Tras oír mucho hablar de ella a mis alumnos y a algunos compañeros sospechosos de posmodernidad sostenida, por fin he leído Los muertos. Se me ha insistido mucho en que hablaba de series de televisión y de literatura fantástica; se me ha insistido en que se trata de una novela sobre la teoría de la literatura, se me ha comentado que era la puta novela posmoderna por antonomasia.
Todo eso es cierto. Pero los comentarios se quedan tan pobres… Porque no es para tanto y sí lo es.
No puedo afirmar que la novela sea una obra maestra ni que sea redonda, porque realmente eso no interesa. Estoy de acuerdo con algunos críticos en que es ante todo una novela para minorías pues de lo que realmente trata es de los juegos sobre las ficciones y, en realidad, del juego que es la literatura. Muchos lo entenderán como «experimental», más de un lector de esta web la leerá como pedantería vacía para gilipollas, otros sencillamente no la entenderán o les traerá al fresco que se haya publicado. No se puede negar ninguna de estas posibilidades porque tampoco se puede afirmar ninguna, al menos no en el espacio de una breve reseña como es esta. Ninguna importa, en realidad, y en eso me recuerda mucho El fondo del cielo, de Fresán. Como obras revolucionarias que son, superan las etiquetas. Sin embargo, la novela de Carrión supera cualquier equivalencia con la de Fresán.
Para entender de qué hablo, es importante comentar la estructura de Los muertos.
Empezamos con una primera parte con tiempos en presente donde cada párrafo está dedicado al equivalente a una secuencia cinematográfica. En esta primera parte se nos muestra un mundo en el que nadie nace, solo «aparece». Toda esta sociedad —con tintes futuristas— se fundamenta en el misterio de estos seres humanos que intuyen que vienen de una vida anterior en la que murieron. Pero son incapaces de intuir más que retazos de esa vida anterior. Hay numerosas referencias al cine de acción, a la ciencia ficción… pero sobre todo a Blade Runner.
Tras la primera parte, se nos presenta una crítica presumiblemente escrita en 2011 por la cual deducimos que la primera parte corresponde argumentalmente a una serie de televisión titulada Los muertos y que se basa en un mundo al que llegan los personajes de ficción tras morir (de The Sopranos, de Blade Runner…). Se nos explica el impacto mediático que ha creado incluso una subcultura más intensa y compleja que cualquier red social conocida hasta entonces.
La segunda parte de la novela, con el mismo estilo de la primera, muestra el horror de este nuevo mundo en el que cada intento de interpretación de la realidad, de lo que ocurre, de las otras vidas de los personajes… resulta ser un error, una incapacidad para la comprensión. Hay numerosas referencias al cine de acción, a la ciencia ficción… pero sobre todo a The Sopranos.
A continuación, tras el final de esta representación de la segunda temporada y, por ende, de la serie, se nos presenta un artículo, escrito en 2015 por dos profesores universitarios que explican la serie a partir de las relaciones de la misma con el holocausto judío, con numerosas series de TV (incluidas Lost, The Wire, Ally McBeal, Twin Peaks, X-Files…) y con el nihilismo de la posmodernidad. La conclusión del artículo es que la serie trata sobre el horror de la existencia y explica la imposibilidad de plasmar literariamente el lenguaje audiovisual. El artículo transcribe el final de la «fracasada» novelización de la serie, que introduce nuevos significados a lo que habíamos leído. Aunque no se menciona, se aprecia claramente que la interpretación refiere a los objetivos de la novela Gigamesh, de Patrick Hannahan.
La novela se encierra con una entrevista de Larry King a los creadores de la serie en la que se afirma que jamás se consigue una interpretación de nada.
En mi opinión, la clave para comprender el funcionamiento de la novela está precisamente en esa entrevista y en la negación de la interpretación. La novela ha de disfrutarse en sí misma, a partir de las sensaciones transmitidas por el eterno presente que le pone al lector el texto ante las narices como hacen el cine y la televisión.
Por todo ello, la novela se escapa de las manos. Es una reflexión sobre el lenguaje audiovisual y sobre la cultura de masas, pero más que defenderlos o atacarlos, los expone. Sin embargo, fracasa la exposición del lenguaje audiovisual, como fracasa el intento de crear una trama coherente, de dar sentido a los personajes, la finalidad exegética de los pasajes que no corresponden a la novela… la mejor prueba es que el artículo final puede leerse como la explicación de Carrión sobre su propia novela, pero esta posibilidad fracasa al tratarse de una crítica de la serie, no de la novela: una serie que no existe.
La novela es un absoluto fracaso en todos y cada uno de sus propósitos subtextuales inmediatos. Es decir, se adelanta a las reflexiones intelectuales del lector modelo, demostrando su vacuidad. En este sentido, me han impresionado las conexiones intuibles con el final de Lost, aún no conocido durante la escritura de Los muertos. Los propios autores del artículo realizan dicha conexión.
De nuevo, lo más importante en la novela es el juego de niveles lingüísticos. Y, en este caso, por «lingüísticos» no entiendo «tipos de discurso», sino de transmisión de información, de signos y estructuras generadoras de sentido y de sentido y de sentido.
¿Se ríe Carrión de sí mismo? ¿Se ríe de la realidad? ¿Le horroriza la realidad? ¿Le preocupa solo la teoría literaria? ¿Se ríe del lector? ¿Es solo una novela abierta? ¿Es solo un timazo?
Quien reduzca la novela a estas pautas tan cómodas se perderá la novela, el mero impacto de impresiones, la máquina de generar sentidos, que no interpretaciones.
Iuri Lotman, en mi opinión el más interesante semiólogo que ha existido, dijo que cada texto es una semiosfera compuesta de signos y estructuras en constante dinamismo, que es coherente en sí misma. Sin embargo, cada vez que nos acercamos a un texto (semiosfera), la propia semiosfera que somos nosotros dinamiza aún más la del texto, le obliga a generar nuevos sentidos.
De esto trata Los muertos, de un complejo sistema de estructuras diversas que se golpean entre sí, cada una apartando un lenguaje diferente a un todo coherente en sí mismo: crítica literaria, traslación del lenguaje audiovisual al literario, juegos temporales, identidades, memoria, análisis académico, entrevista, importancia de la biografía del autor, lecturas desde la sociedad de la época, relaciones novedosas de Los muertos por la comparación con cada una de las series citadas, texto por el mero texto, terror, sarcasmo, humor… Muerte.
Los muertos es una compleja semiosfera que es consciente de su propia complejidad. Quien no acepte interactuar con ella en sus términos no generará sentidos y lo más grande que hace esta novela es generar sentidos.
Como siempre que una forma es jodidamente novedosa, habrá quienes no quieran jugar con este nuevo puzzle. No se les puede reprochar, porque es un puzzle en el que no hay piezas, sino otros puzzles y, por ende, resulta molesto intentar montarlo con los nuestros.
Mmm… y ¿para alguien que no sigue series de televisión desde hace eones? como que no, ¿verdad?