El bebé estaba jugando con sus coches y muñecos cuando sintió el zumbido de una legión de enormes insectos que revoloteaban a su alrededor. Frenético, agitó las manos tratando de apartarlos, pero eran demasiado rápidos para su cuerpo aún no demasiado coordinado. Pequeñas ronchas rojas se formaban en su piel allí donde impactaban las picaduras de aquellos siniestros animales que no parecían conocer la piedad. Vencido por el dolor, el bebé comenzó a llorar y patalear desconsolado, destruyendo sin querer los pocos edificios de la ciudad de Kyoto que todavía quedaban en pie.