La editorial Vía Magna ha venido a sumarse a la producción de libros de cf en España siguiendo algunas de sus más sólidas tradiciones: una edición sin el menor respeto por el lector y una traducción infame, a un precio equivalente al que exigen otras casas por productos en condiciones. Ninguno de esos defectos han impedido que otras editoriales permanezcan desde hace años en nuestro panorama, así que supongo que sería absurdo pretender que Vía Magna mejore, cuando el lector no parece inclinado a premiar a quien realiza un buen trabajo ni a castigar a quien publica porquerías.
En el caso de El último día de la creación, al menos, tenemos pruebas de que las carencias mostradas no son por un desinterés concreto, sino que suponen una manifestación más dentro de un trabajo desganado y falto de criterio. Por ejemplo, la novela tiene un prólogo de Frank Schätzing, el escritor alemán de moda, del que Planeta se está poniendo morada a vender ejemplares de sus technothrillers con elementos cienciaficcioneros como El quinto día o En silencio. Bien, pues la editorial carece de los conocimientos necesarios para sacar partido de ello destacándolo en alguna parte de la portada. Y cuando explica quién es Schätzing, no menciona sus populares libros traducidos, sino otro del que nada sabemos.
Por cierto que Schätzing admite en ese prólogo que no había leído El último día de la creación cuando se lo encargaron, porque cuando se publicó en los años ochenta, le pareció así, por fuera, como un poco cutre. Luego resulta que, una vez aceptado el encargo, sí, le gustó. Vaya, menos mal, menudo apuro habría pasado el hombre si llega a decepcionarle y luego tiene que escribir al respecto…
En cuanto a la novela en sí, resulta difícil comentar un texto en el que la traductora, sin entrar a valorar sobre sus conocimientos del alemán, muestra serias carencias en castellano. Las erratas son frecuentes, pero no tan molestas como las frases que, pese a su construcción correcta, chirrían y resultan de comprensión tortuosa.
Da la sensación de que el original no debe ir mucho más lejos: la acción, que se desarrolla entre militares estadounidenses, tiene ese inconfundible aire falsario de las coproducciones europeas, con personajes que se comportan de manera estereotipada, e incluso tienen nombres absolutamente de pega: el mejor es ese negro al que llaman Moses sin que se sepa por qué, puesto que se llama Geoffrey Calahan -nombre digno de los tiempos en los que Forges dibujaba vaqueros que siempre se llamaban Barrimore-.
Una vez que hayamos navegado a través de ese mar de dificultades, lo que queda es una novelita bienintencionada, pero que difícilmente puede considerarse como recomendable. Jeschke es el único autor de género alemán que ha sido publicado regularmente en inglés, cosa que no han conseguido escritores ya conocidos en España como Andreas Esbach, Wolfgang Hohlbein o Herbert W. Franke. Fue, durante años, el gran impulsor del género en su país, como editor y dinamizador. Pero esta novela no abre el apetito de conocer el resto de su obra.
El planteamiento es razonablemente original, y podría dar pie a algo interesante -razón por la cual afronté su lectura-. Los Estados Unidos consiguen el viaje en el tiempo, y deciden utilizarlo para enviar equipos militares a la prehistoria con el fin de que drenen todo el petróleo hasta zonas geográficas más amistosas en el plano político que las actuales ubicaciones en países árabes.
Pese a que fuera publicada hace más de 20 años, la idea mantiene su vigencia. Pero lo que hace Jeschke con ella es decididamente pobre. Para cuando llega el final -que sí tiene matices más atractivos, incluyendo un cierre triste y coherente-, hemos pasado demasiadas páginas leyendo los vaivenes de desvaídas caricaturas de personajes, diálogos fuleros, y digresiones en las que se dejan caer teorías forzadas para justificar científicamente todo el invento.
Yo de Via Magna pillé «La casa de cristal » de Stross, pero estaba tan sumamente mal traducida y tan mal editada que desde entonces no he vuelto a comprar ningún libro de esta editorial, a pesar de que alguno sí que me «llamaba». A tenor de lo que dices, parece que mi decisión fue acertada.
Una lástima que sigamos siempre con la misma canción.
La clave está en lo que comenta Julián. Los compradores tenemos que ser exigentes de una vez y demandar por precios profesionales ediciones profesionales. Que ya está bien de ciertos desmanes. De todas formas en un par de años no les va a quedar otra porque lo tendremos o barato o gratis…
Nada nuevo bajo el sol. Es triste, pero la actitud de algunos mal llamados editores con respecto a su trabajo es incluso más penosa que la del más aguerrido funcionario.
Atención, hay un cuento del gran Poul Anderson con ese mismo argumento que se llama el Campamento. ¿no lo conoce nadie?. esta muy bien, de heco como sucede en la mayoria de escritores de ciencia ficcion los cuentos de Anderson son mucho mejores que sus novelas.