– ¿Qué lees? – me pregunta mi mujer al verme enfrascado dos o tres horas en Navegante solar, de David Brin.
Odio esa pregunta. Para ella es fácil, claro; habitualmente lee cosas de viudas de la guerra que se quedan preñadas y las pasan canutas. Existe la variante de que en vez de viuda es una que perdió al novio en Brunete, pero vamos, preñadas se quedan. Yo, en cambio, tengo que exprimirme el majín e improvisar algo así como “va de un heroico y traumatizado psicópedagogo de delfines que en pleno siglo XXV es reclutado para acompañar a tres extraterrestres en comisión oficial hasta Mercurio (el planeta, aclaro). En dicho planeta, y pasando más calor que en agosto en Puertollano, un grupo de científicos busca pistas de lo que podría ser una especie que habita entre los estallidos termonucleares del Sol (el Sol, sí). Allí empiezan a pasar cosas a porrones con conclusión altamente dramática, en lo que es el inicio de una de las más celebradas sagas de la ciencia ficción: La elevación de los pupilos».
Mi mujer me mira en modo puesestamosbuenos pero insiste.
– ¿Y qué tal? – en lo que es una petición de juicio literario basada en mi experiencia lectora, que no conocimiento.
Mejor me espero a la siguiente entrega de la serie, que no me pienso perder. De momento diré que Navegante solar es una novela muy condicionada por la necesidad del autor de acumular leña y más leña para encender lo que es un hito en la historia de la ciencia ficción, Marea estelar, una de las pocas novelas que ganó simultáneamente los premios Nebula, Hugo y Locus en 1984 (algo que, según sé por el enciclopédico Rescepto, sólo ha pasado en 13 ocasiones).
Al principio, me enfrenté al Navegante con el prejuicio de estar ante un escritor de la más pura ortodoxia AEO (asimovita de la estricta observancia). Pasaban las páginas y la acción se enrevesaba con apuntes de sociología intercósmica, etnoxenopsicología, una anticipación de la historia de la humanidad de aquí a cuatro siglos, y un problema filosófico de calado. Por supuesto, párrafos y párrafos de ingeniería aplicada. Todo ello envuelto en este cóctel (ideología+humor+lenguaje divulgativo) tan asimovita de la clase alta del Knowlegde yanqui (catedráticos de astrofísica, accionistas mayoritarios de Microsoft y habituales en el Redes del Punset). No me quejo. No está nada mal, pero el problema es que “los pluses” de información que el autor necesita para dar forma a la serie impedían el desarrollo de la novela. Ya digo, irregular.
Todo lo cual da un giro sorprendente allá mediada la obra (y cuando uno empieza a estar hasta el gorro, la verdad) según inician las inmersiones en la cromoesfera y empiezan las perfidias, traiciones, juegos de luces y sonido que hacen de Navegante solar, amén de un libro más que aconsejable, el mejor prólogo de, al decir de los entendidos, una space opera del copón de la baraja, Marea estelar.
Tratar de explicar la cosmología brineana en un párrafo no funciona. Demasiados matices, detalles, complejidades, texturas… Lo sé por mi mujer y su cara de modo puesestamosbuenos derivando a cuándocojonesarreglaráseldepósitodelváter según me obstinaba en la cuestión.
Quédemonos en la esencia. A mediados del siglo XIII, los humanos contactan con alienígenas. Sorpresa (y esta es la ironía del típico Knowlegde yanqui a la que me refería). Von Daniken, el famoso empresario hostelero suizo, tenía razón. Darwin se equivocaba. La inteligencia entendida como la capacidad tecnopensante es algo que las razas heredan de unas especies alienígenas a otras a través de un ceremonioso protocolo de contacto interestelar conocido por “Elevación”. ¿Pero y los hombres?
Pues no se sabe… Los sapiens somos para darnos de comer aparte; rústicos y paletos hasta decir basta, pero con la gloria discutida de haber sido los únicos que por sí solos, como el que dice con un tornavís y un lápiz, se lo montaron para armar naves espaciales; lo que se dice unos cacharros, sí, pero susceptibles de asomarse por el borde del sistema. ¡Bien por los sapiens! ¡Semos los mejores!
La naturaleza expósita de nuestra raza es pues un problema y un reto para la comunidad de naciones intergalácticas, aglutinadas alrededor de una sociedad custodia de la biblioteca universal, donde se supone está todo lo que se puede saber (pero no, siempre hay alguien que no devuelve los préstamos).
Con estos mimbres sale una novela básicamente buena, interesante y entretenida (salvo la ya mencionada lentitud en encontrar el ritmo de arranque). El trasfondo social del XXV, irreprochable; las intrigas, correctas si bien resueltas al drástico modo de reunión en el salón donde el sagaz Jacob Dwenga Alvarez hará de Poirot (y hasta en dos ocasiones, en el final 1 y –agradecido le quedo- el final explicativo del final 1) mientras las sospechosos beben té o infusiones de ácidos extraterrestres; la tensión del climax final, sobresaliente; las descripciones del sol y sus criaturas, alucinantes y hasta poéticas… Los personajes, se me dirá, parecen salidos de Star Trek: The Next Generation, a lo cual yo digo ¿dónde está el problema? (Problema gordo es, si acaso, pretender que los personajes parezcan rebotados de Torrente III, como le pasó al querido Alex de la Iglesia en Plutón Verbenero).
No, ya les digo, el libro está más que bien. Puestos a ponerle peros, se nota, se huele que es el aperitivo. El prólogo de una gigantomaquia brutal llamada a hacer historia en el universo ciencia ficción: Marea estelar (eso espero). Así nos las den todas, desde luego. Yo, como el perro de Pavlov, ya salivo y sólo pido que La Factoría no se haga de rogar mucho. No pueden dejarme así…
Soy MUY fan de David Brin. Tiene altibajos dentro de sus novelas, pero aquí y en el resto de su obra explora puntos muy de su tiempo, perspectivas muy ochenteras, y sentido de la maravilla totalmente oldschool. Que espere el váter.
Pues me parece que te vas a llevar un pequeño chasco. Marea estelar es una buena novela, ni más ni menos, pero es muy localista. Si esperas detalles del entorno te va a defraudar, pues apenas se dan. Esta serie de Brin está muy por debajo de otras muchas. Yo no la colocaría ni entre mis diez primeras.
Soy Besa. Gracias por vuestros amables comentarios.
Siempre me ha causado cierta incomodidad lo del «sentido de la maravilla». Lo veo cursi, y uno se crió en el punk. Pero, lo que es es. No acierto a explicarlo mejor. Y lo cierto es que lo mejor de navegante solar es eso, el sentido de la maravilla «vieja escuela». Y dado que me lo he pasado muy bien con la primera entrega, más estoy con Risingson que con los augurios de Kaplan. Y no es que me sorprenda lo de Kaplan, no. Ciertamente, parece una serie de entretenimiento, con los tropos de costumbre AEO de héroe muy héroe y muy ligón y muy listo (que es horrible) y personajes planitos, pero desde una pura experiencia lectora creo que voy a pasar un rato delicioso. Y en las circunstancias actuales me cuesta un montón encontrar novelas que me garanticen eso.
Agradecería si alguien puede concretar cuando se prevé la reedición de la Factoria, no he oído hablar muy bien de la primera edición, y aunque un especialista podría poner sus peros a la reedición, a mí me pareció un trabajo solvente.
Pues yo no estoy muy de acuerdo con el tema del «aperitivo». De hecho me cuesta considerar una serie al conjunto de tres novelas fomadas por «Navegante Solar», «Mare estetlar» y «La rebelión de los pupilos» (curiosa traducción de Uplift War). Son tres novelas situadas en el mismo univeros, las dos últimas que ocurren simultaneamente, pero eso es todo. Sin haber leido sus relatos no puedo asegurarlo, pero sospecho que es un escenario común que empezó a desarrollar muy pronto en su carrera, en el que poder ubicar los temas y las historias que le atraían. Las vacilaciones de ritmo y demás, me parecen vicios de escritor primerizo, que luego fue corrigiendo.
David Brin me parece un escritor cojonudo, a pesar de «Gentes de barro», capaz de aunar especulaciones y reflexiones interesantes con tramas muy entretenidas y acción a raudales.
Sim , no te avergüenzes por lo del «sentido de maravilla». Es la razón de que lea ciencia ficción. Siempre puedes usar la expresión: «Efecto atiza», como Rodolfo Martinez.
Por lo demás, si os ha gustado «Navegante solar», es la mas floja de las tres.
‘Sensawunda’ viene a querer decir «capacidad de asombro».
El asombro precede al conocimiento, dice Aristóteles.
A mi me gustan otras cosas de la CF, además del sesawunda, wondersense o pasmo… En realidad me gusta casi todo del género…
El Efecto Atiza, así en mayúsculas, es un nombre prometedor, de alto impacto… Pero sentido de la maravilla creo que cuadra más el rango de lo que siento en leyendo según qué novelas. Créeme que lo lamento, cuando digo a mis amigos ex-punk que leo por «sentido de la maravilla» (y lo bien que me lo paso), miran al techo… cómo diciendo que será lo próximo? El feng xui o directamente hippi???
Es el primer libro de Brin y se nota, pero también fue uno de los primeros que reclamaron el retorno de la diversión pura y dura a la ciencia ficción. Space opera ochentero en casi toda su gloria (aún necesita soltarse un poquito, que la falta de práctica pesa un tanto).
Además de sentido de la maravilla, Brin sigue descaradamente el lema «¡Semos la leche!», y la combinación de un desarrollo tan antropocéntrico en un universo diseñado para hacer del hombre una insignificancia hace de la lectura una experiencia muy gratificante.
Gracias por el enlace… ¡Y espérate a leer «Arrecife brillante» para saber lo que es un prólogo de 540 páginas!