Divergencia a más infinito, de Fernando Lafuente

Discrepo de la afirmación inicial del prólogo de Susana Vallejo, cuando afirma que “los relatos son el campo que un escritor debería cultivar para llegar a ser un buen novelista”. Probablemente sea al revés; me sobran las manos para contar los cuentistas que me han seducido cuando novelas buenas las hay a cientos, de donde deduzco que es más fácil escribir una buena novela que un buen cuento. Me parece deplorable, pues, el triste papel de cinta de entrenamiento que los tiempos presentes asignan al cuento.

Pienso que Divergencia a más infinito de Fernando Lafuente es eso, un entrenamiento, un ir probando con esta idea y la otra. Ciertamente hay un aire de familia en estos 13 relatos. Un cierto regusto por la literatura metafísica que (bien escrita) tanto me gusta.

“Pieles Rojas” es una metáfora antitaurina, donde el trasunto indigenista planea hacia un sarcástico final con el que se quiere jugar con el lector. “Autopista” nos adentra en un mundo entre Lem y Kafka muy sugestivo, pero la trama ya no tanto. “Epílogo”, un intento de “pirandelizar” Agatha Christie. Los hay excelentes, como “Crónika” o “Divergencia a más infinito”. En estos dos la aureola de misterio sobrevuela los párrafos, te atrapa y te envuelve, conduciéndote hacia un maravilloso final abierto en “Divergencia…” y algo más previsible pero contundente como un cepo en “Crónika”. Estos dos me han gustado. El resto, pues no.

Quizá mi problema es que no consigo sobreponerme a un estilo muy arriesgado. Con adjetivos a punta pala, abundancia de subordinadas y conectores del tipo “sin embargo”, “mas”, “en efecto”, “más bien”. Sobre todo los adjetivos y las perífrasis; cada día me gustan menos y valoro más la economía narrativa, hablar lo justo, devociones que me convierten en el peor crítico que podría tener Fernando Lafuente para esta antología. Con tanto maquillaje la trama no consigue imponerse a un estilo que no me agrada. Quiero decir que según leía no conseguía zafarme de la arriesgada propuesta estilística de Lafuente, hasta el punto que no sé si son errores del relato entendido como probatura, o giros retóricos, anacronismos deliberados en los que no consigo entrar. ¿Por qué se “muestra vehemente la perplejidad”? ¿Por qué el “calendario se deja colgar de una pared”? No lo pillo. Al final, lo que queda es un estilo artificioso que como revocos de escayola sobredecora los párrafos sin atender a la funcionalidad. No hay espacio al lector para que complete el universo literario que Lafuente se empeña en repujar como si fueran cinturones de las ferias de artesanía. Y estos son caminos literarios que me marean, me dificultan la comprensión de las situaciones y terminan por aburrirme. Más en un terreno como la metafísica. En cuentos de karate o de acción, tira que te va, pero si lo que se pretende es largar una historia compleja, tanto adorno me supera.

Me quedo con los dos cuentos dichos. Hay buenas ideas en Divergencia a más infinito. Y pienso que, en el fondo, el error es enfrentarse a un cuento como a un boceto en el que voy afrontando un cierto aprendizaje. Para mí no. Para mí el relato es como el teatro, un artículo o la novela, un universo literario en sí mismo. No una libreta de apuntes.

15 comments

  1. deduzco que es más fácil escribir una buena novela que un buen cuento.

    No podría estar más de acuerdo con eso. De hecho, me sorprende que Susana afirma que el cuento es como un campo de pruebas, una etapa de aprendizaje para llegar a la novela. No podrían ser géneros más distintos. Y el cuento es mucho más exigente que la novela.

    Tendemos a ser más indulgentes a la hora de juzgar una novela, a perdonarle pequeños fallos de ritmo o partes peor llevadas, siempre que no se carguen el resto. En un cuento, todo debe ser redondo, o casi, para que funcione.

    En fin, perdón por la digresión. Pero me ha sorprendido tanto el comentario de Susana Vallejo que no he podido por menos que comentarlo.

  2. Supongo que dependerá mucho de cada escritor. Hay escritores de cuentos incapaces de conseguir una buena novela y viceversa. Pero, a pesar de todo, yo también le veo cierta dignidad al cuento, cierta complejidad, ciertas exigencias que no encuentro en la novela. Quizás por eso yo leo tan pocos cuentos. Me parece taaaan difícil encontrar cuentos perfectos… ¡Pero son tan impactantes cuando los encuentras!

  3. Como experiencia puramente personal, el esfuerzo que me exige un cuento siempre es mucho mayor que el que me pide una novela. Evidentemente, en una novela el esfuerzo se prolonga más en el tiempo, pero la intensidad de éste es sensiblemente menor.

    Y, desde luego, y de nuevo es una apreciación muy personal, siempre estoy mucho menos satisfecho de mis cuentos que de mis novelas.

  4. ¡A mis brazos! :)

    Yo también tengo la misma sensación cuando escribro relatos o ficción mínima.

    Sin embargo yo suelo sentirme mucho más satisfecho de mis relatos que de mis novelas, siento que les falta esa intensidad que logro en distancias más cortas.

  5. Supongo que ahí ya nos movemos en terrenos resbaladizamente subjetivos.

    Siempre me he visto como un escritor de novelas: es la distancia donde me siento cómodo y a gusto y, de hecho, cuando empecé a escribir pasaron años antes de que se me ocurriera escribir cuentos.

    Me gusta escribirlos, sí, por el desafío que representan y, precisamente, porque me son difíciles. Pero, desde luego, donde estoy a gusto es en la novela.

  6. Comparto todo pero especialmente lo de Fernando Angel, A mi me gusta el cuento perfecto del siglo XX (antes eran otra cosa, casi novelas breves), que ni falte ni sobre, iluminador … No puede ser simplemente entretenido (que una novela sí). Es una chispazo en el centro del cerebro. Es un dispositivo. Exacto, preciso, blanco o negro… Sé que pedirle tanta excelencia a un autor es injusto. Pero es que una vez lees uno bueno, todo lo demás sabe fatal.

    También debo decir que por cuento entiendo algo breve, algo de 10 páginas, pongamos…. (luego está la novela breve, que es otra historia, y junto con el artículo me parece un formato más válido para foguerse). Yo aconsejo a tol mundo que no pretenda aprender haciendo neurocirujía que empiece cosiendo costurones… En la miniatura no vale con el entusiasmo y una buena idea, hay que tener talento y grandes dosis de oficio. Por eso debería estar reservado a los grandes maestros.

    Ocurre que el sistema tal cual está montado redunda en el cuento como un trailer de una hipotética novela… Te dices, que buena idea para una novela, pero es mucho tiempo, así que hago un cuento a ver qué tal… Y claro, desde la perspectiva lectora no funcionan ni patrás.. Y aprender a novela, más bien poco. Y a escribir, poco también…

  7. En primer lugar, agradecer a Luis Besa por el tiempo dedicado al libro. Hasta ahora he recibido más críticas positivas que negativas, pero no porque esta sea de las últimas voy a dejar de valorar el interés mostrado.

    Me gustaría hacer, eso sí, una serie de matizaciones. Siendo el autor, creo que puede ser una buena aportación para dejar claros varios puntos. Allá van.

    Llevo más de veinte años escribiendo relatos y soy plenamente consciente de que el cuento es un universo distinto a la novela; en eso estoy de acuerdo con todos vosotros. De hecho, jamás he escrito una, y si en algo me he especializado es en narrativa breve. Por ello, disiento por completo con la idea que ofrece Luis de que Divergencia a más Infinito sea un “entrenamiento” o “campo de pruebas”, y mucho menos una “libreta de apuntes”. Todas las historias del libro se concibieron por y para ser lo que son: relatos de principio a fin. A veces más largos y con mayor trama, otras breves, como esos destellos que decía Sim; en ocasiones alegóricos y en otras mundanos, pero siempre CUENTOS con mayúsculas. Y como cuentista que me considero he desplegado en trece textos una gama de registros variados, dirigido a los amantes del relato. Nada de experimentos. Mi fórmula puede gustar más o menos, pero está ampliamente probada. Y suele funcionar.

    Por otro lado, está el supuesto “lenguaje arriesgado”. Yo, la verdad, no veo el riesgo por ninguna parte: es castellano utilizado a buen rendimiento, utilizando sus armas (ya sean coordinadas, subordinadas o las que demande el contexto). Coincido con Luis en que a veces me puede un poco la pasión y tiendo a adjetivar más de la cuenta, pero nunca es por buscar el barroquismo de forma gratuita, sino porque en ese momento creo que lo pide la narración. En cualquier caso, para nada llega a bloquear la lectura (ni por asomo) hasta el punto de perder el hilo o el interés por lo que se está leyendo. Categóricamente, no. No considero, ni de lejos, mi estilo tan alambicado como sugiere Luis y mucho menos que tenga el efecto que menciona. Además, no acierto a entender cómo le desagrada tanto dicho estilo (por su tono, casi hasta la aversión), diciendo cosas como “Al final, lo que queda es un estilo artificioso que como revocos de escayola sobredecora los párrafos sin atender a la funcionalidad. No hay espacio al lector para que complete el universo literario que Lafuente se empeña en repujar como si fueran cinturones de las ferias de artesanía.”. Como no dudo de la buena fe de Luis al escribir esta reseña, me resulta difícil comprender cómo se puede criticar una herramienta del lenguaje haciendo uso extensivo de ella. Me parece un contrasentido. Además, ¿qué hay de malo en que “la perplejidad se muestre vehemente” o que “el calendario se deje colgar de una pared”? ¿Acaso hay que renunciar a incluir imágenes en la prosa breve? ¿La literatura, por muy de género que sea, solo debe ser funcional? Por supuesto que no.

    Por último, me hubiese gustado que el artículo hubiera dado algo más de cancha a los argumentos de los relatos y no redundar tanto en el aspecto estilístico, con el que el reseñador ya ha dejado claro que no comulga. Luis cita y comenta varios relatos, pero de forma tan somera y peculiar que no resulta demasiado esclarecedora. Además, no sé si como autor podré jugar mucho con el lector en “Pieles Rojas” si no se quita el adjetivo a “metáfora”. No obstante, me alegro de que al menos le hayan parecido buenos dos relatos y haya disfrutado con ellos.

    En definitiva, vuelvo a decir (sinceramente, y sin rastro de sarcasmo) que agradezco la reseña de Luis Besa y la respeto, aunque en su mayoría no la comparta. Invito a todo aquel que haya leído el libro a que dé su opinión, sea positiva, negativa o neutra, y a leerlo a quien no lo haya hecho todavía, asegurándole que hay historias que merecen mucho la pena. No creo que mi estilo vaya a desalentar a nadie y las tramas son lo suficientemente sugerentes para atrapar y hacer reflexionar. Solo hay que darles la oportunidad.

    Gracias a LP por hacerle un hueco a la obra. Un saludo.

  8. Saludos Fernando. Se agradece la cordialidad de tu réplica, sé por experiencia que esto no es plato de gusto de ningún autor. Sé, también, que te debo una explicación más extendida. A través de la organización te mandaré un email más extenso, si te parece.

    Quiero dejar bien claro que para nada tu uso de la lengua me resulta incorrecto, pobre o como quieras llamarlo. No. A mi modo de ver es, como he dicho, la subordinación, el machacar una misma idea tres veces en un párrafo, el meter demasiadas ideas en un párrafo, la adjetivación y en definitiva, el adorno, me resultan un estilo excesivo y pesado. Lo mejor será argumentarlo con ejemplos. Es lo menos que puedo hacer. A ello añade que soy realmente un lector de cuentos difícil de contentar. Que pido demasiado. Para mí la cosa es Pere Calders, Bukovsky, Schwob, Babek, Borges&Cortazar y algún otro sudamericano (En este pueblo no hay ladrones de GM) y para de contar. En CF, a todo lo más, algo de Ted Chiang y por cuestiones sentimentales, la Taberna del Ciervo Blanco, que lo leí de crío, y con reservas. Por eso es la última vez que reseño/critico antologías de cuentos. No me parece justo. No más Santo Tomás.

    Son cosas como la del calendario. No hay nada malo, pero si quieres decir que hay un calendario en una pared, pues «cuelga un calendario de la pared», no veo que mejora «se deja colgar…» es un ejemplo. Le metes ahí una languidez que… bueno, digna de la descripción de una siesta tropical, a qué responde? Son ese tipo de cosas las que me frustran…¿es tan importante ese tono lánguido y abúlico¿ ¿No es un contrasentido en lo que se supone es una tensa partida? Vale, ya sé que es una pista, pero como lector no sé, me basta con «cuelga el puto calendario».. :). Probablemente, apreciaciones estéticas subjetivas… Sí que me gustaría conocer un poco tus gustos e inclinaciones, eso me ayudaría a hacerme una idea mejor… Posiblemente el quid de la cuestión es que tengamos ejes literarios muy distintos.

  9. Hay mil maneras de decir que se cuelga un calendario y defender que la más sencilla es la mejor… En fin, es solo la más válida para los amantes de la narración por la narración. Pero afirmar que basta con con enunciar las cosas, con decir «cuelga el calendario»… Termina de un plumazo con el estilo de Valle-Inclán, Proust, Lovecraft, Wallace, Ovidio, Homero, Calderón, Martínez Biurrun (por ponerme más local), Eximeno (para que se me pueda acusar de colar a amiguetes), Roth, Durrell, Quevedo, Aldiss, Gibson, … Y con toda la poesía.

    No sé si Lafuente escribe o no alambicado, pero el argumento absoluto que da Luis es completamente de gusto personal, sin ninguna sustentación literaria.

    Todo el párrafo sobre el estilo, en esta crítica, me ha sorprendido por ese vuelco de gustos personales. ¿No se pueden usar muchos conectores ni subordinadas? Y no veo nada raro, la verdad, en el ejemplo que cita: «El calendario se deja colgar en la pared» me parece de lo más sencillo del mundo.

    Seguro que se podría escribir de manera mucho más simple lo siguiente: «El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto». ¿Le preguntarías a Gibson si es necesario ese tono lánguido para una novela de ciencia ficción? (Perdón… Prospectiva.)

  10. Aunque hay , como en toda crítica, una parte subjetiva con la que se puede o no estar de acuerdo, yo disiento con la afirmación de que Fernando se enfrenta al cuento como a un boceto. Como alguien que lo conoce desde hace muchos años y que ha sido testigo directo de la paciente elaboración de sus relatos, puedo afirmar que son para él obras completas y llenas de sentido; simplemente, se mueve en un terreno diferente y maneja un estilo propio.

    El uso que hace de las palabras va condicionando el proceso mental del lector, que se encuentra de frente a ciertas pistas que, bien unidas durante una paciente trama, le llevarán a una solución final que, como con una ecuación, bien puede ser única. Puede o no gustar su manera de conducir al lector por los entresijos de la historia, pero es marca propia y alma de su narración, y en ningún caso denota (ni connota) ánimo iniciático en su aproximación al relato.

    Modificar su estilo sería eliminar el relato que nos presenta. Es forma y fondo de la trama. Medio y fin.

  11. Christian lo ha dicho mucho mejor y más claro que yo, de un modo en que se puede resumir cualquier forma literaria: «Modificar su estilo sería eliminar el relato que nos presenta. Es forma y fondo de la trama. Medio y fin.» Luego gustará o no. Yo, por el momento, voy a leerme este libro.

    De todos modos, quiero dar la enhorabuena a Luis por el esfuerzo de la crítica. Sea de un modo u otro, creo que ha representado una faceta del libro que indica por dónd eva.

  12. Espero que no sea muy tarde para unirme a esta discusión, pero sí, por mi parte considero el cuento como un géneor distinto de la novela.
    Las discusiones sobre la concepción del cuento como germen de una novela se tiraron por tierra ya en este país durante los años cincuenta con la generación dle medio siglo (que practicaron mucho el cuento). Además, un cuento que se ha estirado para transformarlo en novela no suele funcionar como producto literario redondo, suele demostrar altibajos.
    La práctica del cuento resulta compleja por su sintetismo o concisión, su poder evocativo y su precisión. Las metáforas que no han dejado los escritores para definir el cuento hablan por sí mismas [véase Cortázar, Quiroga, Poe]. En ellas se encierra la complejidad del cuento que busca una compleja armonía en un espacio reducido de los tres elementos que he mencionado.
    Por ello, el cuento puede tener a una economía de elementos, que no significa una ecnonomía gramatical. Creo que el mejor ejemplo de economía narrativa se encuentre en los cuentos de Borges. El escritor argentino consigue que no sobre nada, que no se pueda eliminar nada. Para mi gusto, sus cuentos son redondos, y no sólo por el contenido, pues ahora hablaba de la forma en que los escribe.
    La novela puede perderse en su extensión, puede desarrollar tramas, subtramas, perosnajes y más personajes, no se impone límites [pongo como ejemplo la obra de Proust]… Ello demuestra que su práctica es distinta, el escritor busca otros medios para expresar lo que desea, debe buscar la armonía de la trama y el tono narrativo donde el límite espacial únicamente se lo indica la trama que desarrolla.
    Si es más difícil uno u otro… Eso ya depende del escritor, cada uno se encuentra más cómodo en un ámbito o en otro, o en ambos. Pero desde luego, cuento y novela son dos géneros narrativos bien distintos.

  13. Mi respuesta, Luis, no podía partir sino de la cordialidad. El ambiente de la página lo propicia, y al fin de al cabo no somos más que aficionados al género hablando de la literatura que nos gusta con mayor o menor acierto. Aquí el respeto se presupone y casi siempre (me acuerdo de cierto intercambio dialéctico en cierta columna controvertida, je je) se practica. Siéntete, por supuesto, libre de escribirme a mi correo y hablamos de lo que quieras. Me encanta intercambiar impresiones con otros escritores.

    Me alegro de que la gente se haya animado a escribir comentarios, ya sea acerca de la reseña o de la dicotomía entre novela y cuento. En especial, agradecer a Fernando Ángel que haya decidido leer el libro (ya me/nos contarás) y a Christian (el señor Glaría, supongo; agradable sorpresa) su definición de mi obra, que ni yo mismo plantearía mejor.

    Me gustaría también, si me lo permitís, suscitar dos temas que me resultan curiosos.
    El primero. Como escritor de relatos, siempre he querido saber qué historias eran las favoritas entre mis lectores cuando presentaba una antología. En el caso de Divergencia a más Infinito, ha habido de todo: Luis ha hablado de Crónika y el que da título al libro, Pilar (Alberdi) mostró su predilección por el lado más emocional en Salto en el tiempo, Óscar Bribián se inclinó por la ironía de Escritor de Éxito, Roberto Malo por el suspense de Presagios y El hombre del ascensor… Y esto me lleva a lanzar al aire una pregunta, dirigida sobre todo a los escritores de cuentos. Cuando publicáis una colección de relatos… ¿tiene más valor para vosotros que haya una serie de textos que sean subrayados por la mayoría de lectores, confirmando su mérito y relegando quizá al resto, o es mejor que haya variedad de gustos sin dejar apenas historias fuera pero sin encumbrar a ninguna en particular?
    El segundo. ¿Hasta qué punto es importante (si queréis, en relación a la novela u otros géneros) el título de un relato? ¿Debe dar alguna clave o pista sobre lo que viene a continuación, ser una idea que resuma el cuento, algo atractivo aunque no arroje luz alguna sobre la trama o basta con que sea funcional?
    Yo ya me declaro: lo considero fundamental. No sé si Luis habrá apreciado ese detalle al leer el libro. En este aspecto soy incluso maniático; confieso que no puedo comenzar a escribir un relato hasta haber elegido el título antes, por lo menos uno provisional.

    Si os apetece aportar vuestra visión, adelante.

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