Su último libro muestra su evolución como cuentista, y confirma la impresión de que ha dejado atrás cualquier resquemor que le produjera lo heterodoxo de su propuesta literaria, que ya se siente totalmente libre…
Desde luego, me siento así. Con los años de escritura, uno va descubriendo sus temas, sus manías, sus registros. Y a mí hay temas que me surgen de manera totalmente natural. Aunque también es verdad que la literatura me sirve para entenderme a mí mismo un poco. Así que supongo que, aunque no hubiera obtenido ningún reconocimiento, habría escrito sobre lo mismo. En el libro que estoy escribiendo ahora mismo sigo con mis manías, con las cosas que me obsesionan: el tema del doble, el de la metamorfosis, la rara relación entre la vigilia y el sueño, lo inaprensible del espacio-tiempo, que intuimos que tiene acechanzas de cosas que no conocemos… Lo extraño que es el mundo, lo extraña que es la realidad.
¿Se está produciendo una apertura definitiva de la literatura española a los temas fantásticos?
No estoy seguro del todo. Creo que el escritor de lo fantástico se siente más seguro porque hay gente que lo comprende, está más arropado. Se producen hechos como congresos universitarios especializados, estudios muy valiosos… Pero el lector común sigue teniendo hacia lo fantástico una postura de lejanía. Creo que procede de un prejuicio centenario de origen eclesiástico, con un temor a lo imaginario como cosa no racional, supersticiosa, que podría competir con las verdades reveladas. De hecho, muchos libros molestos de fantasía, como El jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada, estuvieron prohibidos. Aunque todo ello contraste con una gran tradición de cuento fantástico, desde la Edad Media…
También está el prejuicio español de no considerar el arte si no es útil.
Efectivamente, aunque la fantasía o la poesía nos hacen conocer muchas cosas. Aunque también es más difícil ponerlas al servicio de una ideología, como pretendió hacer el franquismo. Yo espero que vaya triunfando la naturalidad.
El cuento, del que usted es distinguido practicante, ha sufrido igualmente malos tiempos.
Borges llegó a decir que si la novela desapareciera, el cuento perviviría. Porque la forma natural del hombre para enfrentarse a la realidad es la ficción, y el cuento es la forma primigenia de expresión literaria. Lo que pasa es que hoy hay muchos más lectores de novelas que de cuentos, y lectores que no aguantan los cuentos.
¿Va a beneficiar al cuento la eclosión de la lectura en formatos electrónicos?
Seguramente. Ya lo vemos por ejemplo con la expansión del minicuento, del microrrelato, que se defiende muy bien en las nuevas tecnologías. Incluso sortea mejor los problemas de derechos de autor… Pero vamos a un mundo con muchas formas expresivas distintas. Personalmente, me interesa el libro electrónico: cuando esté más avanzado, creo que me iré de vacaciones con sólo uno de ellos, cargado con enciclopedias, novelas y libros de poemas. Aunque luego, en casa, siga prefiriendo pasar las páginas, manejar el libro como siempre.
¿No siente temor hacia ese cambio?
Pues no. Recuerdo la historia de Fernando Colón, que poseía una de las mayores bibliotecas de España en el siglo XV. Cuando llega el libro impreso, Colón no los acepta, porque piensa que son una degradación, que el verdadero libro es un manuscrito caligrafiado, preferiblemente miniado… Mientras que el libro impreso no era digno de la nobleza del libro. Con eso ya está dicho todo. Creo que las nuevas tecnologías serán al libro lo que fue la imprenta para el manuscrito. Aunque creo que seguirán conviviendo los dos, aunque sea con el libro como un objeto muy refinado, para minorías, como le está pasando al periódico.
¿Hablan de este tema en la Academia?
Charlamos al respecto, pero no es un tema sustantivo. Lo que nos importa es la riqueza del lenguaje, el cambio del significado de las palabras, los conceptos en sí.
Volviendo a cuentos como los que presenta en su nuevo libro, otra cuestión interesante es que le permiten desarrollar ideas que no dan para una novela.
Totalmente de acuerdo. La flexibilidad y versatilidad del cuento permiten contar cosas totalmente diferentes a las de la novela. Por citar un caso, me ocurre con el tema del doble. Puedo desarrollar una idea al respecto perfectamente en nueve folios, pero no da para una novela. Puedo escribir variantes, como hice recientemente cuando escribí tres relatos contando tres puntos de vista de la misma historia. Es interesante ver cómo novelistas canónicos, cuando se acercan al relato, lo hacen con temas fantásticos, que encajan perfectamente en esa otra extensión.
A cambio, existe el problema comercial, ¿es cierto que los volúmenes de cuentos se venden menos?
Yo jamás me he planteado eso. Escribo porque me gusta, lo que me ha dado la gana. Incluso me he dedicado en la vida a otras cosas para comprar tiempo con el que poder escribir más. Me llama la atención escuchar hoy a los escritores jóvenes hablar de dinero. Mi generación no hablaba nunca de dinero, y no lo digo como una virtud, sólo como un hecho. Entendíamos la literatura como una forma de comprender el mundo, éramos lectores, y aunque existía ya el bestseller, no pensábamos en el dinero en relación con nuestro trabajo. Sí es cierto que, por lo general, el cuento ha rendido menos, con las excepciones que supongo que habrán existido para autores como Maupassant o Cortázar. Claro que el cuento tiene menos lectores, pero al menos son muy inteligentes. Y yo valoro tener lectores que entren en lo que yo hago, lo comprendan y lo disfruten.
¿Faltan lectores con sensibilidad?
Los hay, pero… Hace poco fui a un instituto en un entorno rural, es algo que me gusta hacer de vez en cuando. Les habían hecho leer uno de mis libros juveniles. Y me encontré con que la gran mayoría de la clase no lo había entendido; y, fundamentalmente, porque era un libro fantástico, repleto de sucesos no reales, que ellos no podían captar por su falta de lecturas, porque las abuelas ya no les cuentan historias, por su escasez de bagaje. Uno no puede sino pensar en que, en la época de Cervantes, el Quijote fue un bestseller, y los lectores corrientes se movían en un entorno en el que se entendía que un molino pudiera ser percibido como un gigante. Se han perdido incluso los elementos de los cuentos populares.
O, peor aún, se conocen por esas versiones políticamente correctas…
Vamos a llegar pronto al punto de que se publique una Biblia en la que Caín no mate a Abel, y que Jesucristo no muera en la cruz porque es demasiado cruel. Es una obsesión por edulcorar… Yo defiendo que ciertas obras deberían ser patrimonios históricos, intocables aunque el autor lo desease. A Disney, por ejemplo, habría que pedirle que no tocara a Hércules, al Jorobado de Notre Dame… ¿Por qué hay que rebajar el contenido de esas grandes historias? Si los chicos no les entienden todavía, cuéntenles otras historias, que hay muchas, y ya más adelante entenderán esas grandes obras.
Usted también se ha distinguido como gran defensor de la cultura española “de tierra adentro”, en su condición de leonés, pero también con trabajos sobre el cuento popular en Extremadura u otras regiones. ¿Se pude reivindicar toda esa cultura, en parte en descrédito?
Al respecto, voy a reeditar próximamente en Siruela mi libro Leyendas españolas de todos los tiempos, en el que se demuestra cómo las distintas culturas españolas están interrelacionadas. Por ejemplo, el dragón, que se considera sólo catalán, está presente en otras regiones como el serpentón o el culebrón, o las brujas, que se asocian con Galicia, tienen una presencia terrible en historias extremeñas, y así sucesivamente. Es cierto que ha existido un gran prejuicio contra toda esa cultura popular española por parte de las elites urbanas, algo que por ejemplo no se sufrió en Italia. Se consideró que esa cultura era pobre, propia de mujercillas supersticiosas o de gente ignara, obviando la riqueza de arquetipos maravillosa de que disfrutábamos, al punto de que muchos de los fundamentales en la cultura occidental nacieron aquí.
A mí, personalmente, todo ese acervo me ha servido de mucho, porque creo que gran parte de la fuerza de tu escritura está en tu imaginario profundo, ahí es donde te alimentas. Yo me declaro internacionalista en mis influencias literarias, aunque terruñero en las personales… Por otra parte, ahora veo que en parte estamos cayendo en lo contrario. Cada pequeña comarca defiende el tener una cultura propia, desarraigada y desvinculada de todas las demás. Así que hemos pasado de la nada a la más absoluta de las miserias, como dijo Groucho Marx.
También es cierto que el folklore popular español es especialmente siniestro, y eso ha podido contribuir a que se le diera de lado con el desarrollo cultural.
Recuerdo un libro de leyendas extremeñas del siglo XIX que leí para preparar el libro del que antes hablaba. Era tremendo, de lo más desagradable que he leído en la vida. Por eso, en reacción, el romanticismo español creó artificialmente otras historias de vocación mítica con hidalgos, princesas… Pero lo cierto es que la cultura popular española no es así, es brutal, está repleta de asesinatos, de hambrunas, de todos los integrantes de los cuentos que en Alemania recogieron los hermanos Grimm.
¿Siguen adelante los filandones, las reuniones de escritores leoneses para relatar cuentos?
Pues sí, nos divierte y hay interés. Tenemos previsto uno en Cuenca próximamente y varios en León para conmemorar el 1.100 aniversario del nacimiento del antiguo reino.
¿Tiene abandonada a la poesía?
Bueno, yo siempre dije que fue ella la que se marchó de casa… La verdad es que mi poesía era muy narrativa, en forma de balada, por lo que derivé hacia la narrativa de forma natural. Lo que pasa es que aprendí muchísimo con ella. Cuando la he releído, me encontré que muchos de mis poemas son en realidad microrrelatos, que he canalizado el mismo impulso en esa otra dirección.
¿Y la novela juvenil?
No la he practicado últimamente, y me parece que tiene un problema. En algunos institutos en los que he estado hace poco, me encuentro con que sólo se leía novela para jóvenes. Y caramba, me pregunto, ¿qué pasa con los clásicos? ¿Ya no se leen a Verne, a Twain, a Stevenson…? Por mucho que respete a los contemporáneos, no pueden sustituir a Huckleberry Finn, La isla del tesoro, La vuelta al mundo en ochenta días… Sin olvidar la necesidad de recuperar a clásicos españoles como Antoñita la Fantástica, las novelas de Celia, o incluso los primeros Episodios Nacionales de Galdós.
Hablemos un poco de ciencia ficción. Vengo defendiendo que la ciencia ficción, en el actual contexto, debería ser especialmente pertinente. Pero vemos que esos temas más actuales parecen importar sobre todo ahora a obras publicadas fuera del género, mientras que la etiqueta cf se queda para obras de corte más lúdico.
Creo que la ciencia ficción fue uno de los grandes movimientos utópicos del siglo XX. Luego fue degradándose, y abriendo puertas a otros espacios divertidos pero que son un poco callejón sin salida, como la espada y brujería, por ejemplo. Pero la ciencia ficción estrictamente hablando es algo extraordinario, por su combinación de optimismo científico y de distopía social. Le admito que no estoy muy al tanto de las obras más recientes. Aunque, por otra parte, cuando he tenido charlas con amigos sobre ciencia ficción, como con Alberto García-Teresa, me encuentro con que me habla de los clásicos, de los míos, tantas décadas después… Sturgeon, Clarke, Aldiss, Asimov, incluso Ray Bradbury, que era entonces sospechoso por ser demasiado literario.
Por otra parte, mi último libro de cuentos, dedicado íntegramente a la fantasía científica, Las puertas de lo posible, es el que peor he vendido en toda mi carrera. Me dicen, además, que es un libro pesimista… ¡no lo es, es distópico, es una proyección real! ¿Qué se puede escribir sobre lo que ocurrirá dentro de doscientos o trescientos años, tal y como estamos ahora? ¡Si no se pueden escribir historias felices ni sobre el año que viene! Y, además, no existe ninguna voluntad de cambiar las cosas.
Por otra parte, creo que la ciencia ficción tiene la obligación de advertir, a través de las distopías o las utopías negras. Son un tesoro de la literatura. Hace poco descubrí Nosotros, de Zamiatin, que es una obra extraordinaria.
Me entristece que ese potencial social de la ciencia ficción, esa capacidad de remover conciencias, no le sea reconocido. Es como si se silenciara para que la gente no piense…
Estoy totalmente de acuerdo. Es como si no se quisiera saber nada, a la vez que se insiste en los malos comportamientos -con el medio ambiente, con las desigualdades sociales- que pueden llevarnos a esos futuros oscuros. Parece que la sociedad dijera: “no me hagan pensar mucho. Esto úsenlo sólo para hacer historias divertidas”.
Por otra parte, la ciencia ficción también me ha sido útil como herramienta para el conocimiento científico. Soy una persona sin formación en temas científicos, y buena parte de lo que sé lo averigüé por la curiosidad que me provocaron mis lectura de fantasía científica, ella es la que me ha nutrido.
¿Entrará más la ciencia ficción en la academia?
Estoy intentando incluir algunos términos especializados. El que marcha más avanzado es “distopía”, que creo que entrará en la próxima actualización del diccionario. Francisco Rodríguez Adrados, el helenista salmantino, me insiste en que no deberíamos aceptarla porque ya “utopía” no es un término correcto a partir de la construcción griega. Pero le tengo medio convencido. Y habrá alguna más que pueda admitirse.
Interesantísima entrevista. No comparto su visión de la ciencia ficción, pero no puedo negar que sabe estructurar sus argumentos. :)
Qué suerte que nos vueques aquí la entrevista completa para disfrute íntegro de la misma sin las mutilaciones que sufriría en la versión en prensa. Siempre es elogioso escuchar a Merino y su férrea defensa de lo fantástico. Ójala fueran más los académicos que se libraran de los absurdos prejuicios contra los géneros «no canónicos».
Interesantísima entrevista. Aunque en su peculiar concepto de la ciencia ficción (y tengo que admitir que cada día me convence más esto de la fantasía científica) Merino no deja de ser «nuestro hombre en la Academia».
Enhorabuena con la entrevista. En cuanto al contenido, asombra cómo se pueden tocar tantos temas muy discutidos en tan poco espacio con un análisis tan certero.
Respecto a lo de Rodríguez Adrados con el término «utopía»… En fin, es precisamente la línea filológica que menos comparto. No considero que la etimología deba mandar en la aceptación de una palabra empleada coloquial y científicamente desde hace varias décadas, y para la cual no existe sinónimo.
También ha explicado muy bien su insistente idea sobre que el ser humano es «homo narrans», que ya comentó en la UCIII. Es una idea que conviene recuperar una y otra vez: «la forma natural del hombre para enfrentarse a la realidad es la ficción».
Respecto al rechazo español de lo fantástico, a lo eclesiástico -para mí, evidente y causa primera- debería unírsele el rechazo político, confusamente entendido como «de denuncia social», que también atacó lo suyo desde el lado contrario. En España, lo fantástico ha sido vapuleado por todas las tendencias.
Esas tendencias que apunta Fernando también se hicieron y aún se hacen sentir en Latinoamérica, a pesar de la existencia del realismo mágico, pues la «denuncia» y el «realismo» debía privar sobre cualquier otra cosa…
eu-topos….utopía. Dis- topos. Un lugar dificil.
Aun sabiendo que «utopia» significa en ningún lugar, lo cierto es que lo primero es lo que ha calado desde que Sir Thomas More publicó su obra no hace unas decadas sino en 1516.
Me parece fascinante que se siga discutiendo el uso.