Pacto Mortal, de Michael A. Stackpole

Introducción de Julián Díez

Alberto Cairo llegó al mundillo de las revistas especializadas en literatura fantástica a través de Gigamesh. Tras realizar algunas reseñas, se hizo cargo de una sección dedicada a las franquicias, El camión de medianoche. En ella no sólo despotricaba contra las novedades en ese tipo de literatura, sino también ponía en su sitio a algunos clásicos de la cf cuya calidad le parecía equivalente.

Después, en la web Bibliópolis, continuó con esa labor –y con las polémicas– en su sección Más mediocre de lo que pensáis, consagrada a poner en su sitio a clásicos que a él no se lo parecían. Su estilo es, seguramente, el acabóse de la línea gigameshiana de reseñas, muy influido por Albert Solé: en realidad no importa tanto lo que dice de los libros –en particular de los que no le gustan–, como el cachondeo que es capaz de montar a partir de ello.

Cairo también ha publicado trabajos en una línea más seria –especialmente relevante es su artículo sobre la necesidad de un canon para el género– y se ha desligado del género progresivamente a medida que su carrera profesional se convertía en más compleja y exitosa. Considerado como uno de los  mejores teóricos mundiales sobre la elaboración de infografías para web, es en la actualidad profesor de la especialidad en la Universidad de North Carolina, además de asesor del diario brasileño O Globo, entre otros medios. Como en el caso de Héctor Ramos en la anterior entrega, esperamos que el pequeño homenaje de recuperar uno de sus textos más divertidos sirva para espolearle a colaborar de nuevo en medios especializados.


Lo ha vuelto a hacer.

Y se lo dedica a Jethro Tull, el tío.

Blasfemo.

Porque hay más poesía en veintidós segundos de flauta de Ian Anderson que en los veintidós libros que Michael A. Stackpole, el Sith del hard cf, afirma haber perpetrado (el último de los cuales, Pacto mortal, inaugura esta entrega de “El camión”). Porque la pluma de este hombre, de profesión sus franquicias, rellena páginas como quien recoge talofitas en un campo recién llovido y demuestra cada día que su idea de lenguaje literario es decir que algo es negro como la noche, blanco como la nieve o brillante como una estrella. (Idea que, dicho de paso, comparten muchos de sus compañeros, bastantes de ellos fuera del inframundo de las franquicias, y no pocos consagradísimos. Me abstengo de decir nombres, que luego me pegan). Stackpole, que se gana el pan nuestro de cada día dánosle hoy con el desguace de battlemeches desde que el que firma tiene uso de razón, vuelve a ofrecernos otro de sus despliegues de conspiraciones, líos, famoseos y dimediretes de la high society de la Esfera Interior. Y lo que el Hola cuenta en ochenta páginas (las de bodorrios de niños pijos incluidas), Stackpole lo estira, lo estiiiiiiira, hasta convertirlo en un tomazo de los que cuesta mantener a la altura de los ojos en el metro sin sentir dolor de bíceps. O sin comenzar a cabecear, que la cosa tiene sus propiedades somníferas dada la falta de terapéuticos tortazos y catárticas batallas que amenizan otras entregas (sin ínfulas de alta literatura) de la serie.

Por si fuera poco, la trama iniciada en La ruta del Éxodo, el primer libro de la saga de El crepúsculo de los clones (ignoramos de cuántos libros se compone; en anglo hay ya cinco) no avanza nada, pero nada, nada. El colega Stackpole desperdicia papel y nos larga rollazos chiripitifláuticos sobre lo mal que se llevan Morgan Hasek Davion y la díscola Katrnia Steiner, o los más bien ridículo escarceos amorosos de Víctor Steiner-Davion y Omi Kurita, que provocan diabetes por sobredosis de empalago. Al final del libro, cuando ya la tormenta de ideas de los jerifaltes de la Humanidad se ha disipado, los cerebros pensantes de la Esfera Interior, ociosos ello, deciden que los clanes son muy malos y hay que cargárselos destruyendo el planeta natal de los Jaguares de Humo, previo viaje a través de la ruta de marras. Así que, después de nada menos que trescientas cincuenta páginas de estulticia narrativa, estamos casi como al final de la primera novela.

Y nada más comenzar la tercera parte de la serie, La caza de los Jaguares (obra de Thomas S. Gressman), la sensación de que la novela de Stackpole es prescindible como un capítulo de Médico de familia crece mucho más. En efecto, todo lo contado en la segunda entrega podría haberse resumido en un par de capítulos o, a lo sumo, cincuenta páginas, que sirvieran de introducción para el gran pifostio que se monta en este volumen. La caza de los Jaguares retoma a medias el espíritu lúdico y despreocupado de La ruta del Éxodo, todo un alivio por su sencillez y falta de hueras grandilocuencias. Tenemos aquí la narración de las peripecias de la expedición humana que se dirige a Huntress, planeta natal del clan de los Jaguares de Humo, con al intención de demostrar aquel dicho que reza que destruyendo la retaguardia, a tomar por culo la vanguardia (creo que la cita no es textual, pero me permito una licencia, ustedes perdonen). La novelita no es para entonar el te deum, pero pasa. Pasa como si tal cosa. Ni fu ni fa, aunque más bien fa que fu, qué quieren que les diga. Las aventuras que cuenta no me engancharon en ningún momento, y eso que soy presa de fácil enganche.

2 comments

  1. Siempre fui un fan de la sección de Gigamesh del señor Cairo. Me parece genial la iniciativa de intentar recuperarle para esta página. Sólo tengo que decir GRACIAS y que ojalá se anime.

  2. Tienes razón, como veo que superas en tanto ingenio a Stackpole, y puesto que los aficionados somos legión, ¿por qué no redactas tú un libro de la serie? Sinceramente con lo afilado que tienes el lápiz podrías derribar un par de MadCats por nosotros.
    Hemos esperado mucho a la continuación de la serie, pero claro, siempre será más fácil esperar a que alguien publique algo para intentar ganar un poco de su honor, ¿no?

Comments are closed.