El último truco

El mago, frente al numeroso y sudoroso público, sopló todo lo fuerte que pudo pero no pudo lanzar fuego ni arrancar una mísera llama de sus labios; impuso las manos a una señora paralítica que siguió postrada y a continuación repartió cartas de una baraja manoseada mil veces entre los asistentes sin luego mostrar habilidad alguna. Al final, cuando de su chistera sólo sacaba sudor y lágrimas, que caían sobre las primeras butacas, el público abucheó hasta quedarse ronco y exigieron al prestidigitador que les devolviera el precio de la entrada. El mago se negó de manera burlona, los insultó y se burló de ellos. Pronto una multitud asaltó el escenario, golpeó al hombre en las costillas, en la cara, por todas partes; cuando arrancaron sus elegantes ropas pudieron ver, entre horrorizados y boquiabiertos, la pústula púrpura que inició la plaga.