Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero

No se puede negar la importancia que ha tenido, y tiene, Blade Runner para la inteligentsia cultural española. No es raro que su título aceche desde el más insospechado artículo de prensa o que, por doquier, se cite su frase más conocida. Un mantra que ha perdido parte de su brillo inicial de tanto declamarse. Lo que no era previsible, creo, es encontrarse con una novela como Lágrimas en la lluvia de Rosa Montero; argumentalmente inconcebible sin el bagaje aportado por la adaptación de la novela de Philip K. Dick que dirigiera Ridley Scott allá en los lejanos inicios de la década de los 80. Escrita desde una devoción que parece más propia de un fanfiction.

Pongámonos en situación.

Madrid, año 2109. El mundo ha cambiado respecto al que conocemos: viajes interplanetarios, vida extraterrestre, teleportación, catástrofe ecológica… En esa sociedad a cien años vista destaca la presencia de los replicantes, seres creados para realizar todo tipo de labores que, después de dos años de servicio, disfrutan de ocho años de vida en libertad antes de morir. La diferencia sustancial con los que vimos en Blade Runner está en que disfrutan de nuestros mismos derechos, aunque existe un importante conjunto de la sociedad que no comparte esa idea y defiende, incluso, su eliminación. Al inicio de Lágrimas en la lluvia se producen una serie de asesinatos en los que varios «pellejudos» se vuelven locos y matan de forma indiscriminada a una serie de personas. Aquí es donde entra en juego Bruna Husky, una detective replicante contratada para descubrir qué hay detrás de estos hechos «fortuitos».

El homenaje a Blade Runner va más allá del atrezzo y donde mejor se observa es en la construcción de Husky, un androide a la que faltan cuatro años, tres meses y unos cuantos días para verse afectada por el TTT (Tumor Total Tecno); la enfermedad que se llevó a su pareja rep y que la conducirá a una muerte inevitable. Este punto de partida crece a medida que Montero desgrana más detalles sobre el personaje y la acción comienza a revelar facetas hasta el momento ocultas. Quizás no del modo en que me habría gustado, desde la sugerencia o implícitamente a través de las diversas acciones que toma, pero de una manera muy coherente. Como dijo la propia Montero hace unas semanas en una presentación en Santander, Husky es un heterónimo suyo. Y, creo, el principal valor de Lágrimas en la lluvia.

Es a través suyo, y de la angustia que le produce el saber el tiempo que le queda por vivir, de donde surgen las reflexiones más interesantes acerca de la muerte y del miedo que produce, de la búsqueda de respuestas cuando esta se aproxima, de la manera en que nos arroja hacia la superstición y las supercherías… Y también de la naturaleza maleable de la memoria gracias a unos replicantes que viven una ficción basada en unos recuerdos implantados que no llevan nada bien.

En la mencionada presentación, Montero también comentó que había trabajado extensamente a la hora de construir ese futuro en el que se desarrolla Lágrimas en la lluvia; hasta grados de exhaustividad tales como redactar algún que otro texto (seudo)jurídico al que se hace referencia durante la narración y que no se plasma en ella. Este trabajo no sólo resulta evidente en los documentos de diversa índole incluidos en la novela provenientes del Archivo Central de los Estados Unidos de la Tierra que, a modo de enciclopedia, nos permiten conocer momentos históricos fundamentales para entender los cien últimos años de historia o cómo cierto descubrimiento ha modificado el curso social. Continuamente se introducen en el relato detalles no ya sobre los propios personajes, la acción, de dónde vienen, a dónde van… sino sobre los diversos gadgets que se utilizan o el propio mundo en sí. Este recurso es origen de dos de los puntos más débiles de Lágrimas en la lluvia. Primero, el toque fantacientífico de gran parte del mundo, observable en la terminología utilizada para crear el futuro y en la maldita necesidad de entrar en determinadas explicaciones que fuerzan la suspensión de la incredulidad más de la cuenta.

Por ejemplo el argumento se habría entendido igual sin necesidad de entrar en las justificaciones pseudocientíficas de cómo funciona la teleportación y las consecuencias que tiene para aquellos que la practican. Sin embargo Montero se deja arrastrar por la tentación y, en esos momentos, la historia adquiere un aire pulp que, en algún momento, roza la chapuza. Está claro que un escritor no necesita la formación y la creatividad en este aspecto de un Egan, un Stross, un Aguilera… pero hemos leído grandes novelas de futuro cercano que obviaban estas situaciones al no enfangarse en un territorio cenagoso donde resulta más fácil salir trasquilado que con la lana intacta.

Aunque supongo que esta queja no molestará a la mayor parte de los lectores del mercado que debe estar comprando el libro. A mi tampoco lo ha hecho… en exceso. Más insidiosa es la manera en que estas sobreexplicaciones echan el freno sobre la narración, hasta el punto de, en mi caso, haberme leído en diagonal demasiadas páginas sin perderme nada relevante. No estamos ante descripciones que aporten información clave sobre la la narración, ni sobre los personajes, ni sobre cómo interaccionan, ni sobre la época en sí… Son fragmentos, como el siguiente (entre las páginas 287 y 288), que por separado son veniales pero uno detrás de otro cansan.

[…] La legación estaba bastante lejos del Majestic y decidió tomar de nuevo un taxi pese a sus renovados propósitos de hacer economías. Pero después de perder diez minutos en la acera sin lograr que le parara nadie, tuvo que tomar el metro. Era evidente que los taxistas humanos no querían llevar a un tecno de combate, y en Madrid el sindicato de constructores había impedido que hubiera taxis automáticos como los que circulaban en otras ciudades. En cuanto a los taxistas androides, parecían haber desaparecido. En realidad, apenas se veían reps por ningún lado.

Llegó a la cita sin aliento: estaba siendo un maldito día de prisas y carreras. La sede de los representantes labáricos era un enorme y vetusto edificio situado en la avenida de los Estados Unidos de la Tierra, junto al Museo del Prado. Durante siglos había sido una iglesia católica, la iglesia de los Jerónimos, hasta que fue quemada y medio derruida en tiempos de las Guerras Robóticas. La empobrecida institución católica, hundida por sus crisis internas, por el laicismo progresivo del mundo y porque los individuos ansiosos de certezas preferían doctrinas más radicales, se vio obligada a vender las ruinas a un consorcio que en realidad era una tapadera de sus más acerbos contrincantes, los únicos del Reino de Labari, que reconstruyeron el tempo en una versión amazacotada y sombría. Contemplando ahora esa mole pintada en un tono morado oscuro, el color ritual labárico, la detective sintió un escalofrío: ese edificio arcaizante, abrumador y riguroso era toda una declaración de principios, una definición pétrea de la intransigencia.

Mención aparte merecen los diálogos, que por momentos rozan lo tragicómico; decisiones argumentales no del todo bien resueltas, cuando no ingenuas (la recreación de la historia pasada que se hace a través de la modificación puntual de la wikipedia de la época es de lo más pueril, sobre todo si se compara con la que vemos hoy, por ejemplo, en determinados medios de comunicación); o detalles decidamente infantiles como la aparición de un Bubi (para no entrar en engorrosos detalles, la versión de los ewoks en el universo de Lágrimas en la lluvia).

Se podría hablar más largo y tendido de estos y otros aspectos, pero creo que la conclusión a la que he llegado está más o menos establecida. Lágrimas en la lluvia es una novela valiosa por lo que supone (Rosa Montero, Seix Barral, se reconoce que es ciencia ficción sin complejos…) y con un buen personaje protagonista que naufraga porque en gran parte de su recorrido apenas tiene tensión; una obra más preocupada por demostrar lo que hay detrás de la narración que por la propia narración en sí. Quizá en una futurible nueva novela sobre Husky, con el mundo ya establecido, la historia pueda centrarse más en sí misma y el resultado sea diferente. Sin embargo, por el momento el calificativo que me viene a la cabeza es el de decepcionante.

24 comments

  1. ¡Qué sorpresa!
    Un diva de la literatura española cometiendo los mismos errores que cometemos los que nos arrastramos por el fango.
    :)
    Seguro que hay película y todo.

    En fin.
    La clave del éxito en la vida es el don de la ubicuidad.
    El talento y el esfuerzo ayudan, pero saber estar en el lugar adecuado en el instante preciso, es todo los que necesitas para alcanzar el éxito.
    ¿No acaso verdad, ciudadano concejal?

  2. Rosa Montero es Rosa Montero. Una escritora-marca bien posicionada en el sector psicológico-setimental-femenino desde los años 80. Yo creo que su novela es beneficiosa para la CF, pues lleva a temáticas CF a lectores que tradicionalmente sienten repelús por lo nuestro.A ver si hay suerte y se engancha alguien a partir de ahí, que lo dudo, pero al menos se ha intentao…

  3. De acuerdo con Sim: Rosa Montero escribe novelas de Rosa Montero que transcurren en diversos géneros, pero es que sus lectores (o principalmente, lectoras) le piden eso. Como ya he mencionado muchas veces, lo que más me sorprende de primeras de «Lágrimas en la lluvia», y de forma muy positiva, es la honestidad: creo que hasta ahora ningún escritor mainstream que se ha metido en la ciencia ficción ha tenido el valor de decir «esta novela se basa en este universo», en vez de coger ese universo, cambiar los nombres y un par de detalles y echar palante.

  4. Montero tiene una novela de hace veinte años, _Temblor_, que ya demostraba lo que le gusta el fantástico puro… y que no le importa que se le noten las influencias. Por tanto, para los lectores informados ninguno de los dos aspectos deberían ser una sorpresa.

    Eso sí, si no recuerdo mal _Temblor_ estaba razonablemente bien escrita, mientras que los párrafos citados de su nueva novela invitan a pensar que ésta no tanto.

  5. «No se puede negar la importancia que ha tenido, y tiene, Blade Runner para la inteligentsia cultural española.»
    Esta apreciación, en mi opinión, merece una cítrica reflexión. Y creo que el autor, soterradamente, busca provocarla: la ‘inteligetsia’ aludida, ¿se apuntó al mito porque le reconocieron valores desde el primer momento -yo estaba en el estreno, y lo flipaba con la distopía que me mostraban-, o están en la pomada porque mola elogiar «Blade Runner»? ¿Es un caprichito ‘cultural’, o una admiración legítima?
    Me parece que esta ‘inteligetsia’ se ha apuntado al rollo como ahora están «empezando a amar» el cómic, por pose esteta, porque es lo que se lleva, pero le importa un c*r*j* lo que ve, contiene, permite especular, la historieta.
    Es la pose, tíos (y lectoras). Y creo que deberían hacérselo ver, esperando que la impostura, al menos, les provoque un instante de bochorno, si son capaces de sentirlo.
    Por otra parte, ¡aclamad al autor del comentario!

  6. Eso, antonio, es puro gafapastismo friki. Que lo sepas.

    Y Luis, no conocía esa novela que nombras. Desgraciadamente «La hija del caníbal» me dejó sin ganas de leer nada más de esta mujer.

  7. Ojo, que no recomiendo particularmente _Temblor_: el primer centenar y pico de páginas era bastante bueno, creo recordar, con un aire a lo Ursula K. Le Guin muy conseguido. Pero luego la novela se iba al cuerno. Con deciros que había una escena calcada de la película de _La historia interminable_…

  8. Una entrevista aparecida en ADN en la que nos deleita con un estudio pormenorizado de la cifi en España:

    http://www.adn.es/cultura/20110530/NWS-0128-Espana-gusta.html

    Por otro lado parece ser que Blade Runner es la única obra de ciencia ficción merecedora de ser calificada como inteligente y que por lo tanto no debería considerarse cifi. Hace poco me dí de bruces con un libro titulado «Blade Runner. Lo que Deckard no Sabía» que en contraportada reza lo siguiente:

    «Pese a estar catalogada como una película de ciencia-ficción, «Blade Runner» –obra maestra que se ha convertido merecidamente en un icono cultural de nuestro tiempo– tiene poco que ver con las utopías futuristas propias del género;»

    Ejem, ejem, ejem, ejem…

  9. «[…] tiene poco que ver con las utopías futuristas propias del género;”

    Niño,eso no se toca ¡caca!.

  10. La «inteligentsia» española se apuntó al carro de Blade Runner ya desde su estreno en los ochenta. No es cosa de ahora. Que lo hayan hecho por lo que lo hayan hecho, ni entro ni salgo (aunque, probablemente, lo hicieran por motivos más estéticos que otra cosa, lo cual es perfectamente respetable) pero no se subieron al carro cuando se convirtió en una obra de culto. De hecho, fueron parte de los que contribuyeron a convertir la película en una obra de culto.

    Hay suficientes artículos en las publicaciones de la época, inicios de los ochenta, por no mencionar un libro de Tusquets de 1988 con artículos de:

    Rafael Argullol
    Guillermo Cabrera Infante
    Juli Capella & Quim Larrea
    Alberto Cardín
    José Luis Guarner
    Antonio Miró
    Vicente Molina Foix
    Fernando Savater
    Antonio Tello
    Eduardo Urculo
    Jorge Wagensberg

    Ni entro ni salgo a valorar el tema, pero vamos, por puntualizar. El «enamoramiento» de cierta «intelectualidad guay» española con Blade Runner no es cosa de hace cuatro días, ni mucho menos.

  11. Ah, Antonio, que quede claro. La «inteligentsia» no ama el cómic. Ama las «novelas gráficas», faltaría más.

  12. Por cierto, y si me permitís. Fernando Savater, en el libro mencionado, comentada lo siguiente:

    El gusto del espectador teatral o cinematográfico, del lector, del aficionado a las artes plásticas, etc., no debe ser formado por el crítico, sino a pesar del crítico y contra el crítico. Cualquier persona sensata sabe que un crítico no es más que otro mirón, aunque con posibilidad de escribir y por tanto obligación de dogmatizar su peculiarísimo gusto. Leer críticas de artes y espectáculos es una afición divertida por la misma razón que hay quien se divierte leyendo horóscopos: porque no existe obligación racional ninguna de hacerles caso.

    El buen gusto es algo frágil y cuestionable, pero el malo se presenta de manera inequívoca, vigorosa y constante. Un crítico que ha revelado buen gusto en dos o tres ocasiones puede siempre fallar a la próxima, por lo que sus dictámenes deben ser acogidos cada vez con recelo; pero quien ya ha probado su mal gusto -es decir, quien se empeña en recomendarme lo que no puede gustarme y prohibirme lo que me gusta- es un guía fiel, aunque al contrario. En cuanto tengo localizado a uno de esos turbios adivinos lo aprovecho sin escrúpulo: cada una de sus fobias se me convierte en recomendación y cada una de sus recomendaciones me hace poner pies en polvorosa. Les debo hallazgos inolvidables y milagrosas escapadas.

    En cuestión cinematográfica tengo la suerte de que la mayoría de los críticos oficiales tienen un gusto detestable, es decir, para nada coincidente con el mío. Les pongo cabeza abajo, como Marx quería hacer con Hegel, y me sirven muy donosamente como brújula. Gracias a ellos he disfrutado joyas denostadas como El nombre de la rosa (cuanto más semianalfabeto era el censor, tanto más seriamente afirmaba que ‘la novela es mucho mejor’), Los intocables, E la nave va…, mientras evité con hábil escorzo ensalzados bodrios como Masacre o Novecento. El mayor regalo, empero, obtenido por este sencillo sistema fue la milagrosa Blade Runner, uno de los mayores esfuerzos metafísicos del cine actual. Como la metafísica a la que me refiero no es la tópica concentración ceñuda del estreñido esforzándose por producir lo que le sobra (según la conocida imagen del Pensador de Rodin), sino la reflexión vivaz y melancólica de la rosa del presente en la cruz del porvenir, fue de inmediato tachada de «efectista» (insulto tan cruel como llamarla «cinematográfica», pues no hay película que no lo sea), «deslavazada», «pretenciosa», y -crimen de crímenes- «superficial. El cine americano ya no es lo que era, comentó algún sesudo sabio que hace veinte años llamaba fascista John Ford y «codicioso artesano» a Hitchcock. Bueno, al menos él sí sigue siendo lo que era: un solemne imbécil.

  13. Hasta los cojones estoy de oír que Blade Runner es buena porque no es ciencia ficción. Ay, qué cansinos, de verdad… Ya ni apetece contradecirles…

    De todos modos, me parece muy buena cosa que se salga al atril diciendo: «Escribo cf. ¿Passa algo?». Bien por Rosa Montero, calidades literarias aparte.

  14. El ensayo de Savater fue lo que más me gustó de ese libro, con mucha diferencia. Entre otras cosas, su interpretación del famoso monólogo final de Batty es sublime.

    Y firmo lo último que ha escrito Fernando Ángel en su comentario. Bien por Montero en su postura.

  15. A Risingson: gracias por la aclaración sobre el ganado en particular.
    A Rudy: ¡ah, sí, la novela gráfica! Ya mismo les parecerá cosa anticuada y se aferrarán a la «enciclopedia gráfica», que dará augustas proporciones a la historieta y no les hará sentir mal al hablar de las viñetas.
    *El “enamoramiento” de cierta “intelectualidad guay” española con Blade Runner no es cosa de hace cuatro días, ni mucho menos.* No te lo discuto, pero hago comentario de los que yo he conocido, los de «la intelectualidad guay», ¿sabes?

  16. Totalmente en contra del comentario de Savater contra los críticos, es de esas personas que lee una mala crítica de una obra que le ha gustado y se cabrea, que lee crítica para reafirmarse en sus gustos, no para cuestionarse nada. Nunca he comprendido esa actitud. Es como si yo leyera un par de novelas malas y escribiera un artículo cagándome en los putos escritores, que me obligan a leerme sus pajas mentales que no les interesan más que a ellos, ¡cabrones!.

    La crítica es necesaria, es un género literario más, a mí me encanta leer crítica y no creo que una crítica que no coincide con mis gustos ha de ser mala por narices, ni considero que esté basada en caprichos en vez de en una reflexión intelectual. Y antes de que digáis que Savater sólo se mete con la «mala crítica», en el párrafo final se despacha a gusto con los críticos de gusto detestable «porque no coinciden con el mío».

    En fin, me ha quedado muy de Captain Obvious, pero tenía que decirlo

  17. Blade Runner es un peliculón. Gracias a BR este pobre aspirante a gafapasta sección Joyce se cayó del guindo y dejó de valorar la CF como un género juvenil para chicos con granos y tensiones sexuales no resueltas. Y como yo, algunos más, que nos dijimos, leches, aquí hay sustancia. Y mierda también, claro. Muchos otros gafapasta pues no tuvieron esa suerte, para ellos BR fue la excepción que confirma la regla. Del mismo modo que aún hoy mucho lector de bestselers huyen de la CF con un «ufff, es que es muy complicada»… Gente para todo. No pasa nada. El mundo es asín… Pienso que lo de la Montero va más en la línea de romper contra el «uff, es que la cf usa palabras que no entiendo y tal»… El sólo hecho que una autora así salga al atril y haga una declaración de cariño al género me la pinta simpática. Muy simpática. Que luego su novela no satisfazga a un encallecido lector de prospectiva, pues también, pero creo que Montero no piensa en esa tipología lectora.A lo dicho, un ole por la señora…

  18. El libro «Blade Runner. Lo que Deckard no sabía» es un magnífico y muy documentado análisis cultural sobre los temas que plantea la película: qué es ser hombre, cómo enfrentarse a la muerte, cómo se manifiesta su ser en las ciudades que habita, quiénes son los otros, etc.
    Ni critica, ni deja de criticar la CF, sino que simplemente señala que estos temas -ontológicos, éticos, etc.- son eternos en la filosofía y el arte, sea cual sea el ropaje -o el género- en que se planteen.

Comments are closed.