—Eso es mentira.

Vale. Es demasiado. Puedo aceptar que un desconocido se siente precisamente a mi lado pudiendo elegir cualquier otro banco del parque, que a estas horas está desierto. Incluso puedo consentir que lea mi periódico descaradamente, inclinándose sobre mi hombro. Pero que me interrumpa haciendo comentarios estúpidos es insoportable.

—¿Cómo dice? —respondo malhumorado, cerrando bruscamente el diario.

—Lo de ese volcán de Islandia —señala hacia mi diario con la barbilla—. Es todo mentira. Una patraña

—Debe usted estar bromeando…

—En absoluto. Mire al cielo. ¿Ve alguna nube de ceniza?

—La verdad es que no —admito.

El individuo sonríe triunfalmente.

—¿Qué es lo que ha visto de ese volcán? Las imágenes de una erupción, fuera de todo contexto, que podrían ser de cualquier sitio, o de hace años. Ah, sí, y unos diagramas sobre la evolución de la nube, realizados por ordenador. Ninguna foto aérea, ni tomada por satélite.

—Muy bien —concedo de mala gana—, supongamos que es mentira. ¿Para qué todo ese montaje?

—Los gobiernos quieren cerrar el espacio aéreo europeo para ocultar algo. Algo muy gordo…

—No me diga más —le interrumpo—. A ver si lo adivino. ¿Una invasión alienígena?

El desconocido mira a todas partes antes de asentir gravemente. Vale. Esto sí que es demasiado.

—¿Sabe que le digo? Que tiene usted razón.

Desconecto el holocamuflaje y lo apreso con mis tentáculos acabados en pinzas. Tras desencajar mis cuatro mandíbulas lo engullo rápidamente, empujando hacia dentro con mis apéndices bucales. Puaj… Un tipo nervioso, el exceso de adrenalina le ha dado un gusto demasiado picante.

Vuelvo a conectar el camuflaje. Me acomodo en el banco y abro de nuevo mi diario. Esta vez lo hago por la sección de deportes.