Hay libros escritos desde la indiferencia, desde la pasión, desde el oficio…, pero Ray Harryhausen. El mago del stop-motion es, aunque suene un tanto fuera de lugar en un espacio como éste, un libro escrito a partir del amor. El amor declarado del autor, Carlos Díaz Maroto, no sólo por un auténtico artesano del cine (en el mejor sentido de la definición), sino por toda una época y una manera de hacer las cosas que para nuestra desgracia periclitó hace ya tiempo.
Para todos aquéllos que hemos alcanzado cierta edad (bueno, a ver, no tanta como quizás esté pensando alguno…) y tuvimos oportunidad de descubrirle en su salsa, es decir, en las oscuras y sugerentes salas de cine de nuestra infancia y no en los contemporáneos y ruidosos salones familiares dotados con DVD o Blue-Ray, el nombre de Ray Harryhausen posee un aura mítica, casi de santo laico. Es sinónimo de magia y fantasía. Cuando examinábamos la cartelera en busca de una película de género para pasar la tarde y su nombre aparecía en los créditos, no había duda: todos al cine como un solo hombre y, luego, a participar en interminables debates sobre las nuevas criaturas con las que nos había deslumbrado comparándolas con las que ya conocíamos.
Los prodigiosos efectos especiales creados en su época por este peculiar cineasta lograron así impresionar en la memoria del aficionado (y mantener en ella) una serie de películas que, de no haber existido Harryhausen, en muchos casos habrían sido olvidadas hace mucho tiempo. De hecho, en buena medida sirvieron para crear y moldear a ese aficionado. Estoy convencido de que muchos de los que empezamos a interesarnos regularmente por las historias “no realistas” en aquellos años lo hicimos en busca de maravillas similares a las que encontrábamos en su obra. Hay que tener en cuenta que hoy, la mayoría de largometrajes poseen efectos especiales, a veces espectaculares y a veces no tanto, hasta el punto de que el cine es capaz ahora mismo de hacernos creer casi cualquier cosa: desde que un joven Anakin Skywalker pudo ganar una carrera de vainas espaciales en una galaxia muy, muy lejana hasta que Forrest Gump le dio la mano al presidente Kennedy. O que miles de personas disfrutaron de los combates de un general Maximus venido a menos como gladiador en la arena del coliseo romano. Sin embargo, hasta que Harryhausen apareció en escena, los efectos se reducían a simplezas como regar a los personajes para simular que estaba lloviendo o agitar una burda maqueta de un barquito en una bañera para representar el agitado viaje por mar de algún intrépido aventurero.
Así pues, este libro supone un minucioso y detallado recorrido por los trabajos de este especialísimo director de efectos que se presenta, para mayor goce, en una muy cuidada edición (tan hermosa en sí misma que supone un buen recordatorio de la superioridad del libro físico sobre el electrónico) de texto ameno y plagado de anécdotas, completado con numerosas imágenes y fichas detalladas de cada película citada. Díaz Maroto sugiere haber trabajado en la obra casi como si fuera su personal regalo de cumpleaños para festejar los 90 años de Harryhausen y en ese sentido obtuvo la colaboración y el apoyo personal tanto del cineasta como de la fundación que se encarga de mantener su legado.
Los primeros capítulos nos hablan de la fascinación de nuestro hombre por el trabajo de Willis O’Brien, el creador de los efectos especiales de la primera versión de King Kong en los años treinta del siglo XX, y de cómo ese deslumbramiento inicial le convenció de que no sólo deseaba dedicarse al cine sino a esa parte específica del cine. Tras foguearse en diversos proyectos, incluidos los documentales propagandísticos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, se nos muestra su progresivo aprendizaje, ensayo y experimentación de diversas técnicas de animación hasta llegar a desarrollar su Dynamation/Dynarama, la marca personal con la que vendería sus espectaculares trabajos a la industria cinematográfica.
Por las páginas del volumen desfilan El gran gorila (con obvias influencias de King Kong), El monstruo de tiempos remotos (Un Godzilla a la americana), La Tierra contra los platillos volantes, La bestia de otro planeta, La gran sorpresa: los primeros hombres en la Luna y otros trabajos repletos de seres y monstruos prehistóricos o alienígenas, antes de desembocar en los mitológicos y fascinantes episodios del tríptico de Simbad (Simbad y la princesa, El viaje fantástico de Simbad y Simbad y el ojo del tigre) o de la Antigua Grecia (Jasón y los argonautas y Furia de Titanes). Cada capítulo está dedicado a un proyecto, y así podemos disfrutar también de sus adaptaciones de clásicos de la literatura universal como Los tres mundos de Gulliver o La isla misteriosa sin olvidar la única pero popular colaboración que realizó con la factoría Hammer: Hace un millón de años. Una película, por cierto, innovadora en diversos aspectos y no sólo desde el punto de vista técnico o de los efectos especiales. Díaz Maroto recuerda que, para dar verosimilitud y fuerza al metraje, se empleó un lenguaje primitivo inventado específicamente para la película, lo que fue denostado por la crítica de la época. Sin embargo, unos años después En busca del fuego de Jean Jacques Annaud empleó el mismo recurso y fue saludado como algo originalísimo y meritorio: ¡los viejos prejuicios de los críticos, empeñados en castigar al género fantástico por el “crimen” de apartarse deliberadamente de la realidad consensuada!
Dinosaurios, serpientes gigantes, cíclopes, una Kali armada con media docena de espadas (una por brazo), arpías, esqueletos, la Gorgona más inquietante de su época, todo tipo de alienígenas y monstruos de diverso tamaño…, pueblan este libro fascinante y maravilloso que nos desvela curiosos secretos de rodaje. Por ejemplo, los escenarios españoles donde se filmaron muchas de aquellas secuencias, y algunos de sus protagonistas ibéricos, como la de aquella compañía de ballet española y sin experiencia cinematográfica alguna que encarnó la tribu de los salvajes Hombres Verdes enemigos de Simbad en el segundo de los títulos dedicado a este héroe de Las mil y una noches.
El repaso a la trayectoria de este director de efectos especiales que siempre templó y mandó en las secuencias de las cuales fue responsable, por encima del director oficial del largometraje, se completa con un capítulo dedicado a la influencia que su labor ejerció también en el mundo del tebeo, así como con otro dedicado a los proyectos que nunca culminó (incluyendo sus visiones de los mundos descritos en Conan el cimmerio de Robert E. Howard y La guerra de los mundos de H.G.Wells).
En definitiva, un libro para comprar y regalar: ¡pero no para otros, sino para uno mismo!