Parece existir una tendencia a mirar positivamente hacia todos los libros que, desde la literatura general, vienen a los territorios temáticos que en su momento se atribuyó la ciencia ficción. Sin embargo, por supuesto que los hay mejores, peores y regulares. Los hay que aportan una mirada fresca a temas conocidos, los hay que entran de manera impúdica y prepotente en territorios que la ciencia ficción ya supo tratar mejor, y los hay que no aportan demasiado sin estar especialmente bien. Aunque respaldado por un premio de prestigio como el Bibilioteca Breve, y firmado por un autor con una trayectoria relevante como Guillermo Saccomanno, a mi parecer El oficinista es de estos últimos, sólo de los regulares.
La novela sigue las desventuras de un anodino protagonista que malvive de su labor gris en una oficina. Está casado con un ogro y tiene una recua de hijos gordos y crueles. Pero, sin que se sepa muy bien cómo, atrae el interés de una hermosa -aunque desequilibrada- secretaria, que le lleva al catre y le hace perder el seso. En la historia hay otros personajes con cierto rol: el hijo discapacitado, el único con personalidad propia de la caterva del oficinista; un compañero al que le gusta la literatura rusa y que sueña con escapar a la Patagonia; un jefe que es antagonista gris, omnipotente, inalcanzable, y que también se beneficia a la secretaria.
El elemento de ciencia ficción es el entorno. Y, la verdad, es algo superfluo, y no acaba de funcionar bien. En la ciudad, a la que no se da nombre pero es obviamente Buenos Aires, patrullan helicópteros como principal símbolo de la opresión policial, que responde a los frecuentes ataques terroristas que hacen volar por los aires distintos edificios aquí y allá. Por la calle hay patrullas de perros clonados que atacan a la gente. Fin del elemento cienciaficcionero, que en resumen, se trata de que Buenos Aires se ha convertido en un trasunto de Grozny o Tblisi, por decir dos ciudades bajo control militar y con bandas de perros peligrosos.
Lo de los perros clonados tiene especialmente miga. No se sabe por qué los clonan. No se sabe por qué al ser clonados son feroces y van en banda, qué tiene que ver una cosa con otra. No hay más clones en la historia. Es decir, “clonados” es un palabro utilizado en exclusiva para dar ambiente , que no cumple ninguna otra función. Una vez más -y sé que esta afirmación periódicamente encuentra respuestas negativas- estamos ante un libro que, sin ser mala literatura, es indudablemente muy flojo cuando pretende hacer ciencia ficción.
De hecho, el libro es bueno en sus otros aspectos. El lenguaje es rico, los localismos le dan sabor y personalidad, el estilo martillea con sus frases cortas. Resulta obvio y conocido el recurso de no dar nombres a los personajes o de no individualizar sus diálogos, pero es una vez más eficaz. La referencia a Kafka es inexcusable, pero no resulta mimética. Es fácil empatizar con el protagonista, casi inevitable lamentar su desdicha, y la forma en que se refleja nuestra sociedad en este mundo siniestro.
Sin embargo, es inevitable pensar, una vez más, cuántos libros mejores hay dentro de la ciencia ficción clásica con el mismo tema y la misma denuncia, mucho más elaborada, mucho más original, y con una calidad literaria en absoluto inferior. El oficinista no le llega a la suela de los zapatos a Campo de concentración, de Thomas Disch. Pero los muy prestigiosos jurados que elogian El oficinista y lo premiaron -Caballero Bonald, Rosa Montero, Pere Gimferrer- no creo que lean ciencia ficción.
No creo que el libro haya recibido una mirada más positiva por su (escasa) ambientación futurista, ni mucho menos que le hayan dado el premio por eso (Viendo quiénes se encontraban en el jurado, probablemente su temática ha sido un obstáculo y no un punto a favor). En todo caso pienso que no hay que compararlo con un libro de Disch de hace cuarenta años sino con lo que se escribe aquí ahora, más allá de géneros, para reconocer sus méritos (si los tiene).
Dicho esto, yo no he sido capaz de terminarlo a pesar de sus corta extensión, precisamente por ese estilo martilleante y frío hasta el extremo. Es una experiencia algo frustrante.
A lo mejor no es aquí el lugar y a lo mejor ya lo he comentado antes en otros artículos sobre cf escrita desde fuera de la cf, pero me sorprende, que dentro de las novelas de cf escritas por autores de fuera del genero, cuando se mencionan las excelencias de La carretera o las novelas del japones ese que no me acuerdo, nunca (o yo no lo he notado )se habla de Rant, de Palahniuck.
Es posible que mi pasión por este autor me ciegue, pero es de lo mejor en CF que he leído últimamente.
Como curiosidad, publicamos una reseña de «Rant» hace un año
http://www.literaturaprospectiva.com/?p=1048
Es verdad, Nacho, y veo que ya comenté algo allí… ya decía yo… el Alzheimer acabará conmigo.
Pos nada, perdón por insistir
¿Perdón? ¿Cómo que perdón? ;) Es una obligación insistir porque, como dices, no se nombra todo lo que se debiera.
Desde que un colega me dijo que «La amante de Wittgenstein» de David Markson podía haberla escrito perfectamente Rosa Montero, no sé, como que no he vuelto a levantar cabeza. Cambió mi idea de la literatura, puso mi mundo patas arriba y desde entonces no he vuelto a ser el mismo.