Esto que sigue son sólo algunos pensamientos, apenas unas reflexiones, (y poco sesudas, cabe aclarar.) Más bien se trata de algunas sensaciones que he tenido al ir descubriendo el mundillo actual de la ciencia ficción hispanoparlante: un acopio de las impresiones de novato que creo haber recabado en estos últimos cuatro o cinco años, en los cuáles me he animado a escribir cf, mi género literario favorito, que me ha quitado el sueño desde pequeño.
Cómo el chico nuevo del barrio de la cf (que no sé a ciencia cierta si es un gueto de altos muros, un country o localidad residencial cerrada, o un simple asentamiento ilegal que espera el desalojo en cualquier momento), no puedo evitar la sorpresa de saberme definitivamente establecido aquí. Tal vez Josué y Caleb, al cruzar el Jordán, se hayan sentido como yo. Ahora piso con firmeza una tierra prometida por la cual he suspirado desde mis primeros pasos como lector, cuando El fin de la eternidad, Viaje al centro de la tierra, El fin de la infancia y 2001: una odisea espacial podían lograr que no durmiera durante unas cuantas noches.
Sin embargo, a diferencia de los patriarcas bíblicos, que tuvieron que disponerse a luchar con los antiguos moradores de Canaán, yo me he sentido más que bienvenido en ésta, una tierra de colores claros. Este primer efecto tiene que ver –y estoy convencido de ello–, con la calurosa acogida que he recibido, lo cual habla del afecto de los habitantes de esta comuna (y me gusta mucho esta palabra.) Este cálido recibimiento que acostumbran brindar los cienciaficcioneros es como un dispositivo aceitado, listo para activarse en el momento oportuno: basta acercarse a alguna tertulia de las que se celebran bastante seguido por aquí, en Baires, para descubrir que lo harán sentir parte a uno parte, no importa cuánto sepa de cf. Imagino que también así sucede en Caracas o en Madrid.
Recuerdo cuando comencé a asistir, en 1991, a las reuniones del ya extinto CACyF (Circulo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía), uno de los primeros movimientos organizados del fandom de mi país. La primera vez, entre en el bar de San José número 5, periódico en mano, y dije: “Vengo por el aviso”. Como no podía ser de otro modo, desperté algunas (son)risas. La réplica inevitable fue: “Eh, pibe, ¿estás buscando empleo?”. Yo era un estudiante de secundaria con muchas ganas de participar en el concurso Más Allá, certamen organizado por la antedicha organización, cuya convocatoria había sido publicada en el periódico Clarín. Cuando logré explicarme mejor, y ya sin tanto rubor en las mejillas, me sentaron junto a ellos, me dejaron escuchar el acalorado debate que los ocupaba (discutían si James Cameron y Ridley Scott son artistas o artesanos), y hasta me convidaron con una Coca Cola, aparte de recomendarme varios libros que no podía dejar de leer, como Tigre, tigre”, Hacedor de estrellas, Ubik, Dune y 1984, mientras me palmeaban la espalda paternalmente.
Durante muchos viernes, en ese bar de la calle San José, me sentí como un ahijado, o una mascota mimada. Todos esos recuerdos están guardados con cariño. Y hoy veo esa cordialidad de los cienciaficcioneros (editores, escritores, ilustradores y lectores) como el instinto de reclutar a todos los “disidentes” que manifiesten un ápice de curiosidad por el género, aunque no por ello sea una cordialidad fingida. La alegría de sabernos más nos embarga con cada adquisición. Somos como Guig Curzon, tratando de inscribir más inmortales a la tropa de los homoles. Las carencias de acervo cienciaficcionero del neófito se terminan supliendo de una u otra forma, ya fuera escuchando las amenas charlas o acaloradas discusiones o tomando nota de las famosas listas de lecturas recomendadas, tête à tête o posteadas en los foros.
Y aquí saltamos a otro elemento que ha ayudado a cohesionar y expandir nuestra comuna de manera sorprendente: la web. En este punto debo explicar algo: yo he puesto un pie en esta Canaán durante mi adolescencia, en la época referida anteriormente, pero luego me retiré de ella durante unos diez años. Y sólo en el año 2005 me atreví a volver para afincarme en forma decisiva. A mi regreso pude observar que la comuna de cienciaficcioneros había evolucionado a la condición de una comunidad virtual que trascendía las fronteras políticas. Ahora había e-zines, certámenes a los cuales se podía enviar los relatos por e-mail, talleres literarios on-line, y foros especializados. Como un enajenado empecé a participar de la listas de correo (sin conocer ninguna regla de la netiquette), maravillado de postearme con escritores, editores y fans de muchos países. Intuí que había un sinfín de posibilidades en esta nueva Cibercanaán. Y paulatinamente me animé a enviar mis relatos a algunas revistas virtuales y participar de concursos.
Hoy día, con una treintena de relatos aceptables desperdigados por la red, dos o tres menciones de certámenes y algunos cuentos editados en papel, me ha llegado la hora de preguntarme lo que tantos coterráneos con más años de residencia aquí se vienen cuestionando desde hace mucho tiempo, la inquietud que se revela como un signo de madurez: ¿cuál es futuro de la ciencia ficción? O mejor formulada aún: ¿qué futuro nos acecha a los que hacemos, de una forma u otra, al género?
Ahora veo que el interrogante es más viejo de lo que creía. Tal vez se haya planteado por primera vez al apagarse definitivamente los fuegos fatuos de la campbelliana Edad de Oro. Y cuentan las crónicas de este terruño nuestro que así surgió una Edad de Plata, que no fue más que una copia de menor calidad de la primera etapa. Y frente a la crisis posterior se levantaron los incomprendidos abanderados de la New Wave, con su reformulación de las convenciones del género, su apasionamiento surrealista por la experimentación y la conquista no ya de planetas lejanos, sino de los mundos interiores, tan peligrosos o inasequibles como los primeros. Luego, tras un breve período de transición, amanece definitivamente la era ciberpunk. (Yo creo que en este proceso se conjugaron tres sucesos ineludibles: la catástrofe nuclear de Chernóbil y el desastre del Challenger, ambos ocurridos en 1986 –dos contundentes razones para desencantarse definitivamente de la ciencia aplicada–, y el cambio de paradigma tecnológico que implicó el paulatino surgimiento de internet.) Después de cansarnos de proclamar que el mundo es una mierda y por ello huir a los submundos virtuales, nació lo que se rotuló como Postciberpunk, y volvimos presenciar un pobre remedo de la fase anterior, como fue la Edad de Plata de la Edad de Oro. Finalmente, hoy nos hallamos en una desdibujada situación en la cual las corrientes temporales se mezclan: riachos provenientes de cada uno de esos ciclos se abalanzan sobre un mismo cauce, al punto de volverse inseparables. Y aunque algunos intentan imponer orden clamando “¡Edad de Hierro!” o “¡Slipstream!”, no hay caso. El caos impera. La cosa se estremece. Hay tanta agitación que los rótulos se caen de todas las estanterías.
Otro detalle significativo: me parece observar que hoy, en este bendito maesltrom, ya no hay íconos ni caudillos. A ver si me explico: cada una de las edades anteriores tuvo sus profetas, sus manifiestos y sus obras emblemáticas que compendiaban las cualidades distintivas de la nueva tendencia. Pero la ciencia ficción de hoy carece de tales cosas. ¿Es mejor o peor? No lo sé. Sólo es así. Quiero creer que es mejor, si esta etapa de transición nos lleva hacia confines nuevos, no explorados. Algo similar ha pasado con el rock: luego de cada una de las hegemonías del pasado hemos llegado a un estado de hibridación, un río revuelto donde hay que tomarse cierto trabajo para hallar los diamantes.
Ahora bien, todo este asunto de las edades es resultado de una visión parcial. No siempre la ciencia ficción hispanoparlante se ajustó con precisión y obediencia a la línea de tiempo antes esbozada. No siempre hemos seguido el pulso que otros nos han marcado. Tenemos nuestro propio son. Y cuando nos conviene, cuando no nos gusta lo que se marketinea, nos volvemos a él, gozosos. Tal vez por eso la ciencia ficción producida en España y en América Latina tiene una vena más mítica, colinda con la leyenda y con la magia. Stapledon decía que es esencial escribir mitos. Eso es una expresión de deseo. Es un anhelo que de alguna manera tipifica la forma anglosajona de hacer ciencia ficción. En cambio yo pienso que cf hispanoparlante, cuando se lo propone, es una con el mito. Retoma el lenguaje mítico ancestral que sigue latiendo en lo subyacente y proclama con él verdades extrapoladas. Ahí es cuando nosotros necesitamos pocos elementos tecnológicos (sino ninguno) para hacer ciencia ficción, sobre todo en Latinoamérica.
Yo pienso que reconocer esto es muy saludable. No sólo por una cuestión de identidad, sino porque –volviendo al interrogante antes planteado– para afrontar el futuro, como impulsores hispanoparlantes del género, tenemos que saber cuáles son nuestras fortalezas.
Me atrevo a afirmar –muy temerariamente, tal vez– que son pocos los géneros literarios en los que sus editores, escritores y lectores se replantean constantemente quiénes son, qué hacen, y hacia dónde van. Esto nos diferencia. Somos inquietos, inconformistas, exigentes y muy autocríticos. Así es la ciencia ficción que hemos construido: está siempre en movimiento, buscando autodefinirse todo el tiempo. (Lo cual, en definitiva, es un rasgo propio del arte).
Por eso creo que en este maelstrom digital en el que estamos hoy, donde también se mixturan grandes iniciativas, optimismos desbordados y un floreciente y masivo grupo de escritores y lectores noveles (a pesar de las voces derrotistas que claman que el género agoniza y que el futuro del negocio editorial es desalentador), debemos plantarnos con expectativa y confianza. Tal vez algunas décadas más adelante se nos acomode en alguna línea de tiempo más larga, bajo un rótulo que ostente algún nombre rimbombante. Y entonces se sabrá que hemos salido triunfantes del desafío que hoy nos toca.
Excelente artículo que, de una manera lúcida y agradable, nos muestra el momento que vive la CF y plantea con visión inteligente su futuro promisorio en la Latinoamérica del mito.
Me atrevo a afirmar –muy temerariamente, tal vez– que son pocos los géneros literarios en los que sus editores, escritores y lectores se replantean constantemente quiénes son, qué hacen, y hacia dónde van. Esto nos diferencia. Somos inquietos, inconformistas, exigentes y muy autocríticos. Así es la ciencia ficción que hemos construido: está siempre en movimiento, buscando autodefinirse todo el tiempo. (Lo cual, en definitiva, es un rasgo propio del arte).
Sabias y santas palabras.
Gracias por comentar, Daniel. ;-)
Gracias, Meuge, por tu opinión. Creo fervientemente en lo que hacemos, la CF tiene mucho para decir aún. Y muchas bocas que hablan con lucidez. Slds ;-)
Excelente artículo, a mi me ha gustado especialmente el tono melancólico/nostalgico. Por supuesto, la reflexión tambíen me parece acertada.
:D
Gracias des_frankenstein :-D
El CACyF fue el caldo de cultivo de este presente, al menos en Buenos Aires y en Argentina por extensión. Hoy las reuniones van con otro nombre, más esporádicas, pero el intercambio en mucho más fuerte en todo sentido, incluso con fronteras muy difuminadas. Muy cierto lo que dice Daniel Salvo: nos replanteamos continuamente. Eso es MUY valioso. Lamentamos la muerte de los grandes, pero ya estamos buscando los próximos. Sopesamos el valor de los límites, los rompemos, creamos nuevos. Nos realimentamos y (muchos) se alimentan de esta vertiente.
La ciencia ficción, muchas veces, sirvió de alarma y disparador (ver a Ballard, por ejemplo; ver a Oesterheld, quizá uno de los más agudos escritores del siglo XX argentino): si somos inteligentes podremos aprovechar el género para ver mejor nuestra realidad, verla con un ojo ajeno.
El «problema» de escribir sobre el futuro es que nos vamos pillando contínuamente y entonces debemos disparar un poco más adelante, así como un futbolista que corre tras un balón. Por ahí le preguntaba a un amigo si consideraba que la CF quedaba contínuamente obsoleta… y la verdad creo que sabiendo posicionarse bien en cualquier historia, la CF puede ser eterna.
Gracias Axxonita por comentar y citar a Daniel que me cita a mí, je. Tenés razón cuando decís que el CACyF fue el caldo de cultivo de dónde surgimos muchos de los que estamos escribiendo hoy. Un saludo. ;-)
Marcelo TM: me gustó tu última frase. Si sabemos aprovechar la posición, la CF puede ser eterna, teniendo siempre algo para decir. Un abrazo ;-)