Providence, Juan Francisco Ferré

Todo buen amante de los viajes sabe que lo que cuenta es el trayecto en sí, no el destino. Lo mismo podría decirse del sexo (no es el orgasmo lo que en realidad importa, sino todo lo que conduce a él), y si me apuran, de la vida misma, cuyo final, llegue más tarde o más temprano, es siempre el mismo. Ahora bien, ya no sé si es legítimo hablar en estos términos de literatura, o más bien de novela, o más concretamente del tipo de novela que es o dice ser Providence (Juan Francisco Ferré, finalista del Premio Herralde 2009). Providence es una novela que se disfraza de diversos artefactos narrativos. Durante gran parte de sus más de 500 páginas lo hace de novela de campus con profesor de pene infatigable y juguetón; a ratos de novela de intriga; por un capítulo, de relato de terror y homenaje, como cabía esperar, a Lovecraft (con una imaginería final de traca); en sus últimos vaivenes, de pastiche de ciencia ficción dickiana. Pero no acaba aquí el juego de espejismos, pues todas estas máscaras narrativas se nos presentan a su vez como las notas de un guión deslavazado cuyo fin último parece ser dislocar la psique(1) del lector (desorientarlo en su percepción de la realidad como artificio) jugando a una especie de escondite posmoderno con la excusa del videojuego como trampa.

En el NIVEL UNO (la novela se divide en tres niveles que nos van adentrando en la incertidumbre de la urdimbre de lo real narrativo) nos encontramos con Alex Franco, director de cine español y niño (cuarentón) malo, que presenta su última boutade en el Festival de Cannes, y con Delphine, productora entrada en años y en operaciones de cirugía estética, quien le ofrece la posibilidad de desarrollar un proyecto muy interesante tanto cinematográfica como lucrativamente: la reescritura y posible dirección de un guión que lleva por título Providence.

Tanto Franco, nuestro narrador, casi huelga decir que bastante poco fiable, como Delphine, que estará presente de una forma velada, como un secundario de lujo que estuviera observándolo todo desde el multimedia de su lujosa mansión, nos dan las claves de lo que encierra Providence: él es un «amargo moralista anticuado», ella una amante (aparte de los juegos eróticos con réplicas de látex de sí misma) de los «dobles sentidos, las alusiones y los equívocos de todo tipo».

Después de que nuestro enfant terrible se corra unas cuantas juergas y protagonice un más que soterrado (casi una anécdota) pacto fáustico en Marruecos que viene a redundar en el pacto inicial no menos fáustico con Delphine, Ferré, haciendo alarde de sus dotes de crítico y brindándonos algunos de los mejores pasajes de la novela, pasa a glosar los orígenes del proyecto PVD: la historia de los directores de documentales de origen ruso y su incierta desaparición más allá de las fronteras chechenas y la biografía del autor original del texto en que se basa el borrador de guión.

A continuación, entre estrenos y festivales, entre críticos amargos y actrices chupópteras, podemos degustar de un más que bienvenido y bien endilgado repaso al paupérrimo statu quo de la industria cultural made in Spain. Con gracia y cordura Ferré da cuenta de toda la morralla de la supuesta industria del cine español, el subvencionismo de tócame Roque y otros tantos males endémicos de la podredumbre general de las artes hispánicas.

Entramos así en el NIVEL DOS, tras una destacable aunque bastante inverosímil (no por ello menos creíble —las cosas de la ley y la autoridad tienen esa cualidad, cuanto más inverosímiles son, más cruda es la realidad que retratan) escena en un aeropuerto, nos plantamos directamente en la ciudad de Providence, Massachussetts, y el texto adopta la forma de las entradas del supuesto diario (todo es supuesto en esta «novela», una de sus virtudes, pero también su principal defecto) del director ahora convertido en profesor de universidad.

Se nos irá desvelando (entre polvo y polvazo —el más memorable de los numerosos encuentros sexuales de Franco es para mí su polvo en el coche con la mujer policía) la negritud de los orígenes de la ciudad de Providence dentro de la negrura fundacional de los Estados Unidos de América, en última instancia la reencarnación en la Tierra del dios-dinero en forma de estado-nación.

Esta parte (o nivel) de la novela adquiere por momentos un ritmo adictivo: la vida en el campus (clases, fiestas, obsesiones con ciertas páginas web, alumnas sexualmente dispuestas) se entrelaza con disertaciones sobre el cine (Powell, Resnais, Vertov, Spielberg, Allen, Riefenstahl, Buñuel etc.) y comentarios acertados y algunos exabruptos (no menos acertados) sobre la realidad estadounidense pre y sobre todo post-9-11, produciendo una sensación de enganche que todo lector familiarizado con la prosa de Easton Ellis, en particular en la magnífica Glamorama, habrá experimentado. No acaban aquí los paralelismos con Ellis, pues Ferré utiliza la música pop (“You’re Beautiful” de James Blunt, entre otras) como banda sonora que contrasta y a la vez ilumina como sólo una buena canción pop puede hacerlo ciertos momentos y sensaciones del protagonista en su odisea norteamericana.

Es al adentrarnos en el NIVEL TRES de este videojuego novelado cuando el edificio de naipes narrativos construido por Ferré empieza a tambalearse, y la estructura (o el apelotonamiento de sucesos) acaba viniéndose abajo en un efecto que sería espectacular si viniera acompañado de un resquebrajamiento de la propia realidad (ficticia), que es a lo que parece que juega Ferré. Pero para un lector curtido en descomposiciones, desvelamientos y cataclismos de lo real más verosímiles, digamos menos «literarios», desde el hiperubicuo aunque inasimilable Dick, hasta los Wachowski de la primera Matrix, pasando por decenas de ejemplos inscritos en el lupanar de la ficción científica, la pretendida y necesaria (en el caso de artilugios que se valen de trucos propios del género) dislocación de la psique a la que aludía al principio, no llega a producirse, y nos quedamos en un limbo más evocado que vivido, que nos obliga a tirar de referentes para completar el puzzle incompleto de Ferré (pienso en el Baudrillard de El crimen perfecto). Sólo así la novela se ajusta a sus propios preceptos y escapa a su propia trampa. Porque Providence funciona como un prisma que refleja y en ciertos casos asimila su entorno (narrativo, social, cultural), y sólo así consigue brillar con fuerza. Por sí mismo este objeto narrativo irradia una luz mucho más tenue.

En la coda final, titulada PROVIDENCE AÑO 1, dos personajes femeninos comentan las andanzas de Alex Franco en una suerte de recapitulación y explicación introductoria a posteriori de la narración misma. Uno de ellos comenta: «Ahora te entiendo, de verdad que te entiendo, aunque ya no me importe lo más mínimo.» Y eso es exactamente lo que llegados a este punto en la narración podríamos decirle a Ferré.

Uno llega a casa después de un largo viaje, abre la maleta y entre ropa sucia y folletos varios se encuentra una bolsa llena de souvenirs; entre ellos un paisaje desértico dentro de una bola de cristal (¿el erial de la novelística española reciente?). En medio de este falso desierto deslumbra el holograma de una flor de plástico. Providence es ese holograma. Una simulación de lo que dice ser: novela experimental de estructura arriesgada. Un simulacro del goce del onanismo posmoderno. Más que una novela con trampa, una trampa para el lector y para sí misma. Más que una fábula posmoderna, una broma contemporánea. En ese sentido es todo un triunfo. Vade retro Juan Francisco Ferré.

(1) Dislocar en el sentido del que habla Susan Sontag en su ensayo La imaginación pornográfica.

5 comments

  1. A mi me pareció un fiasco literario, y siento ser tan tajante, pero es que es un constructo que no se sostiene por ningún lado. Como dices, a un lector más o menos curtido, con Providence en las manos, no le queda otra que levantar la ceja y arrugar el hocico. Huele.

  2. Me suele gustar lo postmoderno, pero por lo leído en la reseña (y, he de decirlo, también por esas 500 páginas) me parece que no me voy a animar.

  3. Tal como lo cuentas, parece una novela de Houellebecq, pero mal escrita. Muchas gracias por la crítica, porque estaba dudando si pillarme la novela.

  4. Coincido plenamente con la opinión de Dibiase, puede que Ferré tuviera muy buenas y muy revolucionarias intenciones al escribir la novela, pero el resultado es totalmente fallido. Claro que yo piqué, por las buenas críticas leídas y estuve arrastrando durante semanas el libro. Es curioso que comentes esto «Con gracia y cordura Ferré da cuenta de toda la morralla de la supuesta industria del cine español, el subvencionismo de tócame Roque y otros tantos males endémicos de la podredumbre general de las artes hispánicas.», por que en todas las críticas positivas he encontrado muchos de esos males endémicos criticados por Ferré, sobre todo el amiguismo cegarruto y descarado, con unos cuantos escritores haciéndose buenas críticas entre sí (Ferré, Carrión, Mallo… no hay más que mirar sus blogs).

    Por otro lado: «Una simulación de lo que dice ser: novela experimental de estructura arriesgada.» ¿dónde está el riesgo en la estructura de «Providence»?¡¡si es una narración completamente lineal¡¡ No he encontrado nada en «Providence» que no estuviera mil veces visto (por Dio, hasta los emails intercalados, como tantas y tantas novelas «epistolares» del S XIX). Si «Providence» es arriesgado y experimental… ¡¡¿qué es «Pedro Páramo», escrito hace más de 50 años?!!

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