En la introducción a la antología The New Space Opera, recopilada en 2007 por Gardner Dozois y Jonathan Strahan para Harper Collins (de la que pronto espero escribir una reseña para Prospectiva), se recogen las siguientes palabras de Brian Aldiss: "La ciencia-ficción es para tomársela en serio, la space opera es para pasárselo bien." Desde 1974, fecha que se le atribuye a la cita, han cambiado muchas cosas en el panorama de la ciencia-ficción en general y de la space opera en particular. En la actualidad, autores como Iain Banks, Alastair Reynolds o Peter F. Hamilton nos demuestran que al componente de diversión intrínseco a la space opera tradicional (naves gigantescas, batallas espaciales, alienígenas de infinitos tamaños y colores…) no le hace ningún daño, al contrario, añadirle unas gotitas de "seriedad", ya sea en forma de trasfondo político, religioso o social. Así parece demostrarlo, al menos, la calurosa acogida de sus trabajos entre los lectores del género.
El alemán Andreas Eschbach toma buena nota de esta tendencia (más característica de los escritores europeos, quizá, que de los norteamericanos, algo encorsetados en la premisa de que toda space opera debe presentar un marcado carácter militarista) y combina seriedad y diversión sin fisuras en su novela Quest, ambientada en el mismo universo que su celebrada Los tejedores de cabellos. Fue publicada por primera vez en 2001 (seis años después de Los tejedores de cabellos) y reeditada este año en su país de origen, probablemente para aprovechar el dulcísimo momento que atraviesa su autor en Alemania, donde sus últimas novelas no dejan de auparse a lo más alto de las listas de ventas en cuanto llegan a las librerías.
Ya el mismo título de la novela, con su carácter polisémico, nos advierte de que nos aguarda una lectura de varios niveles, dado que Quest en este caso se refiere tanto a Eftalan Quest, comandante de la nave interestelar MEGATAO, como a la "búsqueda" que es el motor principal de la trama. Búsqueda ambiciosa, por cierto, pues no es otra que la del Planeta del Origen, el legendario mundo del que supuestamente brotó la vida tal y como se conoce en el universo de la novela. Los motivos que impulsan al comandante Quest a seguir el rastro de este misterioso, inexistente quizá, Planeta del Origen irán cambiando a medida que avance la trama: encontrar ayuda contra la flota imperial que amenaza con destruir la galaxia de Gheera (amenaza que los lectores de Los tejedores de cabellos recordarán cómo se resuelve), encontrar un remedio contra la cruel enfermedad que intenta doblegar al indómito comandante de la MEGATAO, encontrar a Dios…
En el transcurso de esta búsqueda los instrumentos de la MEGATAO detectarán la presencia de otra nave en su camino, una nave mucho más pequeña, vapuleada y a la deriva en el espacio, que una vez rescatada se abrirá para presentarnos a uno de los personajes principales de la historia junto al propio Eftalan Quest: Smeeth, un hombre que afirma ser inmortal, una reliquia del pasado lejano cuyas ideas republicanas encenderán una pequeña revolución en el seno de la sociedad monárquica de la MEGATAO, anacrónicamente estratificada en clanes y castas de marcado carácter medieval, y última figura que le faltaba a Eschbach por desplegar sobre el tablero de su bien meditada trama. Con la aparición de Smeeth y la plétora de interrogantes que siembran su trayectoria biográfica, la MEGATAO deviene en una suerte de gigantesco palacio donde empezarán a multiplicarse tanto las intrigas como las cuestiones éticas y filosóficas que tanto le gustan al autor, convirtiendo así la novela en un artefacto apto tanto para aquellos lectores que prefieran quedarse con la faceta más lúdica de la historia (visitas a planetas extraños, encuentros con variopintos alienígenas, distancias inimaginables cubiertas a golpe de hiperreactor…) como para quienes deseen recrearse analizando las motivaciones de los distintos protagonistas y los dilemas a los que han de enfrentarse.
Nota muy alta, así pues, para esta nueva visita al universo de Los tejedores de cabellos, aunque no haya entre ambas novelas excesivas similitudes argumentales o estilísticas ni afán aparente de conseguir una continuidad especial entre los hechos narrados en una y en otra más allá de lo anecdótico, de modo que ambas pueden leerse tanto en cualquier orden como de forma completamente independiente. La única pega que le pondría a esta edición de Quest (galardonada en 2002 con el Premio Kurd-Laβwitz, al que Eschbach parece estar tan abonado en la categoría nacional así como Iain Banks o China Miéville en la extranjera) es la inexplicable inclusión de una serie de ilustraciones firmadas por Thomas Thiemeyer, amigo y vecino del autor, de carácter tan pulp y tan ajenas a lo descrito en la novela que no cabe sino esperar que el lector español jamás deba enfrentarse a ellas en caso de que alguna editorial se anime a publicar este título en nuestro idioma.
One comment
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Como ilustrador, Thiemeyer ha ganado casi tantos KL como Eschbach. Es fabuloso. Otra cosa, claro, es que venga a cuento o no. En cuanto a la continuaciĆ³n, suena bien, especialmente si no tiene mucho que ver con Los tejedores.