por Enric Quílez
Comentaba Julián Díez hace unos años, que el relato «Los que se alejan de Omelas», de Ursula K. LeGuin, puede considerarse como uno de los que definen a la perfección el paradigma del modus vivendi de los siglos XX y XXI: para que unos puedan vivir en la opulencia, otros deben vivir en la miseria.
En estos tiempos convulsos en que todo parece ponerse en cuestión -aunque no muy en serio, la verdad sea dicha- y en que los dirigentes hacen declaraciones sonadas sobre la reforma del actual sistema o sobre la crisis del capitalismo, este relato está todavía de más actualidad.
Algunos críticos literarios sostienen que la historia es bastante cíclica y que puede explicarse cada época a partir de alguna de las obras cumbre de Shakespeare, por ejemplo. Así, el siglo XIX se refleja en las páginas de Hamlet, con las dudas sobre el nacionalismo y el estado. En el siglo XX, refulge El rey Lear, con las luchas por el poder y la eclosión de la vejez. Y el siglo XXI, con Antonio y Cleopatra, con los enfrentamientos entre el norte y el sur, Roma y Egipto, entre los ricos y los pobres. Y de esto también trata «Los que se alejan de Omelas».
El actual modelo económico parece basado en dos principios inamovibles: el crecimiento continuo y la explotación de los recursos de los más débiles (petróleo, minerales, uranio). Es la segunda parte de la premisa la que mejor desarrolla el relato de LeGuin.
En lo que respecta al crecimiento continuo, muy posiblemente podrá seguir así durante bastante tiempo, gracias a una evolución muy rápida de la ciencia y de la tecnología. Por otro lado, esperemos que la explotación de los recursos sea algo que también vaya modificándose conforme avance el siglo XXI.
Para empezar, la era del petróleo barato está llegando a su fin. Las energías renovables y, en un futuro a medio plazo, la fusión termonuclear, deberán desarrollarse lo suficiente como para tomar el relevo a los combustibles fósiles, que se emplearán más bien como soporte de fabricación de materiales (medicamentos, asfalto, plásticos). Asimismo, la automoción posiblemente derivará hacia una economía basada en el hidrógeno.
Por otro lado, la escasez de metales pesados es ya un hecho. Dentro de unas décadas se agotará el oro y, otros metales, como el cobre y la plata, van por el mismo camino. La extracción de estos minerales será cada vez más costosa hasta el punto de que no compensará. Volveremos la vista hacia los grandes vertederos industriales del siglo XX para reutilizar los materiales allí enterrados, como se describe en la novela Tierra de David Brin.
Asimismo, la escasez de materiales, la crisis energética y los avances tecnológicos facilitarán la tendencia ya iniciada por Japón y Occidente de obtener dispositivos tecnológicos diminutos, de bajo consumo y con poco soporte material como una necesidad imperiosa, tal como se describe en Fundación, de Isaac Asimov.
Finalmente, los países tenderán a la autosuficiencia energética gracias a la fusión termonuclear barata, en cuanto la tecnología se haya desarrollado. Ello permitirá tener, prácticamente, un reactor en cada patio trasero de cada casa, como describe la novela Las máscaras del tiempo de Robert Silverberg.
En cualquier caso, si el mal uso de la tecnología ha sido quien nos ha metido en un atolladero ecológico y económico, será también la tecnología quien nos podrá sacar de él. Al menos, así lo espero.
No creo que el quid de la cuestión esté en la tecnología del futuro sino, como bien dices en el último párrafo, en el mal uso de la tecnología de la que ya disponemos. Un buen uso de la misma tecnología actual, sin tener que inventar nada, podría resolver la mayor parte de los problemas del mundo. Un cuchillo vale igual para degollar a alguien que para cortar el pan.
Eso sin tener en cuenta la «otra» tecnología existente desde hace decenios y que no se pone a disposición de la gente por razones de poder puro y duro. Véase el caso de Nicola Tesla o el de los motores para coche alternativos a la gasolina cuyas patentes han «enterrado» sistemáticamente las grandes petroleras con tal de no fastidiarles ni el negocio ni el control de los países que ejercen gracias a la explotación de los recrusos fósiles.
O la Internet que intentan cerrar ahora los lobbies para seguir controlando el cotarro :)
La historia no es cíclica, creemos que lo es por que nos resulta más cómodo y reconfortante pero si hurgamos pronto vemos que las supuestas similitudes son más apariencia que realidad. Sí la historia fuese cíclica seria predecible y como bien ha demostrado la CF ha nadie se le da bien hacer de futurologo, empezando por la presente crisis, que ahora todo el mundo jura que la veía venir, pero hace un par de años ni Dios alzaba la voz al respecto.