hago no hay espacio ni para villanos ni para héroes. En Ínsula Avataria especialmente, los protagonistas nunca jamás serán capaces ni siquiera de obtener una visión total de lo que ha pasado delante de sus narices. Por eso esta historia tiene tres finales y un elenco coral. Es el lector el que resuelve el misterio con los trocitos de verdad que aportan el contexto situacional de los protagonistas. Esto responde a la necesidad de pegarse mucho a la realidad para contar una historia fantástica. Y la realidad es esa, que la gente es normal, gris, mediocre, egoísta. Mis protagonistas no tienen las riendas de su destino. Están en la historia por razones pueriles, para ver qué sacan. Cómo tú y como yo si nos metiéramos de chiripa, por cuatro euretes y sin saberlo en un juego de equilibrios entre multinacionales. Al primer marrón, a la primera hostia, trataríamos de salir pitando. No llegan ni a anti-héroes. Ojo, en otro tipo de historias los malos-malísimos y el héroe, incluso el sabelotodo a lo Clarke, de postres experto en kung-fu, resultan imprescindibles, pero en lo que yo hago gente así canta como un sambista en el consejo de administración de la Maphre.
Para tus próximas obras, ¿piensas seguir visitando y desarrollando este universo con nuevas novelas o te planteas cambiar de lugar narrativo?
Ojalá la cosa funcionara como para escribir Metaversos VII, soy bien capaz… Pero si soy sincero no tengo en la cabeza una trama lo suficientemente potente como para contar algo novedoso. Además, cuando terminé Ínsula Avataria tenía unas ganas locas de escribir una historia que no fuera compleja, narrada en primera persona y sin fisuras temporales. Aún así, soy incapaz de escribir sobre alguien que no tenga un importante background cutre y, al final, hasta la trama se me complica y se me retuerce.
En lo que estoy ahora es en un inquisidor meapilas y analfabeto, obsesionado con perseguir judíos, pero sin embargo, bien dicharachero y vividor. Contra todo pronóstico, la idea es darle a un pastiche un giro cf con visos de novela histórica. La verdad es que escribir una novela, en mi caso, es muuuucho tiempo, y me lo tengo que pensar, y me tiene que poner la historia, y al final, lo que siempre me pone es ciencia ficción mezclada con historia y filosofía, eso sí, ambos géneros desde un planteamiento muy amplio. La idea es innovar, y creo que en la cosa de los metaversos ya no me queda terreno.
Tanto Metaversos como Ínsula Avataria han aparecido en un sello, Sirius, con una distribución limitada. ¿Cómo valoras tu experiencia en el mundo de la edición en pequeñas editoriales?
Sirius es un caso curioso. Es una pequeña-mediana editorial, con cuatro o cinco empleados, que no es poco para el sector. Edita la revista Astronomía y dispone de un potente catálogo de divulgación científica de lo mejor en español. Yo creo que ellos tienen ese sector de negocio y la edición de autores españoles de género, muchos nuevos, la consideran hasta cierto punto amor al arte. Ahora, lo que no pueden permitirse es perder dinero, y eso, en los tiempos que corren es sinónimo de tiradas muy ajustadas, y consecuentemente, problemas de distribución. También de promoción, pues en España, para vender a un autor sin nombre se impone comprar lineales y saturar la zona de novedades. Es una política en la que pocos pueden entrar, porque pondría en riesgo su solvencia con inversiones brutales. Así las cosas, la promoción queda en una caza y captura del prescriptor vía blog o magazine on line, donde es muy importante el morro y contactos del autor. Es un trabajo cansino, ir tirando de la levita e ir lloriqueando «oye sácame», «oye sácame»… ¿Que lo debiera hacer el editor? ¿Apostar por otras vías? Bueno, tal vez, yo lo miro por la parte positiva, todavía no he llegado a ofrecer sexo a cambio de prescripción; aprendes un porrón de 2.0, eso sí…
Es verdad que los autores no tenemos límite y somos más que capaces de actitudes que avergonzarían a una madre puta. También está la capillita como altavoz, como mecanismo de interlinkado para parecer que estás tú y Ken Follet. Yo conozco a genios en este campo… Tomado con cinismo y distancia es hasta divertido. Eso tiene otros problemas, claro, sobre todo de credibilidad, y tampoco da tantas ventas, aunque puede dar notoriedad, que a veces es hasta mejor. Por mi parte, después de Metaversos, donde como buen novato me empleé a fondo, ahora estoy por un punto intermedio.
Desarrollas una intensa actividad en la red en tu blog Vida sexual de una IA, donde el humor es parte fundamental de cada texto. ¿Qué supone para ti esta faceta?
Bueno, en parte era mi profesión y en parte por lo que he explicado antes, la necesidad de mucho marketing. Yo tenía -a nivel local, ojo- un cierto cachet como articulisto burlón. Ganaba algunos duros con eso hasta que pasé unas líneas rojas que no me podía permitir. Se me da bien. Como tenía mono, opté por abrir un blog, empezar con una IA que emula al Swann de En busca del tiempo perdido en su grotesca-épica relación con Odette de Crecy. La cosa fue degenerando hacia un blog más disperso, con bastante filosofía y parodia. Luego conseguí un contrato para enseñar publicidad en la universidad y convertí mi blog en un banco de pruebas y aprendizaje. Llegué a tener un porrón de entradas por publicar filosofía espesa pero titulando como «Berlusconni enseña su peperonni» y la preceptiva foto. Naturalmente, tenía un montón de rebotes a los 0,1 segundos, pero la idea era ver patrones en el Statcounter y tal…
Realmente creo que, incluyendo a mi hermano, tengo 20 lectores, no más (los amo). Luego está Facebook y un día te dices, joder, dedico el triple de tiempo a escribir melonadas en lugar de novelas. Así que me planto, paso de Twitter y me doy de baja de la Buckberry. Bueno, ahora no porque estoy con Ínsula Avataria, pero a partir de enero, lo juro por mis niños, paso del FB y el blog lo dedicaré a lo que me dé la gana cuando me dé la gana. Ahora, siempre desde mi personaje favorito, el Sr. Inteligencia Artificial, una IA de derechas, católica y torera. Le tengo cariño.
Por último, ¿qué escritores consideras que más te han influenciado?
Va por rachas, de adolescente quise ser Proust, luego García Márquez, luego Gibson, luego me conformé con ser periodista y ser ameno. A mí me gustaría alcanzar la amenidad de Stephenson y Gaiman (el de Anansi y American Gods), claro que me pirran las temáticas que tocan, filosofía de la ciencia y mitología. Influir, influir, pienso que un redactor jefe que tuve en Lérida, odiaba las subordinadas y los adjetivos y adoraba la precisión del nombre. Pero bueno, todo cambia…