El semillero de la cf argentina

Mi primer acercamiento a un taller literario fue a principios de la década del 90 y, paradójicamente para la época, era un taller literario “virtual”, no presencial. Fue en una sección de la revista (en papel) Puro Cuento, que dirigía Mempo Giardinelli. Era una revista bimestral dedicada a publicar cuentos de todos los géneros, incluyendo clásicos, con secciones de análisis, entrevistas, y concursos.El “Taller abierto” funcionaba de manera inversa a la de un correo de lectores: no se publicaba el texto enviado por los escritores en ciernes, sino la críptica respuesta especialmente dedicada a cada uno de ellos.

En el número 29 de Puro Cuento (Año V, Julio-Agosto de 1991), se publicó una crítica a los dos relatos cortos que yo había enviado unos cuantos meses antes. Giardinelli, o alguno de sus colaboradores, escribía:

«Alejandro Alonso (San Martín, P.B.A.)
Nada que objetar a su pulcra redacción, salvo que la haya puesto al servicio de temas muy transitados, tanto que —no tenga esta clasificación por peyorativa— se nos aparecen decimonónicos. Nada tendría de malo ese tono si se hubiesen descubierto caminos nuevos, con o sin intención paródica, pero no sucedió eso. Los “suspiros profundos” ya han ido definitivamente a un aire poblado de ondas hertzianas, “la bruma difusa”, “los jazmines de diciembre” y demás, están definitivamente cristalizados en óleos y postales que nos hacen sonreír con nostalgia pero ya sin sorpresa. Salvo, claro, que estén al servicio de buenas, adecuadas historias. Éste, nos parece, no ha sido el caso de las dos que hemos leído, pero por suerte, a diferencia del protagonista de una de ellas, usted ha de tener una memoria ni frágil ni gastada, de modo que, al menos como experiencia, valdría probar con el recuerdo del mes, de la semana o aún del día, para no reiterar las “queridas postales”.

Dos cosas me afectaron. La primera: que me hablara de ondas hertzianas, ¡a mí!, un técnico en electrónica que estaba estudiando ingeniería; la segunda, la verdaderamente importante: la necesidad de evitar temas transitados o, en todo caso, el imperativo de buscar nuevas formas de transitarlos.

Fue como si me dijeran “siga participando”. Después del desaliento inicial, que fue bastante efímero, seguí escribiendo. Esa provocación (respetuosa, escrita a la medida de mis relatos y, quiero creer, de mis potencialidades) me empujó a tomarme revancha.

La revista desapareció antes de que pudiera enviar algo más. Pero me dejó algo valioso. En ese taller abierto yo tuve mi primera publicación. No la masiva, la de los cuentos publicados en el papel, sino la del lector experimentado que se ocupó de criticar esos cuentos. Fue una experiencia valiosísima cuya marca aparece, sutil pero inconfundiblemente, incluso en mis últimos relatos.

Y todas estas vueltas para llegar a este simple descubrimiento, para intentar explicar la adrenalina de ver mi nombre y esa crítica. Porque la fuerza de los talleres literarios empieza a manifestarse en esa posibilidad de «hacer públicas» las cosas que escribimos.

Gracias a internet y a los foros de correo electrónico, los talleres virtuales se volvieron más dinámicos, compitiendo (al menos en cuanto a esta posibilidad de “publicar”)con los talleres presenciales. No caben dudas de que estas herramientas influyen en la generación de nuevos escritores argentinos (e hispanoamericanos en general) de género fantástico, y particularmente de ciencia ficción. Y ahí surgen las preguntas: ¿Cuál es la magnitud real de esa influencia? ¿Sirve un taller literario (cualquiera sea su naturaleza) para generar nuevos escritores? ¿Salen textos de calidad de esos talleres? ¿Qué impacto tienenlos talleres entre pares (sin coordinador)?

Para responder estas preguntas consulté a cuatro escritores argentinos de ciencia-ficción, que han pasado por diversos talleres del género en distintos formatos.Ricardo Germán Giorno (n.1952, Ciudad de Buenos Aires), precisa que hay dos tipos de talleres:“Los dedicados a la corrección y los dedicados a la creación. En el primero, el escritor debe ir con el escrito ya formalmente terminado. En el segundo se persigue generar disparadores de ideas y argumentos. Como en todo los órdenes de la vida, ‘lo que natura non da, Salamanca non presta’. Los talleres son muletas que el escritor debe utilizar al comienzo de su carrera. Cómo presentar un cuento, cómo corregir estructuras, cómo llegar a expresar una idea con un mínimo de palabras, son elementos o herramientas que un taller puede proporcionar”.

La experiencia de Giorno en talleres es muy amplia. Asistió al taller presencial de Marcelo Di Marco, al Taller de Creación de Universos dictado en la Fundación Ciudad de Arena por Eduardo Carletti y Alejandro Alonso, y al taller de pares llamado El Tayer, cuya anfitriona era Mónica Torres. También participó de talleres virtuales como Taller 7, Máquinas y Monos, y Forjadores.

Hernán Domínguez Nimo (n.1969, Ciudad de Buenos Aires), por su parte,coincide en que los talleres literarios ayudan a escribir. “Es más: para mí son imprescindibles. Desde muchos puntos de vista. Por un lado, desde el estilo. Para el perfeccionamiento de cada uno como escritor. Es el lugar donde los defectos salen a la vista y pueden ser trabajados. Ya sea con respecto a la escritura en sí misma o al trabajo de climas o personajes.Por el otro, aportan mucho desde el punto de vista de la producción. Hay gente que no necesita que lo empujen a escribir. Otros, sí. Y los talleres ayudan a eso, no sólo por el uso de consignas disparadoras. La confluencia de mucha gente con intereses comunes actúa como un crisol de excitación literaria. Cuando uno ve a los demás produciendo, se siente impelido a hacer lo mismo por simple contagio osmótico”.

Domínguez Nimo participó de talleres presenciales, sobre todo en centros culturales (como el citado Taller de Creación de Universos). También participó de Taller 7: un foro virtual de género fantástico y ciencia ficción, que nucleaba a gente de habla hispana de todo el mundo. “Fue una experiencia nueva para mí (toda la vida había asistido a talleres presenciales) y muy gratificante. La conexión de Internet te permite abarcar una distancia cultural enorme. Tal es así, que como parte de esa experiencia, me llevo cuentos escritos a cuatro manos con un español y un venezolano. Internet te permite un ida y vuelta que hace cincuenta años hubiera sido mucho más lento”.

“Todos podemos escribir, pero pocos elegidos ‘nacen’ escritores —asegura Germán Amatto (n.1969, Wilde, Provincia de Buenos Aires)—. El resto, tenemos que aprender. Es en los talleres donde uno toma conciencia de las herramientas del escritor y se las apropia. Para mí, la experiencia de taller fue crucial: me ayudó a romper la cáscara, a ascender de ´embrión de escritor´ a ‘pichón de escritor’. El primer taller al que asistí, unos diez años atrás, fue el de Marcelo di Marco, un excelente coordinador y formador de escritores. Unos años después, formé parte de Taller 7, un taller virtual fundado por Sergio Gaut vel Hartman que para mí fue una apertura; lo que yo escribía quedaba a disposición de un gran número de talleristas, y viceversa. El intercambio siempre enriquece”.

Sobre el porqué de estos foros virtuales, Amatto agrega: “Tal vez existan por falta de tiempo; o quizá los participantes se sientan menos ‘expuestos’ en un taller virtual que en uno presencial; algunos pensará que, siendo gratuitos —o, al menos, mucho más económicos—, no arriesgan nada al participar en un taller virtual. ¡Pobres ingenuos!Por otro lado, cada vez es mayor la virtualización en las relaciones cotidianas, así que me parece lógico que estos talleres proliferen”.

Otra exponente de la actual narrativa argentina de CF es Laura Nuñez (n. 1974, Buenos Aires), uno de cuyos relatos, “Horizonte reflejo”, fue conocido en España a través de la revista Asimov Ciencia Ficción nº16 (Enero-Febrero de 2005). Ella considera que “los intercambios grupales son enriquecedores para todos los participantes. A veces puede resultar difícil sentarse a escribir, y quizás tener ejercicios en los que basarse para practicar técnicas es una forma de hacerlo. Como en toda forma de arte/oficio, hay técnicas que hay que poder manejar, conceptos que aprender, no solamente con temas del idioma en sí (gramática, ortografía) sino también en como expresar la idea de un texto. Para eso, los talleres son un buen lugar donde aprender o afinar esas habilidades. Y también en el intercambio puede haber disparadores para un texto. Sí, creo que ayudan a escribir en esos sentidos. En los talleres de los que participé creo que se dio un nivel de participación aceptable”. Laura participó de varios talleres entre pares, como el de la revista Axxón, cuyo anfitrión fuera Aníbal Gómez de la Fuente (e incluso ella misma fue anfitriona durante bastante tiempo), y el mencionado El Tayer. Además, participó de varios talleres virtuales.

Talleres entre pares
Sobre el tópico de los talleres virtuales y entre pares, Nuñez destaca: “Siempre fue una experiencia interesante. Por ahí, comparándolo ahora con los talleres virtuales, los presenciales tienen la ventaja de que se puede interactuar socialmente con los otros participantes, y creo que eso puede mejorar el proceso de aprendizaje. Y el taller virtual de Máquinas &Monos (auspiciado por Axxón), por ejemplo, solía tener un marco más rígido de acción que en una reunión social, donde no podés moderar a alguien que no quiere ser moderado sin partirle algo en la cabeza. Así que me parece que la reunión presencial gana en flexibilidad. En El Tayer(presencial y entre pares) también teníamos una lista de mails en la que seguir conversando sobre los textos. En este caso, empezamos trabajando sobre el libro de Ursula LeGuin Steering the craft, que pasa por los conceptos más básicos a la hora de armar una historia y da ejemplos y ejercicios. Trabajar en base a esa guía nos resultó muy ordenado y pudimos mantenernos interesados en escribir y producir textos a partir de ahí. El cuento ‘Horizonte reflejo’ surgió primero como un texto cortito en un ejercicio de ese taller, así que me resultó productivo. Lo que tendió a pasar en el tiempo en ambos casos es que se fueron convirtiendo más en reuniones sociales que en taller literario (no es necesariamente algo malo, es bueno poder reunirse con los amigos una vez a la semana) y van perdiendo el foco del trabajo sobre textos. Lo cual no me inclina a pensar que un taller entre desconocidos puede ser lo óptimo, pero que se necesita algún balance intermedio. Tener una guía de trabajo como herramienta y organizar el tiempo de crítica de textos creo que puede ser útil. También tener en claro para qué es el tiempo de la reunión.No creo que sirva tener alguien que coordine en un taller de pares (a menos que sea una coordinación rotativa), porque suele pasar que es una carga bastante pesada para la persona que lo hace y la termina pasando mal. Lo que si serviría es que eso surja de los participantes, lo cual a veces se hace complicado”.

También sobre el trabajo realizado en El Tayer, Ricardo Giorno comenta: “Es enriquecedor. Uno lleva el cuento y recibe de primera mano varios comentarios profundos y miradas ajenas que te marcan algo tan difícil de manejar como la historia en sí misma, la credibilidad de los personajes, el ambiente, la fuerza, el final o el remate. Del entrecruzamiento de esas críticas emerge un cuento más poderoso, mejor acabado, más creíble y fácil de leer. En un taller con coordinador preestablecido sólo se oye la voz del que coordina.Para mí, cuando uno llega a cierto ‘nivel’ en su escritura, debería juntarse con pares para ‘tallerear’ su producción”.

Germán Amatto coincide con Giorno. En la actualidad, participa de un grupo de escritores donde se trabajan los cuentos en formato inter pares. “Una vez que uno recorrió los primeros trechos en esto de aprender a escribir (es decir, cuando lo que uno escribe ya no hace que el lector empiece a sangrar por los lagrimales), el intercambio entre pares es muy enriquecedor. Creo que somos personas afines, identificados con temas y modos de encarar la escritura, y que atravesamos por etapas semejantes… Estamos en la misma, digamos. Y también son reuniones de amigos, claro. Pero eso no implica que seamos complacientes con nuestros trabajos; al contrario: de las afinidades y la estima surge el compromiso de intentar el mejor aporte posible al trabajo de cada uno, y el de saber encajar los comentarios y correcciones, sabiendo que el protagonista de la reunión es el texto que tenemos delante”.

Domínguez Nimo duda en llamar a esta modalidad “taller”. “Se trataría más bien de un café literario (o cerveza literaria, según la bebida preponderante) donde compartir e intercambiar opiniones. Y también es algo que puede aportar a un escritor. Todo depende de la ´edad literaria´ en la que se encuentre. Yo creo que nada es excluyente. Siempre hay momentos y necesidades distintas”.

Textos de calidad
La pregunta del millón es si tanta reunión virtual o presencial tiene como resultado textos de calidad. Las conclusiones son dispares. Para Domínguez Nimo, esto no siempre sucede, pero tampoco es condición necesaria para el funcionamiento de cierta modalidad de talleres literarios. “Cuando se trata de textos surgidos de consignas, muchos, la mayoría, no sobreviven como textos fuera de ese contexto. Son más bien curiosidades. Pero cada tanto aparece algo que funciona por sí mismo. Y el resto fue importante para el crecimiento y el ejercicio de la escritura.Otro es el caso de los talleres donde uno lleva escritos propios, sin consignas mediante, ya que la temática no es impuesta sino proactiva. Allí, si llegan a buen término, los cuentos pueden ser de calidad”.

Laura Nuñez considera que depende de los participantes. “Pero sí observé una mejora en la calidad de los materiales de participantes individuales a través del tiempo. Lo que no vi que mejorara a través del tiempo son los comentarios sobre los textos de otros participantes. En ese caso, la calidad de los comentarios se parece a una curva que asciende rápido, se mantiene durante un tiempo y luego desciende y se pierde por ahí con cosas como ‘muy bueno el texto, che, sos el Shakespeare moderno’. Pero mientras se mantiene, creo que ayuda a subsanar varios errores en los textos que se envían, o a que los participantes que envían textos puedan analizar diferentes vistas sobre esos materiales”.

Giorno es más pesimista: “Por mi experiencia de años, diría que muy pocos. Veo textos publicados a los que el autor hizo caso omiso de las correcciones sugeridas.También es contraproducente la amplia oferta de publicación en la Web sin respetar un mínimo de calidad literaria. Esto también tiene que ver con la comodidad. Si un sitio Web me acepta el cuento si más, ¿por qué voy a gastarme en pulirlo?”.

Amatto disiente: “Por supuesto [que surgen textos de calidad]. Que un taller sea virtual o presencial no basta para determinar que sea bueno o malo. Sí hay talleristas buenos y malos, coordinadores buenos y malos, sea cual fuere el formato del taller”.

Cuatro más uno
Empecé hablando de mi experiencia, y parece literariamente correcto que cierre de la misma forma. Después de haber transitado muchos de los talleres arriba mencionados, y de haber tallereado mis cuentos mano a mano con escritores a los que admiro, como Eduardo Carletti o Carlos Gardini, entiendo que cuando se escriba la historia de la cienciaficción argentina de los años 90 y de principios del nuevo siglo, estos espacios de formación y de creación deberían tener al menos un par de capítulos.

Y hay otras experiencias cercanas a los talleres literarios virtuales que merecen un párrafo aparte. Una de ellas se dio en los primeros tiempos de la lista de correos de Axxón y se trató de una cuestión meta-literaria. Por consenso, la lista se propuso crear un universo completo (astronomía, biología, sociología, etc.), extraño a nuestra experiencia, con seres no humanos ni antropomorfos. La experiencia duró tres o cuatro meses entre fines de 2001 y principios de 2002. Los akkónidos, tal el nombre de estos seres, tomaron tal consistencia, que surgieron un par de textos, y una novela (todavía inédita). De ese trabajo participaron decenas de lectores de ciencia ficción, aportando sus conocimientos en ciencias físicas y biológicas, discutiendo la anatomía de los bichos o su entorno astronómico como si fuera real. Muchos de esos lectores eran biólogos, físicos, entomólogos aficionados, médicos e ingenieros, entre otras ramas del saber.

Ésa fue una experiencia valiosa, y no fue la única. Y es que los talleres virtuales y presenciales, con coordinador o entre pares, además de los obviosaportes a la formación de un potencial escritor, brindan esta posibilidad colaborativa, sin la cual muchos de quienes escribimos cf veríamos nuestro horizonte mucho más acotado.

3 comments

  1. Alejandro: muy buena la nota. Participo en dos de los talleres virtuales que mencionás («Taller 7» y «Máquinas y Monos») y mi experiencia de crecimiento ha sido muy satisfactoria.

  2. Ale, muy lindo artículo ;-) ¡Me había olvidado de esa foto del taller que dictás junto con Eduardo Carletti! Es el «Creación de Universos» de 2006, creo. Ahí se nos ve a Edu Carletti, a Hernán Dominguez Nimo, a Eugenio Schulman y a mí. (Sabrán disculparme, pero no recuerdo con precisión el nombre de los demás…) La verdad, haber asistido a ese taller presencial me brindó muchísimas herramientas. Fue como un bautismo, o algo así. Hace poquito trataba de describir la sensación que me produjo, asociada al descubrimiento de Axxon y su lista de correos. Lo mismo que contás me pasó a mí, al poder trabajar mis cuentos con escritores más experimentados o ya consagrados, como vos, o el mismo Ric Giorno, que siempre me han dado una mano grande a la hora de mejorar mis relatos.
    Un slds ;-)

  3. Hola Néstor. La dama de la foto es Mónica Torres, en cuya casa se celebró más de una vez el taller «entre pares» de Axxón. Tengo experiencias muy lindas de esos talleres, que no se están haciendo por cuestiones más relaconadas con la logística y la coyuntura (faltas de espacios, falta de alumnos).
    Gracias Daniel por aportar tu experiencia. Saludos.

Comments are closed.