Se abre el telón. Nos encontramos en un hipotético futuro no muy lejano en el que la «guerra contra el terror» se les ha metido en casa a los norteamericanos, cuyos centros comerciales y estaciones de metro son un blanco cada vez más fácil y apetecible para los grupos radicales. El gobierno de los Estados Unidos, se entiende que desesperado por poner freno a la oleada de inseguridad que barre su territorio, aprueba un proyecto secreto para crear una nueva raza de soldados modificados genéticamente mediante un virus descubierto en unos misteriosos murciélagos oriundos de lo más profundo de la jungla boliviana. Antes de someter a su élite militar a ningún tipo de experimento, eso sí, los responsables del proyecto deciden inyectar el supervirus a una docena de conejillos de indias humanos seleccionados en otros tantos corredores de la muerte repartidos por las penitenciarías de todo el país: psicópatas, violadores, pederastas… lo que cualquiera querría ver dotado de una fuerza y velocidad sobrenaturales, vamos, amén de un apetito fuera de lo común por la sangre humana.
Durante estos primeros compases de la novela el lector medianamente avezado en el subgénero del tecno-thriller encontrará pocas sorpresas (agencias gubernamentales en la sombra, agentes secretos implacables pero no exentos de corazoncito, secundarios de historial volátil…), pero Cronin dirige a su particular elenco de personajes estereotipados con una sensibilidad que, al menos en mi caso, les granjeó mis simpatías sin necesidad de grandes alardes literarios (la dramática historia de la monja africana expatriada en el país de las oportunidades es efectista pero no por ello menos plausible, y no hay corazón tan fosilizado como para no dejarse conmover por la cadena de vicisitudes que componen la breve biografía de la pequeña Amy Harper Bellafonte).
Sin embargo, ni lo trepidante de la acción, ni lo escatológicamente seductor de la premisa inicial, ni lo intrigante de la relación entre los distintos personajes que se reparten el protagonismo consiguen transportar al lector más allá de ese estado de apacible letargo con el que se consume la inmensa mayoría de éxitos de ventas prefabricados. No, donde el autor le echa valor y se arriesga a perder el favor de muchos de los lectores que hasta ahora lo acompañaban de buen grado en su viaje por las mil veces transitadas carreteras del best-seller medio es cuando decide dinamitar todos los puentes que llevaba tendidos hasta entonces y barrer del mapa el escenario, los personajes, la trama y todo lo que llevaba contándonos desde hacía doscientas cincuenta páginas. Se cierra el telón.
A partir de aquí, lo que nos encontramos es una golosina postapocalíptica que satisfará especialmente a aquellos paladares que disfrutaron tanto con el Apocalipsis de Stephen King como con La carretera de Cormac McCarthy (aunque más con la primera, eso sí), una sórdida distopía ambientada en un futuro estéril y gris donde la humanidad sobrevive en pequeñas comunidades aisladas y los «vampiros» campan tan a sus anchas como en los más desquiciados universos paralelos que haya parido jamás la imaginación de Brian Lumley.
Con la humanidad en franca desventaja frente a un adversario no por omnipresente menos misterioso y desconocido, Cronin vuelve a forzar la rosca de una tuerca a la que parecía que le quedaba poco por dar de sí y se enfrasca en una narración escrupulosa y pausada de la vida en el seno de una comunidad de descendientes de los supervivientes a la pandemia, casi un siglo después de que ésta barriera la faz de la Tierra. El autor se recrea tal vez en exceso en el largo ecuador de la novela, y aunque los momentos de tensión salpimientan aun las escenas más costumbristas, el machacón recurso del cliffhanger facilón con que se rematan prácticamente todos los capítulos y el exceso de melodrama en algún que otro pasaje restan puntos a una obra que podría haberse beneficiado de una buena poda de páginas de relleno. La novela se redime de este pequeño lastre, no obstante, con una recta final cubierta a paso más que ligero y con el equitativo reparto de hilos atados y nuevas incógnitas por resolver en las siguientes entregas de lo que está previsto que sea una trilogía, cuyo segundo volumen está previsto que llegue a las librerías a lo largo del 2012.
Es posible, por cierto, que su publicación coincida con el estreno de la versión cinematográfica de The Passage por parte del realizador Ridley Scott, cuya productora se alió con Fox 2000 para arrollar a sus competidores en la puja por los derechos de adaptación a la gran pantalla. Se habla de que los dos estudios desembolsaron una suma de siete cifras por las tres novelas… dos de ellas, recordemos, sin escribir todavía. No está nada mal para el bolsillo de un escritor de novelas «serias», ganador del premio PEN/Hemingway por Mary and O’Neil, una colección de historias interconectadas que, junto a la posterior The Summer Guest, constituía el total de su producción literaria antes de que decidiera hacer caso de la idea que le sugirió su hija de ocho años mientras andaban por ahí dando un paseo: «Papá, ¿por qué no escribes una novela sobre una niña que salva el mundo?»
Nota: Esta reseña hace alusión a la edición original en inglés de la novela, publicada por Orion Books.
Yo lo intenté, juro que lo intenté. Incluso le puse buena voluntad, pero ni aún asi.
A mí no me terminó de funcionar por varios motivos.
El primero, que tenía demasiado presente el Apocalipsis de Stephen King, y claro, la novela desmerece.
El segundo, que, aun entendiendo que se trata de la primera novela de una serie, el final es tan abierto que, después de mil y pico páginas completamente a saco, corta bastante el rollo.
Y el tercero, que durante muchísimos cientos de páginas, hasta que se aclara el asunto de los trece vampiros primarios, no es una novela de vampiros, sino de zombis, o de bichitos, o de lo que sea, pero no de vampiros.
A favor, muchas cosas.
Los cambios de escenario. Cronin te pasa de un escenario cotidiano a un mundo postapocalíptico con mucha soltura, y la parte que hace de transición, esos doscientos años contados a modo de memorias, hacen un nexo formidable que, en mi opinión, es lo mejor de la novela.
La ambientación de la fortaleza humana. Esos paseos por el muro, esa sociedad casi improvisada, esas incursiones al exterior. Es una de indios. Es Soy leyenda. Es Mad Max. Y funciona en todos esos registros.
De los personajes, me quedo con la niña y con la monja, que, aun siendo bastante estereotipadas, funcionan de veras.
Es una novela entretenida y excesiva, que la caga por intentar parecerse tanto a Stephen King y se salva porque tira descaradamente por elevación y, a pesar de ser una primera novela, no le sale del todo mal.
Cuanto más pienso en ella, más me gusta. :)
A mí me da que lo único que diferencia este libro en el saturadísimo mercado de technothrillers son los bonitos reflejos new age de la portada. Really.
Yo tenía muchísimas ganas con esa novela (ay, eso de fiarse a ciegas de «Babelia») y lo cierto es que sufrí una decepción importante. Creo que no añade nada al tema de los vampiros, mundos post-apocalípticos y demás, sin contar con que es premiosa hasta la exasperación y que los personajes principales están trilladísimos, a lo que se añade un final más que esperable. Personalmente, prefiero el «Nocturna» de Guillermo de Toro y Chuck Hogan, me resultó más entretenida.