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Usuario 3614578AFW
- VENDO perro de raza indeterminada, año y medio de edad, revoltoso, que derrama pelo sobre todas las superficies y golpea con saña cualquier objeto que encuentra a su paso, por delicado que sea.
Microrrelatos, ficciones especulativas en formato inusualmente breve
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Vamos al parque. Con los niños. Nos han ofrecido un buen precio.
Vamos al parque. Con los niños. Los otros están esperando, en silencio. Con los cubos. Con las palas. No vemos más padres.
Continue reading »“Los mutantes salvarán a la industria del porno”, profetizó para sí el director, feliz al contemplar el plantel. Prometía. Sin duda alguna, prometía. L0l4_xxv, la exuberante mulata, reunía todas las condiciones para convertirse en un mito del género. El mayor desde Linda Lovelace. Una deliciosa cabecita morena; la otra, rubia platino. Seis tetas de traca. Y, sobre todo, esa tercera boca —carnosa, rubí furibundo— justo en medio de las nalgas. El hastío del público ante la cirugía masiva, el agotamiento de cada nueva parafilia, invariablemente más efímera que su antecesora… Todo eso iba a terminar. “Otra edad de oro. Y mi película el acontecimiento inaugural, genesíaco”.
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Continue reading »—Eso es mentira.
Vale. Es demasiado. Puedo aceptar que un desconocido se siente precisamente a mi lado pudiendo elegir cualquier otro banco del parque, que a estas horas está desierto. Incluso puedo consentir que lea mi periódico descaradamente, inclinándose sobre mi hombro. Pero que me interrumpa haciendo comentarios estúpidos es insoportable.
Continue reading »Los alemanes llegaron hasta Valencia en plenas Fallas, mientras los italianos ocupaban las Baleares al ritmo de mandolinas. Unos días después, la Wermacht estaba cerca de la sierra madrileña. El Führer había proclamado que Muñoz Grandes, general de la División Azul, era el nuevo caudillo de España. Varios generales y la vieja guardia de la Falange se pasaron a su bando.
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Continue reading »Querida Margarita:
Han talado nuestro árbol.
Todavía recuerdo nuestras incursiones en el bosque, cogidos de la mano, un ramillete de sonrisas que florecía bajo las frondosas copas de los árboles Thao.
Continue reading »Empezó mucho antes, pero no me llamó la atención hasta lo de la ferretería del señor Antonio. Había estado allí, en la esquina, toda la vida, o al menos desde que mi familia se mudó al barrio, mediados los sesenta; un comercio mal iluminado, abarrotado de cachivaches con cables pelados surgiendo de los agujeros más insospechados y un mostrador de madera oscura, marcado por una bruñida red de antiguas cicatrices. Supongo que nada dura eternamente. Cierto día amaneció con un prosaico cartel que anunciaba: “REMATE TOTAL POR JUBILACIÓN”. Fue sustituido dos semanas después por el más escueto: “EN VENTA”.
Una tarde al pasar por enfrente descubrí que habían inaugurado un bazar, de esos que empezaron siendo de Todo a 100 y ahora tienen cien de todo. Entré por curiosidad. El encargado me sonrió, sin decir nada. Jamás hubiera pensado que el local fuera tan espacioso. Hilera tras hilera de trastos inútiles, desfilando bajo la implacable luz de los neones. Salí sin comprar nada, aunque mi falta de entusiasmo no logró perturbar en lo más mínimo la sonrisa del encargado.
Tras la ferretería de Antonio cerró la tienda de regalos, y luego la papelería. La competencia, cabría pensar, sólo que en los locales abandonados se instalaron sendos bazares, indistinguibles del primero. Los mismos artículos, idénticos empleados joviales. Y cayeron a continuación en rápida sucesión la panadería, la floristería y la carnicería. A nadie pareció importarle demasiado. Al fin y al cabo, la compra se hacía casi toda en el supermercado, y para una emergencia, ahí estaban los omnipresentes bazares, donde podía encontrarse casi cualquier cosa, a precios bastante razonables. No constituía una molestia demasiado grande. No era preocupante.
Entonces se me estropeó el ascensor.
No suelo utilizar las escaleras, pues vivo en un quinto. Aquel día lo hice por obligación y descubrí que los García Sampiedro y los López Boj ya no eran mis vecinos. Toda la primera planta del edificio era ahora un inmenso bazar.
El encargado me invitó a pasar con una sonrisa y un cabeceo. Apreté el paso, sin atreverme siquiera a lanzar un vistazo al interior del establecimiento. Conocía al dedillo lo que podía esperar encontrar en él. Me avituallé rápido en el súper y corrí a parapetarme de vuelta a casa. Ojos risueños de empleados de bazares me siguieron durante todo el recorrido.
Los acontecimientos se precipitaron. Lo constaté con impotente angustia desde la ventana del comedor. Cuando me encontraba con alguien conocido, en mis tímidas excursiones de aprovisionamiento, los dos girábamos la cabeza para no tener que entablar una conversación casual. ¿De qué podíamos hablar? ¿De los bazares?
Hace cinco días que no planto un pie más allá de la puerta. La última vez que me aventuré al exterior, la plaga se había extendido más allá del tercero, con unas pelotas de playa colonizando, como quien no quiere la cosa, la escalera hasta el primer descansillo. Podría llamar por teléfono a Ramona, la viuda del cuarto B, pero tengo miedo de que salte un contestador automático, invitándome a adquirir lo que quiera, a un precio muy razonable. Pero eso no es lo peor…
Lo peor es que no sé de dónde ha salido el buda dorado que ha asentado sus orondas posaderas en el microondas. Además, juraría que al final no había caído en la tentación de comprarme la bola de plasma que relampaguea sobre la mesa del comedor.
No sé si me acostaré esta noche. Por debajo de la puerta de mi habitación se filtra una luz blanca de lo más inquietante.
Continue reading »Los puse en alerta. Todas las M1 apuntando al bastión SE, donde la noche anterior los zombies rompieron la defensa durante dos putas horas. Pero esta vez no hubo el típico ataque en tromba, con los zombis trepando entre montañas de miembros y tripas. En su lugar, un zombi con bandera blanca. Calvo, como de sesenta, con un gran agujero en el corazón y un gabán Barbour bastante pijo. Le dejé avanzar hasta 10 metros del perímetro.
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Continue reading »Tengo un cabreo de no te menees. Después de gastarme un potosí en el desarrollo de la aplicación definitiva de generación automática de haikus acabo de poner en la calle a toda la plantilla contratada para el proyecto —cinco poetas zen, siete programadores y cinco críticos—. Hemos descifrado el algoritmo Basho, me dicen; hemos implementado un selector de estaciones del año, me dicen; el 87% de los betatesters lloró al leer la muestra generada por la versión 5.7.5, me dicen. Como no me fío de esta caterva me encierro en el despacho, arranco la última demo esperando leer una joya y qué se creen que me encuentro:
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Continue reading »Vendo niños modificados genéticamente. Fin de vida garantizado en su octavo cumpleaños. ¡Padres, olvidad los problemas de la adolescencia!
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