El ¿corto? vuelo de Ícaro

Ha pasado casi un año desde que se produjo el affaire Ícaro Ediciones, una editorial de nuevo cuño que anunció una docena de títulos de diversa índole a comienzos de octubre de 2008 y que se vio salpicada por fundadas acusaciones que, parece, truncaron su proyecto. Desde que se produjeron las primeras revelaciones, tras un comunicado emitido, supuestamente, por la propia editorial y unas declaraciones en un artículo publicado por el diario Cinco Días, nada más se supo de ellos. Hace un par de meses aparecieron nuevos damnificados que pusieron sobre la mesa una vez más lo fácil que resulta montar un proyecto editorial poco claro, "imaginativo" a la hora de ahorrar costes, y lo sencillo que, a priori, resulta salir indemne. Recordemos brevemente cómo fue el asunto en lo que a la ciencia ficción se refiere.

Sus primeros lanzamientos fueron las reediciones de La guerra de la paz y Naufragio en tiempo real, de Vernor Vinge, Deus Irae, de Philip K. Dick y Roger Zelazny, Misión de gravedad, de Hal Clement, y Órbita inestable, de John Brunner. Sin embargo la legitimidad de estas novedades se vio empañada por una casualidad demasiado casual; entre las obras anunciadas se encontraba la reedición de Tigana, novela de fantasía histórica de Guy Guvriel Kay que también había sido anunciada por Timun Mas y que ninguna de las dos editoriales podían publicar porque, como se descubrió poco después, los derechos de este autor habían sido comprados por La Factoría de Ideas.

Todo parecía indicar que estábamos ante un acto de bisoñez propio de editores inexpertos: anunciar como derechos adquiridos meras intenciones (cosa que, por increíble que parezca, pasó con una editorial con varios lustros a sus espaldas como Timun Mas). Pero en un par de días se descubrió que había algo mucho más grave detrás de Ícaro. Los editores Luis G. Prado y Juan Carlos Poujade se pusieron en contacto con los tenedores de los derechos originales de varias de las obras anunciadas y estos confirmaron que no sabían nada de las intenciones de Ícaro Ediciones; además Carlos Gardini, autor de la traducción de Misión de gravedad, afirmó lo mismo de su trabajo.

Desde noviembre de 2008 no se volvió a hablar del tema. La situación quedó expuesta, los libros publicados se retiraron de múltiples puntos de venta, los responsables detrás del proyecto se escondieron en un agujero bien profundo… Sin embargo, como decía al comienzo, en los últimos meses han aparecido nuevos damnificados que conviene tener en cuenta: Antón Riveiro, traductor de la novela Sol de soles (Sun of Suns, de Karl Schroeder, lo que señala que, efectivamente, pensaban publicar traducciones originales); el escritor y periodista uruguayo Gustavo Esmoris, corrector de las traducciones de Terra Ignota y la mencionada Sol de soles; Miguel López, con un contrato firmado para traducir The Night Inspector y que una vez entregó en febrero de 2009 no volvió a saber nada del asunto; y Julia Valenzuela, que firmó un contrato a comienzos de julio de 2008 para traducir Spook County, la última novela de William Gibson, todavía inédita en castellano (a la espera que aparezca publicada por Urano), y de la que, según cuenta, llegó a traducir un 40%. Cuatro profesionales que no son los únicos que salieron escaldados del asunto.

Especialmente revelador es lo ocurrido con Gema Liceras, la última afectada en salir a la luz y que deja bien a las claras el modus operandi de Ícaro. Con un contrato firmado en octubre de 2008 para traducir Ahab’s Wife, mantuvo contacto por correo electrónico con Vicente Gutiérrez, el interlocutor de la editorial, hasta que a finales de junio de este año entregó la traducción con absoluta normalidad. Desde entonces sus correos no obtienen respuesta.

La cosa iba más allá de cuatro reediciones interesantillas en el campo de la ciencia ficción. Tenía unas dimensiones bastante mayores que se han extendido en el tiempo mucho después de que la cosa saltase a la luz pública.

A partir de aquí y de las diversas opiniones que se pueden leer en los enlaces que se encuentran al final de esta reflexión, me gustaría apuntar dos conclusiones. La primera es obvia: detrás de estas prácticas hay siempre profesionales que ven vulnerados sus derechos y que resulta casi imposible que vean reparados los daños que han sufrido. Por eso los clientes (lectores) deberíamos tomarnos un poco más en serio estos asuntos cuando se descubren. Y segundo, no se puede dar la misma verosimilitud a la información proporcionada por personas que firman con su nombre y apellidos y que además tienen por detrás una carrera contrastada y una reputación, que a personas que no sabemos quiénes son y que, a tenor de la información aportada, queda claro que han obrado con mala fe. Sin dejar de lado la presunción de inocencia, no es necesario esperar al veredicto de un juez para alumbrar qué ha ocurrido.

Sobra decir que, además, hay consecuencias muy graves para los lectores de a pie. Como pudimos comprobar hace unos años tras el asunto de Pulp Ediciones, obras atractivas quedan en barbecho un tiempo, muchas veces de varios años, porque se ven "quemadas" tras este tipo de maniobras.

Dos cuestiones quedan en el aire. Dentro de un tiempo, digamos, "prudencial" ¿ocurrirá algo "extraño" con las traducciones que fueron entregadas?. Y ¿cuánto tiempo pasará hasta que vuelva a ocurrir algo similar?

Enlaces:

El hilo de Sedice
donde se descubrió todo el asunto.

Comunicado de Ícaro Ediciones publicado en el Portal de Ciencia Ficción el 31 de octubre de 2008 donde, en los comentarios, aparecen tres de los damnificados comentados en este texto

"Publicar libros sin derechos ni registros" . Artículo de Julián Díez publicado en Cinco Días.

4 comments

  1. Este lamentable asunto no hace más que demostrarnos, una vez más, lo gratis que resulta el chanchullo, el pufo y la estafa en este país. Y me temo que los afectados profesionalmente por ello no verán un duro y lo más que podrán aspirar es a una satisfacción «moral» tras pasar por largos procesos judiciales.

    Sobre las dos preguntas que haces al final. La respuesta a la primera está claro, la probabilidad de que suceda algo «extraño» con las traducciones en un futuro no muy lejano es muy alta. Sobre la segunda creo que, pecando de ingenuidad y candidez, no tengo claro que se pueda repetir en los mismos términos.

    Creo que se partía de la idea de que «estos frikis tragan con cualquier cosa». Quizá en otro tiempo quizá fuese así, pero en los últimos tiempos las redes sociales establecidas gracias a las nuevas tecnologías hacen más difícil esto. El problema está en que quienes se dedican a estas prácticas quizá no son conscientes de ello, o sí y no les importa. Quiero ser optimista, aunque no demasiado.

  2. De todos modos, hay indicios para ser optimistas y otros para no serlo tanto.

    Entre los primeros, que tanto cuando estalló el caso PulpEdiciones como ahora con Ícaro, se ha creado un estado de ánimo en Internet que antes, cuando estas cosas funcionaban por el boca a boca o tenías que esperar tres meses a leer alusiones al asunto en un fanzine, resultaba impensable. Algo hemos avanzado. El boicot que algunas librerías hicieron a PulpEdiciones creo que resultó fundamental para que se dieran cuenta de que la cosa iba en serio. No les hundió el negocio, pero les hizo pupita, aunque la ley del «dentro de dos años nadie va a acordarse de esto» siempre surte efecto: aún se ven libros de PulpEdiciones en librerías de Barcelona.

    Entre los segundos, una evidencia que no deja en buen lugar al fándom: los PulpEdiciones e Ícaros quedan al descubierto cuando joden a las editoriales, no cuando joden al aficionado. El asunto Ícaro se ha destapado porque le habían levantado un título a La Factoría; si no hubiera ocurrido nada entonces, habría ocurrido ahora, porque levantarle un Gibson a Urano ya son palabras mayores, la diferencia entre que esto quede como tema de conversación en medios especializados y salga, pongamos por caso, como reportaje en Qué Leer. El artículo de Julián en Cinco Días pudo hacerles más pupa de lo que creemos, y es necesario que estas cosas se divulguen.

    Ahora bien, creo que sigue faltando movilización por parte de los aficionados. La mayoría interpretan el asunto como ajeno, muchos trincan igualmente los libros en cuestión y, en general, sigue imperando la ley del dejarlo correr, del «dentro de dos años nadie va a acordarse de esto». Total, ninguno de los afectados denuncia porque no le sale a cuenta (¿de verdad un traductor que está en Argentina va a pagar un procurador en España y se va a venir aquí a declarar?, pero si no se lo pueden permitir ni los traductores estafados cuando viven puerta con puerta con los editores estafadores) y ya se sabe cómo funciona esto: si no hay sentencia judicial firme, parece que no puedes llamar chorizo a un chorizo acreditado, porque igual se molesta y todo.

  3. Comparto prácticamente todo lo que has escrito, Juanma, menos lo que comentas sobre cómo y por qué se descubren estas cosas. Realmente para el fandom es más difícil descubrir estos pufos… y aun así a veces lo hace. El caso Pulp fue eminentemente descubierto (o sacado a la luz pública) por el fandom. Otra cosa es que opiniones como «es cosa de editoriales», «es la típica cancioncilla de los de siempre», «a nosotros los lectores no nos afecta», «hasta que no se pronuncie un juez no hay nada probado» estuviesen (y estén, todavía) bastante extendidas.

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