A pesar del potencial para la sátira que ofrece la ciencia ficción, el humor no ha sido un recurso demasiado utilizado en España. Sin embargo tanto en Artrópodos como ahora con ¡Feliz año nuevo! has explotado ampliamente esta faceta. ¿De dónde surge esta sintonía?
Pues me gustaría poder decir que surge como una toma de posición frente esa ciencia ficción más seria que tú apuntas. O que viene derivada de mis gustos lectores. O, mejor aún, porque soy un tipo gracioso. Me gustaría poder dar una razón de peso, pero ni es una respuesta a esa forma de entender la literatura, ni su causa está en mis lecturas y yo no soy especialmente gracioso. Es mucho más sencillo. Esa sintonía surge de que a mi me gusta reírme mientras escribo. Yo soy el primer lector de lo que escribo y me tiene que hacer gracia. Muchas veces, en mitad de la redacción de Artrópodos y ¡Feliz año nuevo! he tenido que dejar de escribir porque la risa me hacía llorar y veía borrosa la pantalla. Me encanta cuando pasa. Ambos libros comparten ese humor, aunque sean novelas muy distintas. Y si luego ese sentido del humor se entiende como una protesta, que viene derivado de mis hábitos lectores o demuestra, contrariamente a la creencia popular, que sí soy un tipo gracioso, mejor que mejor.
Centrándonos en ¡Feliz año nuevo!, haces uso de una invasión alienígena para reírte y reflexionar sobre las múltiples contradicciones de nuestra sociedad. ¿Qué elementos diferenciadores tiene respecto a otras invasiones que hemos podido leer o ver hasta ahora?
Fíjate que mencionas «reír» y «reflexionar» en la misma frase. Dos actos que no suelen mencionarse juntos, así que, mucho menos, practicarse simultáneamente. Y es una lástima. Aquí hoy entendemos la reflexión como un acto contrito, cejijunto. De alguna forma, confundimos seriedad con gravedad. Y es un error, son muchos los caminos para llegar a la reflexión: el dolor, la nostalgia, incluso la alegría y, por qué no, el humor. Así que supongo que esa es una diferencia fundamental entre ¡Feliz año nuevo! y otros recuentos de invasiones. Épicas, trágicas, metafísicas… hay muchas. Sin embargo, como apuntabas en tu pregunta anterior, humorísticas no tantas. Y menos aún que inviten a la reflexión. Porque ¡Feliz año nuevo! está escrito con la voluntad de producir, primero, una sonrisa y, luego, quizá tiempo después, una reflexión. Espero haberlo conseguido.
En la cubierta del libro se hace mención a dos de los autores más mordaces dentro del fantástico: Terry Pratchett y Christopher Moore. Como narrador, ¿compartes algún rasgo común a la hora de enfocar la sátira?
Llámame antiguo, pero yo, aunque admiro mucho a Pratchett y Moore, admiro, sobre todo, a sus predecesores. Creo que nunca me lo he pasado tan bien leyendo como recorriendo esa línea tan sajona, que viaja desde Swift y Pope hasta llegar a Huxley o Douglas Adams pasando por Chesterton. Visto así, pensar que comparto cualquier cosa con semejante galería sería pura presunción. Como mucho, puedo afirmar que he intentado aprender de ellos. Y lo sigo haciendo. De Swift, me gustaría aprender el histrionismo y la pausa; de Pope, la visión; de Huxley, el humanismo; de Adams, la profunda lógica de su ilógica; de Pratchett, esa ironía indiscriminada; y de Moore, la capacidad de ser inclasificable. La lista podría ser infinita… Cada uno de ellos tiene algo que los convierte en gigantes. Y a nosotros nos toca subirnos a sus espaldas y escudriñar el horizonte.
En concreto, ¡Feliz año nuevo! es un retrato comicocósmico de nuestra vida aquí abajo desde la perspectiva de alguien que, aún teniendo todos los datos, no es capaz de inferir los procesos lógicos humanos. Y, frente a una lógica que no domina, la mejor defensa es el caos. Es ahí donde empiezan a manifestarse todas las contradicciones terrícolas. Y ese espejo deformante es una oportunidad a la que no podía dejar de asomarme.
Tu obra anterior, Artrópodos, tuvo primero una edición electrónica bastante exitosa y, posteriormente, fue editada en papel por AJEC. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, ¿cómo valoras esta experiencia que invirtió el orden que parecen seguir las ediciones electrónicas y las de “papel”?
Sinceramente, muy positiva. Porque todo empezó con aquel pdf de Artrópodos en Sedice. Tras casi 3.000 descargas se editó en papel, y aún continúa su vida. Antes de su aparición abrí mi blog, Cero23, como ejercicio de estilo y como herramienta publicitaria. Y fue en el blog donde se gestó ¡Feliz año nuevo!. Hay, como ves, una conexión digital entre casi todo lo que hago.
Por ejemplo, en ¡Feliz año nuevo! me hubiera gustado ir más allá y escribir una novela con la participación directa de los lectores. Por desgracia, cuando se me ocurrió la novela estaba muy avanzada y ya no tenía sentido. Pero me hubiera gustado hacer un mapa público en Google Maps, donde los lectores de Cero23 me hubieran ayudado a seleccionar los lugares de aparición de Orión.
Y, ahora que estoy planificando la siguiente novela, también me gustaría contar con la participación del lector durante el proceso. Se admiten sugerencias.
Con Artrópodos también experimentaste bastante con la estructura de la propia novela. ¿Son las nuevas formas de publicación un acicate para que los autores exploren nuevas formas narrativas?
Con la estructura de la novela sucede algo parecido al humor. Al igual que la ironía parecía estar desterrada de la literatura, de género y la otra, también parecía que la experimentación formal era un recurso olvidado. De hecho, parece que existe un canon no escrito según el cual una novela seria tiene que ser, eso, seria y de estructura más o menos clásica. Afortunadamente esa percepción empieza a cambiar, se vislumbran algunos ejemplos esperanzadores, pero de momento no son más excepciones a una norma.
Cuando apareció Artrópodos, aunque la recepción fue positiva, a algunos críticos les pareció más un juguete que una novela. Cierto que contaba con una estructura muy marcada y, sobre todo, muy visible. Y esa estructura, en principio tan ajena a la trama, profundizaba la sensación de extrañeza en el lector. En ¡Feliz año nuevo! he intentado que sea al contrario. Que cuente también con una estructura muy marcada que, sin llegar a ser invisible al lector, respondiera a la trama de una forma más íntima. La novela, como los oriones, avanza de forma iterativa. Los mismos comienzos pero desarrollos distintos. Las repeticiones, como escalones, van llevando al lector escaleras arriba hasta el desenlace, aunque este no lo sospeche. Pero, de nuevo, es el lector quien tiene la última palabra.
¿Tienes pensado seguir por este camino en tus próximas obras?
Bueno, más que seguir por este camino, me gustaría mejorar… Bromas aparte, sí, la senda está trazada. Puede que haya variaciones en el género, pero los tonos y los temas están muy definidos. Supongo que es algo derivado de empezar a escribir narrativa a una cierta edad.
¿Ha influido tu gusto por la literatura de género en tu experiencia profesional en el campo de la publicidad?
No sabría decir, la verdad. Por un lado, porque a mi el género me gusta, sobre todo, como escritor. Y me gusta como escritor porque el género tiene unos códigos, una estructura preconcebida, compartidos también con el lector, sobre la que se puede improvisar libremente. Como lector, soy más ecléctico, más variado. Y muy selectivo. O muy poco paciente. Salto con cierta soltura y precisión de un género a otro, de un estilo a otra. Incluso entre tradiciones. Como casi todo el mundo que lee, vamos. Así que no sabría decir cómo han influido mis lecturas de género en mi trabajo publicitario.
Pero sí que hay elementos comunes entre mis libros y los anuncios. Como anécdota, déjame que te cuente uno: era para el lanzamiento de una marca de salchichas alemanas para un gran fabricante nacional. Ya sabes que los anuncios para los productos de alimentación están llenos de requisitos previos: antes del segundo cinco tiene que salir el envase, tiene que ser una situación de consumo habitual, el protagonista tiene que probar, y aprobar, el producto. Y tiene que haber un primer plano del producto, humeante y recién cocinado. Nosotros, para huir de la prototípica escena de la familia, planteamos una situación que cumplía con todos requisitos. El anuncio empieza con una cocina a oscuras. Se enciende la luz y vemos a una anciana que acaba de entrar. Cruza despacio la cocina y abre la nevera. Saca el producto. Primer plano. Lo abre y lo coloca en una parrilla sobre el fuego. Primer plano. Una vez cocinadas, sirve las salchichas alemanas en un plato. Primer plano. Se sienta en la mesa. Coge los cubiertos. Corta la salchicha. Se la lleva a la boca. Asiente. Primer plano. Y dice: «Es probar estas salchichas y enseguida me entran ganas de invadir Polonia». No lo aprobaron, claro.
Y, con esto, os dejo. Feliz Año Nuevo a todos.
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