He de reconocer que la lectura de Estrella roja de Alexander Bogdánov ha sido una grata sorpresa. A estas alturas de la vida enfrentarme a una utopía escrita por uno de los líderes de la Revolución Soviética en 1908 (años antes de su triunfo) se me antojaba poco menos que un ejercicio de arqueología literaria o de curiosidad histórica. Creo que, hoy en día, si hay algo más devaluado que una utopía es una utopía marxista. Como, además, todavía tenía en la memoria el suplicio que supuso la lectura de otro clásico de estas características (El año 2000 de Bellamy, un auténtico coñazo) hay que reconocer que las perspectivas no eran, precisamente, nada halagüeñas.
Y, sin embargo, Bogdánov, como decía, fue una grata sorpresa. Entre otras cosas porque al ruso se le notan maneras de buen escritor (algo que suele brillar por su ausencia cuando de utopías hablamos) e influencias de gente tan eminente como Verne (la más obvia) y Wells (la más provechosa). Es cierto que Bogdánov nos presenta una visión de “cómo deberían ser las cosas” que podría llegar a ser plomiza, pero escapa de este destino de dos formas: hilando una trama que, aunque no sea muy original, no deja de estar bien hecha, y consiguiendo una prosa más que atractiva.
En efecto, aquellas partes más descriptivas, las referidas al paraíso socialista en Marte, no dejan de tener una rara belleza un tanto vanguardista. Las visiones de fábricas de cristal y acero donde martillos de vidrio de proporciones bíblicas manufacturan maravillas mientras sus golpes tejen una música hipnótica, resultan fascinantes y recuerdan un tanto a muchas de las promesas del constructivismo ruso, esa vanguardia que aunaba proletariado y progreso y que Stalin se encargó de liquidar.
Y, con todo, si Bogdánov se hubiese limitado a eso, a mostrar las bondades del socialismo, su novela se hubiese quedado, únicamente, en una curiosidad histórica; bella e interesante, pero curiosidad ingenua y nada más. Afortunadamente, el autor ruso fue más allá: fue capaz de atisbar en el corazón de la serpiente, en el mal que anida dentro de cada utopía y que nos muestra su auténtica alma distópica. Como si de un profeta se tratase, Bogdánov nos explicó cuáles iban a ser los logros del socialismo soviético pero, también, qué monstruos devastadores iba a crear. Ahí, en ese detalle, es donde recae la grandeza de este libro: en su capacidad de hacernos ver el horror que toda sociedad perfecta guarda en su interior.
Leído este libro, no puedo dejar de sentir una enorme simpatía por su autor. Uno de esos titanes de hace un siglo que lo mismo escribían una novela que planificaban una revolución, disertaban sobre oscuras filosofías o realizaban importantes avances científicos. Todo eso hizo Bogdánov y, aunque sus ideas perdieron pie respecto a las tesis de Lenin, no puedo dejar de pensar que si las cosas hubieran sido al revés, otra habría sido al historia de la URSS y, a la postre, del mundo.
Sin embargo, repito, el interés de la novela de Bogdánov va más allá de sus ideas utópicas. Un buen aficionado a la ciencia ficción se quedará sorprendido ante las aventuras que Lenny, su protagonista, vive: un primer contacto con los marcianos, un viaje a su planeta con accidente incluido, una crisis interplanetaria entre ambos mundos, amor, lucha, traición. En fin, que sí, que vale, que la Revolución y el Marxismo son lo más importante. Pero, además, las desventuras del protagonistason tremendamente divertidas y apasionantes.
En cuanto a la edición, Nevsky Propspect no deja de ser una editorial curiosa, centrada únicamente en la literatura rusa y con un muy buen hacer en terrenos como la traducción, diseño y maquetación. Si acaso, que 16 euros es un precio más que discutible para un libro de bolsillo de únicamente 270 páginas, por muy bien editado que esté.
Eso sí, acompañan a la novela dos textos igual de interesantes pero bastante discutibles. La introducción de Edmund Griffith es una muy buena contextualización histórica de la obra de Bogdánov, aunque yo soy más pesimista sobre la capacidad del ruso para rearmar, siquiera moralmente, a la muy desmoralizada izquierda occidental. En cuanto al posfacio de Marian Womack, aunque inteligente, resulta un tanto artificioso: presentar un libro de 1908 como un ejemplo de steampunk es, a mi juicio, errar claramente el blanco a la hora de definir semejante subgénero. Pero doctores tiene la iglesia.
Estrella roja puede presumir de ser el producto más exótico en el actual panorama de la ciencia ficción que se publica en nuestro país: es ruso, es de izquierdas y tiene más de cien años. Es posible que esta conjunción eche para atrás a más de un lector, pero los que así hiciesen cometerían un gravísimo error. Merece la pena acercarse sin prejuicios a este librito. Las recompensas serán tan enormes como la revolución que su autor soñó.