Judas desencadenado, Peter F. Hamilton

Heme aquí 856 páginas después declarando que pocas veces un libro me ha parecido tan bueno y tan malo a la vez. Resumiendo, y en mi opinión, 540 páginas de la mejor space opera rematadas por otras 316 indecorosas. Y un consejo al multivendido autor (dos millones de ejemplares lleva a lo largo de su carrera): que no tome tanto café. Sosiego, ponderación, equilibrio, templanza…

Judas desencadenado es la continuación y remate de La estrella de Pandora. En el siglo XXIV, los humanos somos las bolsas de plástico de la galaxia. Estamos en todos lados gracias al descubrimiento de la tecnología para fabricar agujeros de gusano, tremendos trenes surcan las estrellas. Se colonizan planetas, se descubren alienígenas y, como no podía ser menos, uno de tales resulta ser el típico primo cabrón que no entra en razones. Uno de los dos sobra en el barrio. O nosotros o ellos (Él en realidad, Montañadelaluzdemañana). Ah, detalle importante: como no podía ser de otra forma, la mente humana se digitaliza y se guarda en discos de seguridad que, muerto el titular, se insertan en nuevos cuerpos. La peña es prácticamente inmortal, y como sea que seguimos criando como conejos, la necesidad de nuevos planetas resulta ilimitada.

En este contexto, Judas nos describe un conflicto multibanda. Por un lado, los tensos equilibrios de poder entre los humanos que cortan el bacalao, la Marina, el Senado, las Oligarquías familiar y empresariales de los diferentes planetas. De fondo, una misteriosa grey, Los Guardianes, movimiento pseudo terrorista que trae de culo al cosmos en su lucha por demostrar la existencia de una conspiración universal urdida por un tal Aviador Galáctico, mítico ser capaz de convertir en zombies a su servicio a los humanos de posibles. ¿Más? Pues más: Inteligencias Sensibles que ni ellas saben de qué lado están. Alienígenas que han trascendido su corporalidad. Y traidores, Judas por todos lados. Hasta la página 855 ni tú mismo estás muy seguro de ser quien dices ser.

Es así que Hamilton empieza a lo grande, con una tensión narrativa que te invita a ignorar la discretilla traducción, el ramploncillo estilo del junta-letras (me extenderé en el oportuno anexo) y te sume en esta gloriosa fiebre de pasar páginas y páginas mientras tu mujer te mira con cara de cabreo hasta que te das cuenta de que llevas desde el martes sin decirle hola.

La clave de este poderoso arranque está en una trama coral, un mundo exhaustivamente descrito y bien definido, el misterio omnipresente y tres o cuatro momentazos en que la historia da un vuelco radical. Hamilton sabe sorprender.

Hasta aquí, Judas no es una obra cumbre pero recuerda las space opera tipo Hyperion, cargaditas de subtramas políticas, policiales, un poco de ciberpunk por aquí, novela negra por allá. Polvetes variados. Intronautas silfem. Cabezas que se revientan entre vahos de nube rosa y algo de agujeros negros en sentido amplio.

Francamente, me lo estaba pasando como un enano.

Pero hay que saber rematar en la vida. Una de las tramas gordas es el contrataque humano al primo; solventado esto, la novela no es que caiga, se desploma por las insondables lomas del aburrimiento. Parece como el colega que viene a tomar café y a las cuatro de la madrugada sigue inasequible a tus ronquidos empeñado en mostrarte los 45 gigas de fotos de sus vacaciones en Canarias.

Por así decir, Hamilton ha estado toreando de cine en el tercio de capote, ha picado el toro con maestría, las banderillas las puso haciendo el pino y sujetándolas por los sobacos. La hostia. Pero llega la hora de la muleta, y, señores, un aburrimiento miserable de pases y pases y la novela que no se acaba nunca. El toro que se tumba de panza en la arena cómo diciendo, “que me desgracien pase, pero que se me rían…”

Más o menos, la pájara me pilló en la 550. De ahí al final, toda la trama se intenta resolver en una persecución que ríete de La larga marcha. Y como la cosa queda sosa, Hamilton se empeña en trufar la historia de llamaradas por aquí, trompazos por allá, implosiones nucleares, cuánticas y positrónicas, azules, verdes y marrones. Todo en un desorden tal que no sabes quién va delante ni quién detrás, si atacan de frente, de lado o por arriba. Si el que persigue al perseguido del perseguidor que perseguía está en medio, delante o encima.

Qué pena más grande tras las brillantes 500 primeras páginas.

El error, pienso, reside en que  Hamilton lleva 1.200 páginas (pues incluyo 740 de La estrella de Pandora, realmente geniales) sembrando tramas, personajes, ambientes… Tiene que cerrar los hilos de una novela coral. ¿Y cómo lo hace? Pues mal… Se limita a encerrar a los protas juntitos en un camión persiguiendo al malo y fía el soporte ambiental en las llamaradas del Maser, en los fogonazos de las lanzas cuánticas, los perdigonazos de la pistola de iones… Un sindiós…  En tanto que la tensión dramática queda en descubrir cuántos Judas viajan en el citado convoy persecutorio, una propuesta que, a estas alturas, tras recurrir decenas de veces al tropos del “¡Ah, carajo!, ¡pues resulta que ese tan guay estaba vendido al malo!”, está más sobado que un pulpo a la gallega. Aburridísimo.

Moraleja, si escribes una space opera coral, asegúrate de dar pasaporte al 80% de la plantilla a lo largo del libro. No los dejes todos para el final. En Judas desecandenado, a Hamilton le ha temblado el pulso.

En definitiva, son 500 páginas de buena ciencia ficción que merecen la pena. Lo suyo es según compras el libro trincar un serrucho y capar las 200 últimas hojas. No se pierde nada.

Anexo: traducción y estilo ramploncillo del autor.

No soy lector de inglés pero la traducción me canta, y no porque se utilicen argentinismos y, de vez en vez caiga un “vos” o “tenés” o un “controversialmente”. Vean esto. Pág. 107: “La mayor parte del subsiguiente viaje en tren que la había llevado de regreso a Oaktier lo había pasado fantaseando”, que, concordancias al margen, debería haberse ventilado “Se pasó la mayor parte del regreso en tren fantaseando con…”, de donde se reduce a la mitad la extensión de la farragosa frase y se gana en precisión. Durante las primeras 500 páginas, el ritmo de la historia es tan potente que no le das mucha importancia a estas pijaditas, pero lo cierto es que hacen más duro el extenuante final.

Dirías que se conformaron  con un primer volcado del inglés en un (discretito) trabajo de batalla. Y me imagino que la razón poco tiene que ver con la capacidad o discapacidad del autor. A tenor de la extensión del libro, puro ajuste de costes. Sí que agradecería que algún forero de las Américas me indicase que significa “escopetazo”. Es un giro que en la novela se asocia a difundir noticias o mensajes, de donde colijo que debe ser algo así como un comunicado, pero no estoy nada seguro.

Y un poco de cachondeo respecto a la prosa. Verán, es recurso habitual del gremio que para darle más fuerza a la imagen se añade un color a una situación sin que venga muy a cuento. Por ejemplo (ejemplo inventado). “Se murió entre esputos de sangre mientras su mano sujetaba el flexo de color mandarina”. Importa un pito que el flexo sea naranja o verde, pero como que le da caché a la situación.

Hamilton usa y abusa de este efectismo. Con el agravante de que las cosas no se limitan a ser  lilas, blancas, o rojas, son de “color lavanda”, “color ostra”, “color borgoña”. A veces es tontería; si quieres decir que la “camisa era verde”, sobra decir que “la camisa era de color prado recién regado por la lluvia primaveral” (vamos pienso yo, aunque si de lo que va esto es de cobrar por página, mejor: “la prenda textil superior con su característica abotonadura del color de la ostra salvaje era de color prado recién regado etc…” ). Pero ya es el súmmum cuando, como en pag. 406, “estiró la mano virtual con los colores de la antigua bandera nacional galesa”. Toma ya. No tiene mucho sentido. Supongo que quiso añadirse un dato de refilón, la presunta galesidad de la propietaria de la dicha mano, para más señas, Gwyneth de nombre (que dicho sea de paso, como si es de Gijón, la galesidad de Gwyneth no altera el producto).  El dato es una gilipollada, y supongo que es un cameo, un homenaje a una prima o a una colega que se quiere ligar el autor. Algo así.  Pero de entrada, te deja temblando e imagino el careto que pondría uno de Ohio si se encuentra en un libro ambientado en el XXIV algo así como “Meritxell estiró la mano virtual con los colores nacionales de Andorra”. Abre el ordenador, dale al router, ponte a bucar por Google… Al final, la sospecha de uno es que alguien está cobrando al peso. (El agente, el traductor, el autor, el editor, sólo o en compañía de otros…).

4 comments

  1. Luis, estoy en general de acuerdo contigo. Yo también me enganché a «La estrella de Pandora» y enganché «Judas desencadenado» con muchas ganas. Efectivamente, parece que este hombre cobra a tanto la palabra y quiere meter tantas como pueda. Pero sobre todo es que no tiene sentido de la proporción, porque concede la misma importancia, el mismo nivel de detalle y la misma extensión narrativa a una escena intrascendente en un bar que a otra escena clave.

    Sobran personajes, sobran subtramas, sobran detalles superfluos, sobran páginas, y sobre todo sobran páginas al final, como dices. La novela pierde gas como una coca cola agitada y hay cientos de páginas de anticlimax.

    Todo eso se ve compensado por trozos auténticamente buenos, donde se ve que el tipo tiene valores ahí escondidos debajo de la puñetera verborrea.

  2. Bueno, la novela tiene un arranque casi genial, a pesar de los pesares y que como bien dice Mario, a nivel de detalles, no distingue entre la muerte de un prota o la compra de un traje, con lo que desde el inicio hay un importante efecto relleno. A su favor hay que destacar, como decían en la reseña de Pandora, que aunque monta 12 o 13 tramas, más o menos resultan inteligibles. Y qué pasa, que Hamilton aguanta la novela a golpe de timbal y tatatachán (cliffchangers, en eruditos, para que veias que me ilustro). Dejas una trama en el aire y vas a por otro. Esto más o menos funciona hasta que las tramas confluyen, momento en que sin tatachanes, insistiendo en el rebozo retórico y sin mayor suspense (los buenos ganan siempre), la novela peta, se rompe, y entonces ves que tanta subtrama y tanto efectismo juega en contra de la novela.

    Vázquez: Por favor, explicadme lo del escopetazo, el primer tomo ya no lo tengo y en el segundo no sale.

  3. Yo debo ser el único que no quedó impresionado por La estrella de Pandora y se leyó éste sólo para ver cómo terminaba la historia…

    Es cierto que la trama engancha muchísimo, pero hay varios aspectos presentes a lo largo de los dos libros que me dificultaron mucho a la hora de sumergirme en la lectura:

    – El principal es la excesiva exhaustividad del autor ya comentada. No necesito tantos detalles de todo. Me da igual que tengas 10 millones de notas de todos tus personajes y escenarios, no hace falta que pongas todos los datos en la novela, por orgulloso que estés de tu preparación.

    – Me resulta absurdo como las facciones enfrentadas siempre tienen un recurso secreto más con el que contragolpear cuando parecen derrotadas. Ya sea en cuanto a armas de destrucción de sistemas solares o trajes de combate. No pude liberarme en ningún momento de la sensación de estar viendo una versión compleja de Bola de Dragón, con el enemigo y el protagonista mutando y haciéndose invencibles cada vez que parecían derrotados.

    – Como han dicho antes, no es necesario que todos los protagonistas lleguen al final y coman perdices. En la vida real la gente se muere, no pasa nada porque se muera un personaje al que has puesto en una situación de la que es imposible salir de forma creíble. De hecho, al final te acaban molestando. El único que se quita de encima es la IA, que desaparece de repente de la historia, y es precisamente el más difícil de eliminar sin que resulte chocante.

    – La presentación de los personajes es una de las peores que he leído. Este punto entronca con el primero (exceso de exhaustividad) y queda reflejado especialmente en la multitud de páginas que dedica a contar toooooda la historia de Montañadelaluzdelamañana con la primera novela muy avanzada. No puedes cortar una guerra entre dos civilizaciones, con el ritmo desenfrenado que llevaba, para empezar de cero con un personaje. Que sí, que es interesante, que es curioso conocer su punto de vista, pero no es necesario, y mucho menos en ese punto. Si quieres, abre el segundo libro con él, hasta que alcances el momento en que dejaste la trama y vuelvas a los personajes humanos, pero no cortes el ritmo de esa forma…

    Ah, y por supuesto acabé harto de los vagabundeos por los senderos de los Silfen, al más puro estilo de las peores novelas de fantasía épica, en la que los protagonistas no hacen más que dar vueltas (Añoranzas y Pesares, por ejemplo). Y el final del libro me parece bochornoso.

    En resumen, me parece una saga muy sobrevalorada.

    P.D: Los escopetazos son los mensajes enviados a todo el mundo desde una única dirección de origen. Muy poco creíbles también.

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