Terminé de leer Un hombre en la oscuridad hace, creo, tres semanas. Fui posponiendo escribir estas líneas por tareas más relevantes, y me equivoqué. Fruto del propio desinterés del texto, lo he olvidado en gran medida. Recuerdo con más viveza detalles de novelas de Auster que leí hace años.
La razón de que me ponga con esta tarea es que ha corrido la especie de que la novela es una ucronía, algo subrayado por el hecho de que ha sido proclamada finalista del premio Arthur C. Clarke. No es cierto. Fruto de uno de los juegos literarios a los que el autor es tan aficionado, hay ciertamente una especie de aborto de ucronía inserta en la historia. Pero la novela no es de género. No es más que otro paso de Auster en dirección a ese enrocamiento en su propio mundo, ese gustarse a sí mismo sin otro sentido ni razón, que pareció desatarse en la espantosa Viajes por el Scriptorium. Un hombre en la oscuridad no es, al menos, una horrorosa tomadura de pelo como la anterior. Sólo es una novelita, una poquita cosa impropia de un autor grande. O, tal vez, un testimonio del último estadio en su carrera.
Hace años, Paco Porrúa me comentó que los escritores pierden interés cuando, llegado un determinado estadio de su vida, se convierten en metarreferenciales; cuando cobran consciencia de su propia imagen y del peso de su trayectoria, y se sienten obligados a unas expectativas ya definidas. No estoy totalmente de acuerdo; con Ballard, por ejemplo, no se cumple esa aseveración, pese a que es obvio que lleva años escribiendo deliberadamente ballardadas. Pero el éxito de Ballard no ha sido el de Auster.
A éste, además, le llegó relativamente joven, se convirtió en autor de culto y estudiado con veneración sin cumplir los cincuenta, y ha entrado en la sesentena amenazando con convertirse en una sombra de sí mismo. Un reiterativo repetidor de tics y motivos recurrentes, de trucos metaliterarios y simpáticos guiños al azar, la relación entre la literatura y la realidad etcétera.
El protagonista de Un hombre en la oscuridad es un veterano ex crítico tumbado en su cama, que no puede dormir. Así que se inventa historias. La que le corresponde en la noche en que le acompañamos es la de un hombre que despierta en otro mundo procedente del nuestro: un lugar en el que no existe la guerra de Iraq, pero los Estados Unidos están desgarrados por una guerra civil. Le dicen que la solución al conflicto será que mate a un hombre, el crítico literario en cuestión, que está soñando esa realidad y creándola de esa manera. Trabaja de animador infantil a domicilio, tiene una novia argentina y otros detalles austerianos. No quiere matar a nadie.
La historia, sin el menor valor para un lector en busca de material especulativo, se desarrolla durante un centenar de páginas, alternada a la manera natural de una ensoñación con los pensamientos propios de su creador. Y se interrumpe tan bruscamente como comienza, sin llegar a ninguna parte, para dar paso a una conversación entrañable, pero igualmente poco sustanciosa, del anciano con su también insomne nieta.
¿Quiero decir, por tanto, que una historia debe llevar necesariamente a alguna parte? Obviamente, no. Pero la falta de sustancia de Un hombre en la oscuridad llega rodeada de ecos misteriosos, y apoyada en detalles que homenajean –¿por qué repetir un nombre de otra obra ya es un homenaje que debe ser aplaudido?– a un centenar de referentes con intenciones «importantes». Todo ello da pie a que la contraportada esté repleta de interpretaciones cuasicabalísticas sobre las motivaciones del autor, a que los suplementos culturales se lancen a interpretar oracularmente mensajes escondidos. El objetivo final parece ser convertir con sus párrafos de prosopopeya laudatoria –cómo regatearle algo así a Auster a estas alturas¬– lo que es una novelita más simple que el asa de un cubo en el paradigma de «alto posmodernismo» –leo en El Cultural–.
Parece como que Auster quisiera contar algo, que quisiera reflexionar sobre la sociedad en que vive. Pero me temo que, en realidad, no hay nada de particular. Sólo una historia lanzada al aire, con detalles de algún significado pero sin un objetivo final, trufada de los recursos habituales del autor. Baste citar la frase de un texto que obsesiona al crítico protagonista, y que parece querer resumir el sentir de Auster respecto a esta historia: «El peregrino mundo sigue girando». Es decir, la vida pasa. 200 páginas para vendernos como profundísima conclusión la perogrullada por antonomasia.
Uno tiene la sensación, al cerrar Un hombre en la oscuridad, de que el emperador puede campar desnudo otra temporadita sin dificultades. Lástima; sólo hace tres años de Brooklyn Follies, pero con amplios grupos de corifeos dando respaldo, la cosa parece de mal arreglo.
Yo leo a Auster desde la época de «El Palacio de la Luna» y «Leviatán». Y me parece que Auster nunca podrá superar esas novelas. Creo que «el libro de las ilusiones» es su última gran novela. Todo lo que ha escrito despues es notablemente inferior. Es verdad que yo sigo comprando todo lo que publica, porque es un gustazo leerle. Sigue teniendo un estilo magistral, pero sus novelas ya no son tan «redondas» como antes.
Ojalá me equivoque y tarde o temprano saque uno de esos librazos que hacen caerte de culo. Pero de momento me quedo con el Auster de los 90.
Me pasa exactamente lo mismo, sólo que en mi opinión el declibe empieza por Tombuctú, desde entonces cada lectura de un libro suyo nuevo ha supuesto una decepción progresiva con el resultado de desinterés absoluto.
Aunque con esta novela parecía que despertaba en mí algún gusanillo por mor de lo ucrónico y tal, creo que la dejaré pasar después de leer esta reseña. No digo que lo que comentaba Porrúa sea una verdad universal, pero se cumple con precisión al menos en lo que se refiere a autores que he adorado y que se desinflan paradójicamene a la vez que se inflan sus egos.
Salud!
No creo que por dos novelas haya que dar por perdido a un autor como Austrer. De acuerdo con que ‘Un hombre en la oscuridad’ nos ha dejado a todos un poco fríos, pero Brooklyn Follies me pareció bastante aceptable y de eso sólo hace tres años. Tengo la confianza de volver a leer algo a la altura de Leviatán, Tombuctú o la trilogía de Nueva York. Un voto de confianza. A ver que es lo que queda por venir…
Un saludo
Bueno, a mí no me dejó frío. De hecho, me gustó bastante. Desde luego, no está a la altura de sus grandes novelas, y seguramente peca de repetitivamente austeriana (lo cuál, siendo Auster el autor, no es tan extraño), pero tiene bastantes cosas interesantes como para despreciarla. En lo que estoy completamente de acuerdo es en que no estamos ante una novela de ciencia ficción.
Descubrí a Auster por cuenta propia en 1988, chocando prácticamente con las tres novelas cortas que considero magistrales y que formaron la que luego se llamó “Trilogía de Nueva York”, editadas por Júcar en una, entonces, casi desapercibida edición de bolsillo y traducidas por Ramón de España.
Ese descubrimiento me llevó a «El país de las últimas cosas» y «El palacio de la luna», confirmándome a mí mismo con esta última que me encontraba con un excelente autor y con un mundo literario muy particular.
Pero todo lo que sube baja, y cuando tocas la cima lo que queda es el descenso. Desde «El palacio de la luna», cada libro de Auster me ha parecido peor que el anterior, incluso el propio Auster me resulta, con cada nueva novela, un mal imitador de sí mismo.
Desde que perdí el tiempo leyendo «El libro de las ilusiones» me propuse, por preservar el buen recuerdo que tengo de sus primeros trabajos, no leer nada más de él . No logro entender muy bien cómo, inexplicablemente, a cada peor trabajo parece aumentar su prestigio, …y se recurre a él para rellenar periódicamente las páginas de los suplementos semanales, …y se etiqueta cada nueva novela suya con los mejores elogios.
Auster ya no vive aquí.