No sé qué pensar de Hamilton en general y de El vacío de los sueños en particular. Todo lo que puedo decir es que me gusta mucho y no sé porqué. Como el tabaco. Empiezo advirtiendo que El ciclo del Vacío es una falsa trilogía; en realidad es una novela extensísima en tres entregas y que, al emplear la técnica collage, juega al desconcierto como motor de lectura.
En ningún momento encontrarás una definición precisa de las ideas motrices del relato; el Vacío, los sueños de Iñigo, Makkathran… A lo sumo y tras muchas-muchas páginas, llegas a la conclusión de que “En el corazón de la galaxia se encuentra el Vacío, un microuniverso”… que en sus fases expansivas opera como un gigantesco agujero negro tragándose los planetas, estrellas y materia que le sale al paso. Desafía toda física conocida, de donde se sospecha que el Vacío es un alienígena, alguna especie que ha trascendido la forma física y que altera la materia con pensamiento. Nadie entra ni sale salvo, al parecer (no lo tengo nada claro), una flota terrícola que logró internarse unos mil años atrás. Los únicos contactos con la criatura se codifican en los sueños de dos humanos –sueños surgidos para solaz del pícaro lector tras extenuantes maratones sexuales-, que a través de la tecnología inventada por un tal Ozzie (ver saga La Federación), son compartidos por miles de millones de personas dotadas de “motas Gaia”, MacGuffin que permite compartir sentimientos, emociones y sueños.
A través de estos sueños un culto estructurado a la vaticana manera, Sueño Vivo, alienta entre sus feligreses la creencia de que el Vacío es el paraíso. En los sueños se filtran aspectos maravillosos de lo que pasa en el interior del Vacío, así como el contacto con un tal Señor del Vacío, que según soñó “el primer soñador” es la autoridad caracterizada para franquear el acceso al Vacío a través de un “segundo soñador” que debe soñar cómo. De “el caminante de las aguas”, otro que tiene mucha mano en la historia, no tengo ni idea de qué pinta; bastante que sé quién es gracias a dos capítulos finales francamente apoteósicos.
La narración arranca con un prólogo flashback –aviso: no proceder como este reseñador, que no le dio la importancia requerida y tuvo que volver a leérselo varias veces al final del tomo-. A continuación avanzamos unos siglos y asistimos al ascenso a la jefatura de Sueño Vivo del sector radical, el que apuesta por iniciar un éxodo masivo al interior del Vacío.
El problema es que la raza más sabia de la galaxia, al menos la más sabia de entre las pocas que se dignan a mantener contactos con los humanos, considera que invadir el Vacío desencadenará una fase expansiva aniquiladora de centenares de mundos. En tanto ANA, el poderoso gobierno formada por los posthumanos, se debate entre impedir la migración o considerarla un salto evolutivo en la historia de la humanidad en su afán de enfrentarse a lo desconocido.
Escenario servido para una de hostias en cascada.
Pero felizmente la novela no solo no es una sucesión de peleas e intrigas. El vacío de los sueños es, también, una enredadera de motivaciones, cada una con su contexto tecnológico y social fantásticamente urdido. Y es, ante todo, un inmenso collage en el que el cabrón de Hamilton -pues hay que llamarle así- consigue atrapar tu atención piececita por piececita, dándote la ínfima satisfacción de, ves que bien, ahora comprendo un poquito mejor la trama 22 subrramificación 14bis.
Eso sí. Hamilton tiende más trampas que un casino nigeriano. En cualquier novela, allá por la página 300 los protas ya están eligiendo el menú de la boda o los nombres de los hijos, pero aquí no. En la 300 Hamilton sigue introduciendo personajes por la vía de describir detalladamente –hasta el aburrimiento a veces- cómo es el entorno en el que habitan, qué comen, cuántos hijos tienen, quién era su abuelo… ¿He dicho la 300? Error. ¡Cómo se nota que el inglés es un yonki de la escritura! Un tipo capaz de convertir a Lope de Vega en un remedo del Gran Lebowsky: a falta de 50 páginas del final aún sigue sacándose personajes de su interminable manga. Tanto detallismo explicativo en la descripción de los aspectos secundarios contrasta con la deliberada ambigüedad y misterio al abordar los ejes centrales del relato; es decir, Hamilton no solo escribe un collage, sino que además se reserva las piezas de algunas partes del fresco, precisamente, aquellas que dan sentido al todo.
Es una trampa que le perdono. Más me exaspera la falta de límites en algunas tecnologías y personajes, capaces por ejemplo –vía MacGuffin otra vez- de extraer del antebrazo un sancionador cuántico (sea lo que sea, no es bueno) o un dispositivo nuclear. Eso me molesta; todo personaje debe tener límites. Si de repente se saca un arma nuclear como el que esgrime una faca, amén de dejarte preguntando si la llevaría en el culo, quita toda credibilidad al personaje para lo que queda de ciclo; sabes que llegado el caso será como Son Goku, se desdoblará en siete supermanes y de su rival no quedará ni el pelo de las cejas. Idem de la facilidad de algunos para movilizar recursos por importe del PIB de varios sistemas o de hackear las encriptaciones más complejas como el que abre una hucha del Barça o de inventarse un motor mueveplanetas. Esta desmesura afecta a la verosimilitud de la obra y no se la perdono.
Por no hablar de la magnitud del proyecto. Hamilton ignora por completo el significado de “autoconclusivo”. No es que no sepa qué es, sino que no duda en resucitar personajes de otros ciclos, Paula Myo, La Gata, Qatux, Kazimir, Oscar… estableciendo un continuo con Judas desencadenado, que a su vez bebe de Night’s Dawn, como si el autor se propusiera escribir una enciclopedia borgesiana en forma de fractal.
Total, literatura barroca tirando a churrigueresca para pirados y encallecidos lectores de ciencia ficción. Dudo que cualquier otro perfil lector atesore la santa paciencia, no ya de esperar a agosto de 2012 para enterarse de algo (pues para esa fecha, y dándose bien, preveo que la Factoría publique el tercer volumen de la saga), sino que llegando a la página 100 y viendo que aquello no tiene ni pies ni cabeza, me temo que archivará la novela con cara de “hay gente pa todo”. No saben la pena que me darán; por inconcebible que parezca, este servidor ha disfrutado como un enano* de El vacío de los sueños y aguarda anhelante más dosis de este cabrón de Hamilton.
*(expresión que, dicho sea de paso, se las trae)
¡Ostras! Jamás una crítica positiva me ha disuadido tanto de leer una novela. Gracias.
Pues yo me lo he pasado bien. Quiza porque durante algunos años milité en el esnobismo cultural más recalcitrante y ahora cuando leo algo y disfruto y además habla de cosas que me interesan, hago de tripas corazón ante algunas trampas y me limito a disfrutar.
Por cierto, un detalle interesante, utilicé para mi blog una subtrama realmente -glups- espectacular y que creo que a Hamilton le debía partir de risa mientras escribía. Me refiero problemas de pareja (?) que se suscitan cuando eres un múltiplo, es decir, una misma consciencia distribuida en -el caso concreto que nos ocupa- 38 cuerpos. Imagina que tu novia/o tiene 38 cuerpos y, consecuentemente, 38 órganos sexuales, todos ellos interesados en acostarse contigo… y tendremos una vaga idea… Y lo bueno del caso es que no es ninguna chorrada y tiene su rol en la mecánica de la historia. Vaya que sí…
Saludos.
Besa, exactamente lo que proponía aquella comedia de Harold Ramis con Michael Keaton.
Un libro excelente. La trama del Caminante de las Aguas consigue que estés ansioso por ver cuando empieza otro sueño de Íñigo. Voy a por el segundo de la trama. No obstante, quizá por haberlos leído primero, La Estrella de Pandora y Judas Desencadenado me parecieron aún mejores.