Sueños de interfaz es una estupenda antología para recorrer la carrera de Vladimir Hernández, uno de los autores que más ha despuntado en el relato en los últimos diez años. En efecto, echarle un vistazo a los cuentos y novelas cortas recogidos en este libro es encontrarnos con un puñado de relatos premiados y finalistas realmente impactantes: dos finalistas del UPC, dos menciones del mismo premio, tres finalistas del Ignotus, un ganador del Manuel Pedrolo, otro del Carmelo González Oria… Un palmarés abrumador que el cubano afincado en Barcelona continúa aumentando.
Las diez piezas de esta antología aparecen agrupadas en tres secciones cuyos títulos son más que significativos. “Futuros cercanos” son los relatos de Hernández más claramente ciberpunk, ambientados en el mismo escenario, una Cuba a finales del siglo XXI fruto de una guerra civil y dominada por megacorporaciones. En ellos se puede rastrear sin problemas la huella de William Gibson, la principal influencia del cubano. Es cierto que estos tres cuentos podrían ser vistos como una adaptación muy fiel del universo del primer Gibson, el de Neuromante y cuentos como “Johnny Mnemónico”. Pero, aunque nuestro autor no sólo copie la ambientación (la red de redes, la tecnología omnipresente, una visión despiadada del futuro), sino también mucho de las tramas (solitarios perdedores poseedores de alguna habilidad que les permiten enfrentarse a corporaciones todopoderosas e inhumanas), hay que reconocer que estos cuentos resultan interesantes por sí mismos y van más allá del homenaje declarado. Hernández consigue impregnarnos de la sensación de que el futuro será, a la vez, algo muy parecido a nuestro presente pero también muy diferente. Parte de su éxito viene de la tecnojerga que emplea, mezclando marcas conocidas por todos junto a un vocabulario muy tecnológico y sofisticado, trufado con denominaciones de origen exótico. Este truco transmite esa sensación de que estamos ante algo simultáneamente familiar y extraño.
Como ya he comentado, las tramas, aunque llenas de trucos pirotécnicos, son, en esencia, bastante sencillas. Si les quitamos toda la pátina de tecnofilia y los giros inesperados acaban siendo del tipo de chico bueno contra malos muy malos. Pero, en el fondo, da un poco igual: los cuentos de Sueños de interfaz resultan como un caramelo de sabor nuevo que una vez terminado no deja de ser el mismo caramelo de siempre. Aunque, todo hay que decirlo, muy sabroso.
De los tres cuentos de esta primera sección, “Sueños de interfaz” es uno de los platos fuertes del libro, el más ciberpunk y un trepidante thriller futurista. “Semiótica para los lobos” es frío como el hielo y tiene una ambientación y descripción de personajes brillante pero con escasa relevancia argumental (la historia en sí se resume en apenas dos frases). Aún así deja un buen sabor de boca. El más flojo es, sin duda, “Hipernova”, un cruce entre Gibson y, quizá no tan sorprendentemente, el Dick de Ubik. Personalmente me ha parecido muy atractiva la descripción de una Barcelona futurista, pero el resto de la historia me ha resultado más floja.
“Futuros lejanos” recoge las historias space opera de Hernández, todas ellas ambientadas en el mismo arco argumental: la guerra de la humanidad con las langostas. He dicho space opera pero sería más correcto hablar de un híbrido con, una vez más, ciberpunk. Hernández reconoce las influencias de Gibson y Niven en su obra, pero en estos cuentos, el autor de Neuromante gana de calle al creador de Mundo anillo.
Efectivamente, aunque son historias que no dejan de relatarnos una guerra entre la humanidad y una raza alienígena, los implantes neurales, el bioware, la ingeniería genética, los cyborg, las IAs y demás fauna ciberpunk juegan de nuevo un papel destacado. Nuestro autor posee un estilo seco y frío que va de perlas a la hora de describir una guerra desesperada e incierta, y es también una buena herramienta para caracterizar a una mente extraterrestre absolutamente incognoscible.
Abre la serie “El oráculo de Penrose”, aunque, realmente, sólo la toca tangencialmente. Un cuento que no deja de ser una aventurilla intrascendente bastante clásica y sin mucha ambición. Parece mentira que de aquí salgan creaciones más interesantes como “Emperatriz”, muy deudora de la saga Alien, y, especialmente, “Signos de guerra”, el otro plato fuerte del libro, una eficaz y absorbente novela corta sobre la lucha entre humanos y langostas en un planeta selvático. Apabullante y llena de ideas originales, “Signos de guerra” recuerda a ratos a Apocalipsys Now y a La guerra interminable. Puro Vietnam. Aunque, viniendo de un autor cubano, sería mejor decir pura Angola. Cierra la serie “Langosta pálida”, el único inédito del libro y una historia correcta en sí misma pero que poco añade a la saga.
Si se ha disfrutado con los relatos del universo Formador/Mecanicista de Sterling y su novela Cismatrix, estos son unos cuentos que se apreciarán de igual manera pues van en la misma línea.
“Futuros alternativos” es la última sección del libro y, probablemente, la más floja. Recoge relatos sueltos sin adscripción a ningún universo concreto. El relato estrella en este caso sería “Kretacic rap”, escrito junto a Ariel Cruz, otra trepidante aventura seudo-ciberpunk con rap, personajes de ghetto, megacorporaciones y viajes en el tiempo para cazar dinosaurios. Una historia correcta y que ha tenido un cierto éxito pero que siempre me ha dejado un tanto frío. No alcanza la perfección de “Sueños de interfaz” o “Signos de guerra”.
“Némesis” es, posiblemente, la historia más débil del libro. Inspirada en James Tiptree, Jr. e impregnada de feminismo de manual, no acaba de despegar y planea durante todas sus páginas a ras del suelo. Finalmente tenemos “Fragmentos de una fábula posthumana”, una rareza; uno de los primeros cuentos de Hernández fuertemente inspirado en Stanislaw Lem. Aunque no está mal escrito no deja de ser una curiosidad cuyo interés es menor. No termina de encajar con el tono del resto de la antología.
En resumen, un buen libro que hará las delicias de los fieles del ciberpunk. Quizá su principal hándicap es que, aunque Vladimir Hernández ha desarrollado un estilo propio, muchas de sus historias no dejan de ser homenajes a sus principales influencias y tiene, por tanto, un cierto aire manierista: a la manera de Gibson, de Niven, de Dick, de Tiptree, de Lem, de Sterling… Cierto es que algunos de los relatos son un tanto flojos y que en su lugar podrían haberse publicado otros, a priori, más interesantes como “Nova de cuarzo”, “El correo Glez”, “Horizonte de sucesos”, “Punto de entrega”, “La apuesta faustiana”, “Tocando las puertas del cielo”, “El dragón de Schrödinger”… Pero, en líneas generales no es una antología especialmente desigual (algo inevitable tratándose de este tipo de libros).
De este autor lei el relato con el que quedó finalista en el año 2006 en el Alberto Magno de la UPV. Su lectura enganchaba al lector desde el principio y le llevaba sin esfuerzo por la trama, sencilla dado que es sólo un relato. Me pareció muy aventurero y no tan profundo, ni tan pesimista como Gibson.
Es una lectura que recomendaría.
El primer libro que termino en 2011. La prosa de Vladimir (casi siempre) está cuidada y fascina, pero tanto a los argumentos como a los personajes les falta garra y originalidad. La parte de cyberpunk es demasiado tópica, el space opera es mucho más interesante, tal vez porque la influencia del cyberpunk sigue presente y hay menos maniqueísmo. La última parte es la que menos me ha gustado, «Kretacic Rap» me parece fallida (y repleta de faltas de ortografía , algo que no pasa en el resto del libro), coincido con el reseñador en la apreciación de «Némesis» y «Fragmentos de una fábula posthumana” insinúa mucho más de lo que luego da. A pesar de todo es una antología correcta que, aunque sólo sea por el estilo, merece algo más de difusión.